martes, 29 de septiembre de 2009

Lliriella, o un recordatorio del abandono


Pedriza final en la subida al Lliriella

Hay algo en común entre el Alto Boeza leonés y el asturiano concejo de Ibias que no dejo de percibir cada vez que visito alguno de estos dos territorios: la rapidez con que sendas y caminos van desapareciendo bajo la maleza. De hecho, es frecuente encontrar kilómetros enteros de montaña en que no hay absolutamente un itinerario que poder realizar sin sumergirse en la espesura. Pero claro, caminar por el monte así no es vida.


Brezos eternos, una característica habitual de estos montes

Otro denominador común, aunque este es compartido por otros muchos lugares de la cordillera, es esas extensiones infinitas de brezo, de una monotonía agotadora, pero que a veces -cuando te introduces en ellas- resultan hermosas y fascinantes, aunque no por mucho tiempo. Donde digo brezo también digo abundancia de rebollares, esas impenetrables masas de diminutos robles que son una pesadilla para el campoatravesador. De todo ello hay en la excursión que viene a continuación.


Lliriella (1.823 m.), visto desde el aparcamiento de Colinas del Campo, ochocientos metros más abajo

Ya había hablado del Lliriella -que en todos los mapas figura como Piqueras- en otro reportaje anterior, cuando subí a su cumbre desde el norte. Cuando estuve allí, ya hace dos años, no acerté a ver que hubiera un sendero que subiera desde el sur hasta la cima. Pero podría haberlo. Y por eso fui ahora a investigarlo.


Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, bajo la ladera de La Cruz del Barreiro (1.636 m.)

Como toda ruta que parte de Colinas, el inicio está en el aparcamiento obligatorio para visitantes que hay unos cientos de metros antes del pueblo. Desde aquí ya se ve, elevando la mirada a la derecha según nos encaminamos al pueblo, el Lliriella, con tres de sus cuatro gigantescos monolitos de piedras de la cumbre. Cincuenta metros después de que el asfalto se convierta en empedrado sale a la derecha la primera calle encementada, la Calle de la Cuesta -una obviedad- que va subiendo hasta que al llegar a la última casa por la izquierda, se convierte en un ancho camino o pista de tierra. Aquí acometemos un largo y duro repecho en línea recta que va paralelo al arroyo que recorre el pequeño valle que cae desde el Lliriella. Sin hacer caso a un ramal desbrozado que sale a la derecha y va al depósito de agua -que no se ve desde el camino- llegamos a una marcada curva donde el camino sigue de frente valle arriba, aunque el de más calidad se va por la derecha.


Vizbueno (1.994 m.) visto por la mucho más suave (sin peñas) ladera sur.

Aunque me constaba por inspecciones visuales desde el otro lado del valle que este camino que iba de frente no subía hasta lo alto de la montaña, fui a echar un vistazo. Efectivamente, al cruzar el arroyo, justo donde este nace, el camino da acceso a unos grandes desbroces en la zona, pero nada más. Vuelta atrás, cuesta abajo, hasta la pista, donde tomé la curva que antes deseché y comencé una larga travesía de lado a lado de la montaña. Unos metros antes del primer arroyo encuentro una de esas fuentes con pilón que hay en abundancia en la montaña leonesa, construidas en los años sesenta y que en su mayoría ya están secas. Pero ésta tenía un buen caudal, y ello a pesar de la sequía de este verano que acaba de concluir. Otro arroyo más allá, en una vaguada sombría con mucha arboleda, y salgo a uno de esos gigantescos desbroces. La pista se difumina al atravesarlo y continúa luego por su borde superior, para salir a la loma sur del cordal que procede desde el Fernán Pérez nada menos.


Este tipo de fuente-abrevadero construido en los años sesenta suele estar seco por lo general por toda la montaña leonesa. Pero ésta no lo estaba.


El Catoute (2.112 m.), que asoma sobre las Peñas de Monte Fueyo


El largo y zigzagueante valle del río Urdiales -otro dominio del brezo- con el Cornapinos al fondo

Un lugar seco y amarillento, anodino completamente, donde el camino desaparece. Por encima, en la misma ancha loma, se ve uno de esos hitos gigantescos de grandes piedras, hacia el que me dirijo. Enseguida vuelve a aparecer una marcada rodada que sube loma arriba hacia la nada. Porque nada, aparte de brezo y carqueixa, es lo que hay a partir de aquí durante casi una hora de recorrido. Afortunadamente, aún no hace calor porque es temprano, pero un día de pleno verano por aquí en horas del mediodía debe de ser uno de esos momentos en los que uno pierde la afición a la montaña.


Llego a la anchísima y difusa loma. Al fondo, el Tixeo (1.565 m.), parte del largo cordal que sale del Cornapinos y termina en Igüeña, donde estaba prevista la construcción del Parque Eólico Quintana. Esperemos que nunca se construya, aunque habiendo dinero de por medio...


Subiendo por la soporífera loma hacia el Témpano (1.674 m.), por terreno desbrozado completamente hace años, pero en el que brezo y otras plantas vuelven a tapizarlo todo

En las fotografías aéreas aparecía toda esta ladera como terreno limpio de vegetación, pero eso fue cuando se voló la zona. Ahora, después de que los desbroces que limpiaron casi toda la montaña no se hayan renovado, el brezo y asociados comienzan a rebrotar. La rodada debió de ser por donde subió y bajó la maquinaria que hizo los desbroces, seguramente utilizada después por cazadores y otros visitantes. Kilómetro y medio después de iniciar la subida por la loma, la rodada muere. Queda avanzar, sin subir al Témpano (1.674 m.) porque no merece la pena, por la ladera hacia el collado de 1.596 metros (Campa de la Muezca) que hay previo al Lliriella. Se avanza razonablemente bien, porque el brezo aún sólo levanta un palmo. Avanzo por el borde de uno de los desbroces, y al final de él, me encuentro otra rodada que lleva hasta el collado. Bueno, de momento me voy librando de la maleza.


Lliriella desde antes de llegar a la Campa de la Muezca. Al fondo, en el centro, el Fernán Pérez (2.058 m.) que aparece en los mapas como Arcos del Agua


Vista similar a la anterior, en la que ya aparece la Campa de la Muezca

Me pregunto cuándo sería la última vez que una vaca o un caballo visitó el pasto de este collado. Porque ahí está la principal razón de que los caminos y senderos de esta zona se evaporen: la escasez de ganado. Aldeas de cuatro casas en Asturias conservan intacta prácticamente toda su red de senderos reciente gracias a que varios vecinos aún tienen vacas. Aquí, donde los pueblos son mucho más grandes, apenas juntan entre todos un puñado de cabezas de ganado, insuficiente para mantener tantos viales.


Vista desde el collado hacia el valle de Bobín, que baja directamente a Igüeña. Detrás justo de ese rayo de sol que asoma por aquel collado están las minas de carbón a cielo abierto de Tremor de Arriba

Antes de llegar al collado escruté detenidamente todo el cordal de ascensión al Lliriella desde ese collado. No se intuía senda alguna. Cuando llegué al collado, tampoco. Me iba a dar la vuelta convencido de que no habría nada en absoluto, pero ya venía mentalizado de que iba a subir a esa cumbre, y probé a subir un poco, aunque fuera por las bravas. Al principio no había nada, pero unos metros más arriba, un borrador de sendero parecía discurrir por entre el brezo. Supero el primer escalón rocoso, y llego a un pequeño claro. Lo intento por el extremo derecho, pero no hay nada. Recorro el borde superior del claro y en la parte central el sendero sí parece continuar. Supero otro escalón rocoso, para llegar a un segundo claro, donde me sucede exactamente lo mismo que en el anterior. Cada vez el sendero está menos marcado, si es que eso era ya posible. Supero el tercer escalón y ya, cara a cara con una densa barrera de rebollos, el sendero se volatiliza.


Este era el panorama a partir del collado. Pues, lo creas o no, había una especie de sendero por ahí dentro


Ya metido en faena, y con piloto automático hasta la cumbre, hubiera lo que hubiera. El sendero llegaba hasta por encima de las últimas rocas


Mon Dieu! ¿Y ahora?

Investigando un poco encuentro una brecha entre el bosquete y zigzagueando por entre él lo supero, para encarar la primera pedriza. Aunque imponen más las grandes rocas que las piedras pequeñas, se avanza mucho mejor por las primeras, que no se mueven. El extremo superior de la pedriza está bordeado de más rebollos, que con muchas piedras en su base, resultan incómodos de atravesar. Llego a la segunda pedriza, más vertical, y ya, por fin, veo los monolitos de la cumbre.


Superado sin problemas el rebollar anterior haciendo un poco de curveo, llego a la primera pedriza. Resulta disfrutona, después de tanto brezo


Desde el final de la primera pedriza, la segunda y la cumbre


De izquierda a derecha, Catoute (2.112 m.), Cerneya (2.117 m.) y Peña Carnicera (2.032 m.), desde los últimos metros mixtos de pedriza y rebollo antes de la cumbre


Fernán Pérez desde la cima del Lliriella


Dos de los enormes hitos de la cumbre del Lliriella (1.823 m.)


Cordal de ascenso entre el Témpano y el Lliriella

No me apetece nada, la verdad, bajar por este tramo que acabo de subir. Menos aún, recorrer el territorio vacío de la loma del Témpano. Pero no hay más opciones próximas. ¿O sí? Observo el cordal que sale hacia el oeste desde la siguiente cumbre al norte del Lliriella, el cordal que desciende abruptamente hasta encima mismo de Colinas del Campo. Frecuentemente me repito a mí mismo que no debo bajar por un lugar que no conozco, si no tengo datos de que el descenso sea seguro. Demasiados malos tragos he pasado por esa costumbre de no querer bajar por el mismo sitio por donde subo, si puedo remediarlo. Cuando bajas demasiado y no puedes seguir, da una pereza terrible volver a subir los cientos de metros de desnivel que has descendido para nada, así que tiendes a seguir hacia abajo, esperando que la cosa no esté demasiado mal. Pero a veces está realmente mal, siendo los principales riesgos esos arroyos que no se pueden cruzar bien por su caudal o por lo abrupto de sus orillas, o esos piornales tan impenetrables que ni reptando cual lagartija se pueden atravesar.


Cordal por el que pretendo bajar. Desde aquí no parece siquiera empinado


Me despido de la seguridad de la cima del Lliriella e inicio el aventurado descenso campo a través

Desde la cumbre del Lliriella se veía prácticamente la totalidad de ese cordal, y parecía factible. Por otro lado, sabía que otros a priori descensos factibles en el pasado se tornaron luego en descensos infernales. Luego está el agravante de ir solo y sin cobertura de móvil en esta zona. Estuve sopesando las dos opciones de regreso durante unos minutos, mientras engullía algunas viandas, para al final lanzarme a la aventura. ¿Qué será? ¿Que mi vida igual últimamente se puede estar volviendo monótona y sin alicientes, y necesito inconscientemente alguna emoción fuerte? ¿O será que tengo una memoria indulgente con las malas experiencias? ¿O será que mi signo del zodiaco tiene demasiado poder sobre mis decisiones? Fuera lo que fuere, sabía que el descenso iba a ser incómodo, porque era totalmente campo a través durante seiscientos cincuenta metros de desnivel. Cuán incómodo estaba aún por ver.


Moco de pavo. Rebollos de un metro y brezo por la rodilla. He tomado una buena decisión bajando por aquí


Algunas islas de piedra rompen la monotonía del brezo. El arándano está con la hoja en su mejor color.

Para evitar en lo posible tramos de vaguada, donde crece más la vegetación y la pendiente es mayor, me dirigí hacia la siguiente cota del cordal, en dirección Fernán Pérez, para coger el inicio del cordal, aunque sin llegar a esa cumbre, atravesando la ladera ligeramente por debajo de ella. Por allí el brezo no estaba alto y había algunos diminutos canchales que hacían de puente para ir avanzando. Enseguida llegué al cordal de descenso, donde el brezo se mantendría a la altura del muslo. Desde la cumbre del Lliriella había intentado memorizar la disposición de las cuatro bandas de rebollos que había en el cordal, porque una vez que llegara a ellos no iba a tener perspectiva y no sabría por dónde buscar su punto débil. Porque atravesar un rebollar puede llegar a ser lo más incómodo que le puede ocurrir a uno; no pinchan, como tojos y zarzas, pero al contrario que los piornos, no ceden por más que uno lo intente, y puedes llegar a quedarte realmente inmovilizado entre ellos. No sé si tuve mucha suerte o buena memoria, pero logré franquear todas estas barreras sin mayores problemas. Las primeras consistían en rebollos no más altos que yo, pero la última, aparte de mucho más larga, tenía ejemplares de varios metros de altura. El brezo, a estas alturas, ya me llegaba por la cintura y no veía muy bien donde ponía los pies. De cuando en cuando aparecían restos de algún antiguo sendero, que desaparecían a la primera de cambio.


Estoy bajando como un rayo. Ya no me queda na...


Todo va entrando dentro de lo previsto...


Qué lejos queda ya el Lliriella


Vamos a ver... este rebollar, el tercero, había que irse hacia la derecha. Vamos a ver, vamos a ver... Otro menos.


Esto ya está finiquitado. Supero este último bosquete, llego al sendero, me voy a la izquierda y llego a los desbroces...

Desde la cumbre había visto también una especie de sendero o desbroce estrecho que atravesaba en horizontal la parte inferior del cordal e iba hacia los grandes desbroces a los que llegué por la mañana en el primer intento infructuoso por el camino a ninguna parte. Cuando llegué a él, resultó no ser absolutamente nada más que un capricho de la vegetación y un engaño óptico. Antes de llegar a él el brezo ya me tapaba y la pendiente era muy acusada, con numerosos escalones invisibles bajo mis pies. Al llegar al supuesto desbroce, empezaba el territorio de los piornos. Avancé unos metros en dirección a la vaguada, adonde supuestamente se dirigía el falso sendero, pero los piornos enseguida cerraban el paso, lo que me obligó a seguir descendiendo, por el tramo más abrupto de todo el cordal. El problema de estas situaciones es que no sabes lo que tienes por debajo y si estás yendo a un callejón sin salida. Hay que estudiar la jugada lo mejor posible en los puntos sobresalientes desde los que puedas tener algo de visión de lo que te espera.


Pero, pero, pero... si tenía que haber un sendero por aquí.... ¡¡yo lo vi!!


Otros doscientos metros de desnivel entre piornos y rocas. No, no he tomado una buena decisión bajando por aquí

Afortunadamente, fui encontrando los mejores pasos por entre el laberíntico lugar, y conseguí alcanzar la vaguada sin mayores problemas. Atravesé a continuación una extensión de terreno arado y llegué al camino de la mañana. En total, casi una hora para descender los seiscientos cincuenta metros. Haciendo cálculos, apenas ahorraría un cuarto de hora sobre si hubiera hecho el descenso por el itinerario de subida, que hubiera sido infinitamente más cómodo. El cordal que recorrí no me aportó nada visualmente, ni descubrí nada absolutamente de interés.


Por entre esos rebollos y piornos llego por fin a la 'civilización'. VAYA ROLLO DE BAJADA


Un último vistazo a la ladera

Vamos, que no volvería a hacerlo ni mereció la pena. Y por supuesto, tú que me estás leyendo, ni se te pase por la cabeza bajar por ahí del Lliriella. Suponiendo que tengas en mente subir. Si subes, hazlo en invierno, con un poco de nieve, que le dará color y enriquecerá un poco la monótona subida. Y si vas en verano, que sepas que no hay un árbol que te dé sombra en la mayor parte del recorrido.




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar





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viernes, 18 de septiembre de 2009

El ejemplo de Sosas de Laciana


Chozo tradicional restaurado junto a las charcas de Valbuena, entre el valle de Sosas y el de San Miguel de Laciana

En el valle de Laciana hay dos pueblos ejemplares en cuanto a la conservación de su patrimonio natural y arquitectónico, que son Robles de Laciana y Sosas de Laciana. No quiero decir con ello que en los otros pueblos no haya destellos de buen hacer, asociaciones o particulares que no se esfuercen también en mantener lo que han heredado de sus antepasados.

Otra de las diferencias de estos dos pueblos con otros del valle -en este caso los que poseen carbón en sus terrenos-, es que tanto Sosas como Robles son dos huesos duros de roer para el empresario minero, acostumbrado como está él a conseguir, a la primera de cambio, sus objetivos a base de talonario. Aunque en los dos pueblos hay quien estaría dispuesto a ceder a los afanes del mafioso, una mayoría de vecinos mantiene a raya, de momento, a Victorino Alonso, y eso se nota en el paisaje. Aunque en Robles la destrucción estos días de atrás ha tenido otro nombre, que es el del enemigo Fuego, que ha calcinado el robledal -ya se estaba volviendo un buen bosque- por encima del pueblo. Pero eso es harina de otro costal. Esperemos.


Cabana con techumbre vegetal en las brañas de Sosas de Laciana

En muchas ocasiones, cuando voy por zonas de alta montaña en esta comarca y en cualquier otra, y me encuentro las ruinas de un chozo, no puedo dejar de pensar lo útil que éste sería como refugio de fortuna simplemente con que tuviera una cubierta de escoba que protegiera de la intemperie. Una tormenta eléctrica, una ventisca, un caer la noche cuando no debiéramos ya estar en los altos, o simplemente un percance físico que nos ralentice excesivamente la marcha, en condiciones normales en la mayoría de estas montañas supondría un serio problema. Un chozo que en la mayoría de los casos utilizaría en beneficio propio el ganadero o pastor que circulara por aquellos andurriales, pero que sería de uso universal. Un chozo que cuesta poco dinero y trabajo poner en pie, que requiere mantenimiento escaso y muy de cuando en cuando, y cuyos beneficios -los que he citado más arriba- amortizarían la inversión en muy poco tiempo.


Cornón (2.188 m.) desde la Chagunona, todo ello en el valle de Sosas de Laciana

¿Por qué solamente en un pueblo de todo el valle de Laciana ha surgido esta lógica ocurrencia? No estamos hablando de refugios en la base de la montaña, que ya los hay (Brañas de Orallo, Braña de Cuvacho, Valdepila) sino en zonas más altas, donde realmente estamos alejados de las principales pistas o accesos. Como los chozos del valle de Sosas, que cuenta ya con cuatro, tras el reconstruido este mismo verano. Podemos leer la noticia en la prensa leonesa pulsando aquí.


Chozo restaurado en Vildeo, en la ladera del Muxivén (2.027 m.)

Aún no he visitado este último, que para ser exactos no sé aún dónde está situado, porque lo que es tiempo, no tengo últimamente ni para escribir en este blog. De los otros tres, que he ido visitando a lo largo de estos últimos años, si tengo fotografías. Uno de ellos, el de Las Crespas, ya aparecía en un reportaje de hace unos meses. Es éste el primero de los tres que se rehabilitaron, por el color de las escobas que lo teitan. Posteriormente se haría el de Vildeo, a mitad de ladera de la cara oeste del Muxivén. Y el tercero, en Valbuena, lo visité pocos días después de que se terminara su acondicionamiento.


Interior del chozo de Valbuena

Son chozos espartanos, con suelo de tierra y sin puerta. Una cadena de hierro en el centro imagino que hace de tiro para el humo de una posible hoguera en el centro del círculo interior. Tienen capacidad para cuatro o más personas tumbadas, y bastantes más si simplemente están para protegerse temporalmente de las inclemencias del tiempo. Al mismo tiempo que sirve de soporte práctico al excursionista en apuros, también le permiten, sabiendo su existencia, utilizarlas para programar rutas de más de una etapa que requieran un techo sin para ello tener que abandonar las cumbres y bajar a los pueblos cercanos, para volver al día siguiente latosamente a tener que ganar de nuevo la altura perdida. Y por supuesto, sirven para dar mayor valor paisajístico a los parajes donde están enclavados.


Aparte de la reconstrucción del chozo en sí, se rehabilita también el corral adyacente

En mi opinión, un ejemplo a seguir que enriquecería enormemente a la cordillera Cantábrica en su conjunto como destino montañero y turístico. Y por cuatro duros.




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