lunes, 27 de octubre de 2008

Nevadas prematuras


Cueto de Arbas, el 2 de noviembre del 2004

Estaba intentando recordar grandes nevadas en el mes de octubre y no caigo en la cuenta, la verdad. Haberlas, húbolas de forma natural en la década de los setenta, pero la naturaleza ya estaba ajustada al clima del momento. Porque ése es uno de los grandes peligros de una nevada de gran espesor en este mes. Ahora dan previsión de nieve desde el martes al domingo inclusive, por debajo de 1000 metros de altura. Lo que supondrá muchos más centímetros de lo que la época lo permite.


Precoz escalada invernal en Peña Ubiña a mediados de noviembre de 2004

Recordaba una nevada de mediana intensidad de finales de noviembre del 2005, en que los robles, aún con mucha hoja, se cargaron excesivamente de nieve y muchas de sus ramas se troncharon ante tanto peso. Ahora mismo no sólo los robles, sino que todos los árboles conservan mucha hoja aún. Vamos, que el resultado sobre los bosques puede ser catastrófico. Árboles arrancados de cuajo, ramas partidas por todas partes, caminos intransitables, cantaderos de urogallo tapados, etc. Y lo malo es que todo ese caos arbóreo quedará ahí, porque no hay manera de limpiarlo.


Nevada a 1.000 metros de altura de finales de noviembre del 2005 que tronchó numerosas ramas en los robles

Yo hubiera dado la bienvenida a cualquier gran nevada en cualquier mes del año, pero la naturaleza tiene sus tiempos, se ha ajustado a la climatología de cada lugar, y estos desajustes tan desconcertantes no suelen tener buenas consecuencias.

Al retirarse las grandes glaciaciones, el bosque fue recuperando terreno y ascendiendo de cota hasta llegar a los límites que conocemos ahora. La cota máxima de un árbol depende de las bajas temperaturas que puede soportar. Y en las especies que viven en la alta montaña, de la nieve que puede aguantar en invierno sin partirse.

La conclusión de estos pensamientos es que nieve sí, pero así no.

¿Y quién es el culpable de todo esto? ¿El clima? No, como siempre, nosotros, que nos lo hemos cargado. Ahora, los que sufren las consecuencias no sólo somos nosotros, sino la fauna y la flora, que sin comerlo ni beberlo, ven alterado el curso natural de las estaciones y tienen que adaptarse a ello o pasar a mejor vida.



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