miércoles, 28 de marzo de 2012

Manuscrito de los Brujos


"No trincar pasta escribiendo, ni tirando fotos, ni copiando pinturas rupestres. Son tareas que uno elabora libremente y se siente pagado con realizarlas. La gente racional obra de modo diferente al infeliz capullo".

Frase extraída del libro Manuscrito de los Brujos, publicado hace unos meses por Casimiro Mantinferre, un escritor berciano que reserva lo mejor de sí mismo para condensarlo muy de cuando en cuando en un libro. Anteriormente había publicado dos joyas sobre Ancares: Diario de un montañero por los montes de Burbia en 1993, y Aires de Xistra. Cuaderno de bitácora por el valle de Ancares en 1997. En este último ya reflejaba con sus acuarelas algunas de las pinturas rupestres de Peña Piñera, cerca de Vega de Espinareda, sentando un precedente para el que sería su tercer libro, basado precisamente en las pinturas prehistóricas de Librán.

El libro es el resultado de once años de visitas asiduas a este desfiladero, donde buena parte de las pinturas han sido descubiertas, catalogadas y reproducidas por Casimiro Martinferre, que colgado en ocasiones al borde del abismo las pasaba al papel acuarela en mano. Entre página y página con las reproducciones de las distintas pinturas nos va contando Casimiro anécdotas de sus diferentes incursiones en las paredes de cuarcita, y sus profundos y cabales pensamientos del momento. Es un texto que engancha, muy humano, y con un lenguaje muy rico, y en el que además no falta un jugoso sentido del humor. Precisamente porque parte de ese humor cae sobre sí mismo, el autor nos descubre su humildad, porque el que no sabe reírse de su propia persona tiene un pequeño o gran problema que la vida le va a recordar a diario.

Es refrescante en el mundo sofocante de ego y materialismo en que estamos enjaulados encontrar creadores que trabajan y dejan años de su vida sin más objetivo que el mero crear, sin dejarse engatusar por el mercado ni por vanos y vulgares deseos de fama y riqueza. Precisamente porque sigue sobreviviendo a la extinción algún "infeliz capullo", el arte aún es merecedor de ser contemplado y disfrutado.


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Releyendo el texto anterior -como siempre, escrito en caliente- me doy cuenta -al leerlo en frío-, de que no sueno muy convincente en mi intento de convencer al lector de que este libro merece ser adquirido. He aplaudido al autor, pero apenas muestro la calidad del contenido de su obra. Sin su permiso, pero espero que con su perdón, incluyo a continuación algunos pasajes del final del libro, que creo que definen la sensatez y cordura de Casimiro:

"De entre los seres de la Creación, somos los únicos que destilamos por cada poro de la piel vileza y deshonra. Los pintores de estos abrigos eran, entristece admitirlo, indignos herederos de un planeta ya desequilibrado. Desequilibrado por aquella estirpe que en un abandono paulatino de la caza y la recolección, tan paulatino que quizá duró cien siglos, comenzó a traicionar a quien le daba sustento. Incendió vastas extensiones de bosque, para fomentar la agricultura o la ganadería. [...] El aumento de población trajo adherido el desarrollo de las llamémosles religiones. Maduraron éstas, se alambicaron, con el fin primordial de manipular a las masas en favor del cacique, y en ésas siguen al milímetro. Buenas cosechas, grandes rebaños. Esta consigna es el origen de la alienación, del declive, de la degeneración del buen salvaje morador de selvas y páramos [...] Una premisa es incuestionable: los manuscritos que los brujos imprimieron en roca, encierran en su decadente mensaje el destino de la humanidad."

martes, 13 de marzo de 2012

Los coloreadores del paisaje


Incendio de ayer en Palacios del Sil

El paisaje del Alto Sil (y de Omaña, y de gran parte de El Bierzo, y de Ancares y de parte de Asturias) tiene unos colores comunes, que pasan del verde del brezo, piornos y escobas a los diferentes tonos de color de la arboleda y de los prados según la época del año en que se encuentre. En primavera el brezo se transmuta brevemente en rosa y los piornos y escobas en amarillo o blanco. Pero básicamente, todo gira en torno al verde y los ocres.

Por eso, como hay tantos gustos como personas, hay quien piensa que en esa paleta faltan colores. El negro, por ejemplo. No es que, a mi parecer, el negro haga juego con el verde y el marrón, pero tampoco soy un experto en decoración ni en composiciones de color y puedo estar confundido. Suele haber un artista (o varios) en casi todos los pueblos, que gusta de sacar la brocha y dar unos toques de negro por aquí y por allá, de vez en cuando. Media hectárea de negro, una hectárea o dos no suelen recargar mucho de color el paisaje, pero a veces pintan de negro kilómetros de ladera, de extremo a extremo, y tanto negro -en mi humilde opinión- la verdad es que cansa y queda hasta feo.

Muchos de estos artistas son de una obra al año. No les suele gustar trabajar en días de lluvia, por lo que no suelen tener fecha fija de entrega de su trabajo. Y como a todos los creadores, les fastidia mucho que su obra se deje inconclusa, esto es, que si tenían previsto pintar de negro desde aquí hasta allí, vengan los aguafiestas de los servicios de extinción de incendios y corten por lo sano, dejándole un dibujo raro y sin la forma que ellos habían diseñado. Por eso tengo la impresión de que últimamente estos intelectuales deben de haber creado algún tipo de asociación, que puede llevar algún nombre del tipo Asociación de Amigos del Fósforo, que les permite conocerse y trabajar coordinados, de forma que si todos queman a la vez, cada uno en su zona, las cuadrillas anti-incendios no dan abasto y resulta más difícil que puedan frustrar sus creaciones, empezando por que cuando por fin llegan a uno de los lugares ya concluyó todo el dibujo previsto por el artista.

Seguramente, en inglés u otros idiomas que usan normalmente menos palabras para definir lo que nosotros necesitamos explicar en demasiadas, el término 'coloreadores del paisaje' se pueda concretar en una sola, que resulte más cómoda y pegadiza. Estos pintores de brocha gorda, que como muchos graffiteros, pintan lo que no es suyo y sin permiso, también deben pensar que el cielo -que no forma parte del paisaje, pero a veces es más importante visualmente que lo que tiene debajo- está más hermoso con otros colores. Y en eso les doy la razón, porque los colores que se obtienen en un atardecer cuando los rayos del sol atraviesan la cortina de humo de un incendio son tonos imposibles de ver en otra situación, y de una gran belleza. Pero bueno, hay hermosuras que salen demasiado caras, y que yo preferiría no haber conocido. Me llamaréis radical, pero yo ni respeto ni valoro a estos artistas del mechero.

Estos días, la provincia de León parece invadida por una nube de polvo sahariano, como la que hace un año o dos (no recuerdo bien cuándo) no dejaba ver las montañas a sólo diez kilómetros de Villablino. Es como una especie de bruma difusa que vuelve el cielo de color gris o blanco y que apaga el color de las montañas. Pero el olor a humo delata enseguida el origen, porque no sólo arde La Cabrera y Ancares, sino también Laciana, Palacios del Sil y Babia. Los de la Asociación de Amigos del Monte Negro esta vez se han puesto bien de acuerdo, y han hecho un buen trabajo de equipo; de hecho, el incendio de Riolago, después de un día entero ardiendo, aún se había podido empezar a apagar, por falta de efectivos.


Incendio en el valle de San Miguel, en Laciana, ya concluyendo y de casi un kilómetro de longitud. Para ver fotos de detalle del lugar, pinchar aquí

El monte ardió siempre, sólo que antes, como los pueblos estaban a rebosar de habitantes, y los montes estaban aprovechados de arriba abajo, era poco lo que se podía quemar, y se quemaba de forma más o menos controlada. Desde los años setenta, en que empezaron a desaparecer bajo las llamas casi todos los pinares que se habían plantado a la fuerza durante las décadas anteriores, los incendios forestales forman ya parte de nuestra vida y ya no son noticia especial, salvo aquellos colosales en los que arden valles enteros, peligran pueblos o mueren personas. Pero incluso ésos se olvidan a los pocos años, y la misma zona o la zona contigua vuelve a arder. Así ha sido en las últimas cuatro décadas, y así va a seguir siendo.


Uno de los focos del incendio de Riolago de Babia

Sólo hay una manera de pararlo radicalmente, y ésa es aumentando las penas de cárcel a los que quemen. Hasta ahora el riesgo penal parece que no es nada disuasorio, y otro tipo de políticas (si es que las hay) no están funcionando. Los paisanos que quemaron toda su vida, igual que sus antepasados durante siglos, no tienen arreglo y no se les va a convencer con campañas de concienciación. Son simples ignorantes, que no se dan cuenta de ninguna de las maneras de que están arruinando el suelo fértil de los montes, reduciendo la humedad del terreno, empobreciéndolo y destruyendo el paisaje volviéndolo inaprovechable para cualquiera que quiera vivir del turismo en la zona. De los ecosistemas no digo nada, porque eso no le interesa a casi nadie.



El incendio anterior, ampliado

No sé si algún político ha mencionado en campaña electoral el problema de los incendios. Si lo ha hecho, no lo debió de hacer con mucho énfasis, e iría al final de su larga lista de promesas. Y si no hablando de los incendios se siguen ganando elecciones y alternándose en el poder, para qué molestarse en hacer un estudio de cuál es el problema y de cuáles son las posibles soluciones para atajarlo. Lo que no da votos ni se promete ni se hace, y como el vocerío popular protestando por los incendios forestales es poco audible, a las altas esferas no llega. Yo me temo que voy a estar sacando en este blog una entrada sobre incendios todos los años, y que voy a seguir así hasta que mis ojos ya no vean las letras en la pantalla o mis dedos tiemblen ya tanto que en vez de pulsar una tecla pulse dos a la vez. Creo que siempre voy a contar lo mismo, de los mismos sitios y que nada va a cambiar. Porque los políticos sólo cambian cuando ven que su sillón corre riesgo de cambiar de posaderas, y nada hace prever que por culpa de los incendios lo vayan a perder.

Cada país tiene los políticos que se merece, y aunque yo creo que no me merezco que estas sanguijuelas malgasten el dinero que me quitan con los impuestos (más con los indirectos que con los directos), vivo en esta sociedad, y si a esta sociedad no le parece bastante grave todo lo que sucede y no exige que se hagan las cosas bien, tengo dos opciones: o seguir recitándole mis lamentaciones a los pájaros del cielo, o largarme a otro país donde haya más sentido común, más honradez y más ganas de trabajar y de hacer bien las cosas.