viernes, 6 de noviembre de 2009

Leitariegos inicia su convivencia con la nieve


El Puerto de Leitariegos (1.525 m.), al mediodía de hoy, viernes 6 de noviembre

Porque Leitariegos es el pueblo habitado más alto de toda Asturias. Y no sólo eso, sino que situado como está en un paso de la divisoria, donde se tropiezan las nubes procedentes del Cantábrico, y con un coloso inmediatamente encima como es el Cueto de Arbas -que también contribuye a que las nubes descarguen de lo lindo- Leitariegos recibe muchas más precipitaciones que si estuviera situado en un lugar distinto al que está. Eso significa que, durante casi medio año -el año pasado algo más de medio- los vecinos de El Puerto tienen que convivir con la nieve durante mucho, mucho tiempo.


Una calle del pueblo

Ayer, El Puerto empezó su nueva convivencia anual con lo blanco.


Estas dos rocas de más de 100 kilos cayeron a la carretera desde varios metros de altura, unos minutos antes. Entre los tres movimos la roca de la derecha, pero necesitamos el concurso de otro conductor para mover la de la izquierda, aún más pesada. No quiero imaginar que hubiera sido de un coche y sus ocupantes si les hubiera caído en el techo. A 300 metros de distancia, e invisibles desde aquí tras unas curvas, se encontraban unos operarios que acababan de limpiar la carretera en este punto de otro argayo.




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jueves, 5 de noviembre de 2009

Ya va cayendo...


Me mandaban hace un rato Antonio y Mónica, de Mil Madreñas Rojas, en Salientes, unas fotos de la nieve cuajando en el pueblo en esos momentos.

Disfrutadlo por allí, y que no tengáis que coger el coche.








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sábado, 24 de octubre de 2009

Sosas de Laciana seguirá dando ejemplo


El Chozo de la Calzada, calcinado intencionadamente hace unos días. Imagen extraída de la web de Los Verdes de Laciana

Me entero hoy por la prensa -pulsar este enlace- que el chozo que se reconstruyó este verano en Sosas de Laciana ha sido quemado a propósito hace unos días. ¿Por envidia? ¿Por rabia de ver que hay quien tiene ideas en este valle? ¿Simple gamberrismo juvenil?; o lo que es más probable, ¿acabar con cualquier vestigio que dé algún valor a la zona y que pueda impedir la explotación de carbón a cielo abierto que Victorino Alonso quiere abrir justo en ese paraje? Quizá nunca lo sepamos realmente. Pero de todo lo malo se puede extraer siempre algún mensaje positivo, y en este caso no es otro que la determinación del pueblo de Sosas para seguir adelante con su proyecto de restaurar los chozos en ruinas de su valle. Han quemado uno, pero seguramente, en su reconstrucción, habrá aún más gente de la que lo levantó la primera vez. Estos indeseables querían hacer daño, pero no contaban con la publicidad extra que acaban de regalar al esfuerzo desinteresado de unos vecinos de Laciana, que han conseguido lo que sus gobernantes no han logrado desde hace mucho tiempo: ilusionar con ideas y ganas de hacer cosas positivas por Laciana.


El Chozo de la Calzada, al terminar su reconstrucción este verano.
Imagen extraída de la web de Los Verdes de Laciana


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miércoles, 21 de octubre de 2009

La primera y tímida nevada



Las primeras nieves del otoño acuden a las montañas cantábricas, y en concreto, a las del valle de Laciana. Hace poco más de una semana andábamos rondando los veintitantos grados de temperatura, en un estiramiento inusual del verano, pero ya el otoño climático real parece haberse asentado.



Un ligero espolvoreo asomaba por entre los jirones de nubes este mediodía, aunque por la tarde la intensa lluvia -no sé si copiosa nevada cerca de los dos mil metros de altura- no dejaba ver nada más.



No sé a vosotros, pero a mí se me suceden las estaciones cada vez más rápido. Será que me estoy haciendo viejo.



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viernes, 2 de octubre de 2009

Brañalibrán


Brañalibrán es el ancho valle que se ve al fondo, en el centro de la foto. A su derecha, la Peñona de Brañalibrán (2.015 m.) y a su izquierda, Los Tres Altos (2.009 m.), que aparece en algunos mapas como Monteviejo

Pocos pueblos del Alto Sil ofrecen tantas posibilidades para fabricar rutas a pie como Salientes, ese remotísimo lugar al fondo de un interminable valle. Rutas consagradas y de fácil orientación y buen camino, rutas más complejas pero factibles, y rutas complejas que no debieran de serlo pero que han llegado a ello por la desaparición de los accesos de antaño.


Peñona de Brañalibrán con su glaciar rocoso, desde el Tambarón

La ruta que voy a describir hoy aparecería en la categoría intermedia, aunque no hace mucho tiempo bien podría haber sido una ruta cómoda y de fácil orientación. O por lo menos, la primera mitad de la ruta, porque luego me fui por las ramas, y me salió un circuito de lo más extraño. Me estoy refiriendo a Brañalibrán, ese valle de sonoro y hermoso nombre que no me canso de oír nombrar. No es uno de los valles más interesantes de Salientes, pero tiene su aquél. Como por ejemplo, el -en mi opinión- glaciar rocoso más llamativo y nítido de todo el Alto Sil.

Esto sucedió a primeros del mes de noviembre de hace dos años, en una gélida mañana que se llegó a los cinco grados bajo cero en Salientes. Recuerdo que salí del coche con todas las capas de ropa de que disponía, porque la humedad de la proximidad del río incrementaba aún más la sensación de frío. Al mediodía, por supuesto, estaría ya en camiseta.


Las ruinas de la ermita de San Roque, a la salida de Salientes

Desde la plaza de Salientes -la de la fuente redonda- continúa la calle principal cuesta arriba en dirección a la iglesia, pero enseguida tenemos una bifurcación a la derecha que es la que hemos de tomar. Sabremos que vamos bien si al salir del pueblo quedan a nuestra izquierda las ruinas de la ermita de San Roque. El camino avanza por entre muros de prados y cruza el arroyo que procede del Alto de Vivero para subir una cuesta empedrada del otro lado. Poco a poco se va acercando a la ladera oeste del Tambarón, pasando por debajo de una zona caliza, donde se encuentra la cueva de la Peña del Moro, identificable por una especie de diminuta escombrera o tierra suelta que tiene a sus pies.


Entrada al valle de Brañalibrán visto desde las afueras de Salientes. En el espolón de la izquierda de la fotografía está la Cueva del Moro


En esas peñas calizas se encuentra la Cueva del Moro. Poco después de dejar este paraje a la izquierda, abandonamos el camino principal (que va al valle de Portilla) para dirigirnos al valle de Brañalibrán

Ahora mismo no recuerdo nítidamente los detalles como para explicar al lector con toda precisión qué debe hacer al llegar a cada cruce -es lo que tiene describir una ruta dos años después- pero no debe tomar el primer ramal que sale a la derecha, que se dirige hacia la ermita de San Pelayo, o lo que queda de ella. A partir de este cruce, el camino principal comienza a subir con bastante pendiente, durante más de medio kilómetro mientras se interna en una pequeña arboleda. Nuevamente sale otro camino a la derecha, mientras el principal gira bruscamente a la izquierda para seguir subiendo hacia Portilla, que es el valle que sale a la izquierda de los dos que tenemos enfrente. Pero nosotros ahora sí tomamos el ramal menos importante, que se dirige al río.


Antes de abandonar el camino principal, veremos en el centro del valle principal de Salientes, a nuestra derecha, las ruinas de la ermita de San Pelayo

Muchos de los ríos de Salientes, Salentinos y Colinas del Campo vieron desbaratados sus cauces durante las colosales lluvias de octubre del 2006, de modo que ahora parecen los de ríos pirenaicos o alpinos, llenos de grava, grandes piedras o ramas, y en ocasiones tres veces su ancho primitivo. Las orillas desaparecieron por completo, y en ocasiones resultan latosos de vadear. Los dos arroyos que hay que cruzar para subir a Brañalibrán son claros ejemplos de ello. Primero se cruza el arroyo de Portilla, para avanzar por la izquierda -margen derecha según el nacimiento- del arroyo de Brañalibrán. Avanzar con fe y determinación, porque los piornos del lado izquierdo del camino, que fue ancho en su día, lo cierran casi por completo durante gran parte del recorrido, y obligan a la lucha cuerpo a cuerpo. Dos años después, no sé siquiera si se podrá luchar ya con ellos.


Todas las soleadas fotografías anteriores están tomadas otro día, a mediodía. La realidad era que todo seguía blanco de escarcha a las diez de la mañana, cuando me aproximo al cruce del segundo arroyo, el de Brañalibrán. Aquí ya se pierde completamente la perspectiva de lo que hay por encima, y hay que tirar de la memoria para hacerse una composición de lugar


El arroyo de Brañalibrán, sin agua en un otoño que pasó a los anales como el más seco en décadas. Las dimensiones del cauce no se corresponden con su máximo caudal, pero quedó sobredimensionado con las riadas de octubre del 2006


Vista antes de cruzar el arroyo. Ya han pasado los mejores colores del otoño, pero aún no se han extinguido del todo

Por fin el camino sale a campo abierto, y se dirige hacia el arroyo, para cruzarlo. Nuevamente un caótico cruce que dudo se pueda hacer antes del verano sin mojarse. Al llegar a la otra orilla ya no hay nada. Bueno, sí lo hay, pero no se ve. En condiciones normales, me hubiera dado la vuelta completamente convencido de que ahí terminaba la ruta por este valle. Pero ya había estudiado la ruta tanto desde otras laderas vecinas, como a través de fotografías aéreas, que aunque no son muy de fiar, porque muestran muchos senderos ya desaparecidos, siempre ayudar a situar lo que sí existe y no aparece en los mapas. Y sabía que había un sendero que subía por entre las escobas hasta la primera repisa glaciar del amplio circo de Brañalibrán. Ahora sólo había que encontrarla, porque no era visible desde la orilla del río.


Extremo norte del circo de Brañalibrán, visto desde el ascenso al corral


Los primeros rayos de sol iluminan al Tambarón (2.097 m.). Se aprecia un sendero en la zona de sol, que sería por donde discurriría la parte final de la ruta

Así que comencé a peinar la zona, de un lado a otro, pero no encontraba absolutamente nada más que escobas quemadas y nueva maleza que crecía por el medio. Por fin, lo localicé y resultó estar justo enfrente de donde había cruzado el arroyo, cuando yo había empezado a buscarlo unos metros más abajo, en la dirección opuesta. Era un sendero relativamente marcado y fácil de seguir, que avanzaba en línea recta, aunque en diagonal respecto a la pendiente. Con sólo cien metros de desnivel se alcanzaba la repisa herbosa con un corral, donde la maleza perdía ya definitivamente su fuerza.


Llego al primer corral. Al fondo se ve la Peñona, pero a partir de aquí me sumerjo en una caótica zona de repisas y terrazas de origen glaciar que no me permiten nunca ver lo que tengo más allá de la siguiente repisa. Afortunadamente, se avanza con facilidad

A partir de aquí había tramos sin sendero, tramos con leves indicios de sendero, y tramos con sendero pisado por ganado, alternando aleatoriamente. No es que fuera de ellos el avance no fuera posible, sino todo lo contrario. Pero yendo por el sendero siempre se va hacia alguna parte, porque las vacas no son tontas. Muy característico de lugares por donde discurrieron grandes glaciares en el pasado, se va ascendiendo por terrazas, sin tener una visión global de la ladera, sino solamente de la repisa que tenemos que ascender a continuación. Yendo paralelo al cordal o arista de la derecha, subiendo otros cien metros de desnivel se alcanza en la siguiente terraza un grupo numeroso de chozos o corros en ruinas. Le pregunté a Vitín si aquella braña era el origen del nombre Brañalibrán, pero a él se le escapaba este dato, lo que quiere decir que debió de convertirse en ruinas hace bastantes generaciones.


Nevadín (izqda. 2.077 m.), Mojón del Cuadro (centro, 1.981 m.) y ladera del Tambarón desde el grupo de chozos en ruinas más arriba del corral. Deduzco que el nombre de Brañalibrán proviene de esta braña


La campera de los chozos queda en el centro de la foto, a la derecha. Desde allí, un sendero va yéndose hacia la izquierda, alejándose del cordal que cierra el valle de Brañalibrán por la derecha. Al fondo, ya asoma la cresta norte de la Peña de Valdiglesia (2.134 m.)


A pesar de su belleza, y de ser la montaña más alta de la sierra de Gistreo (más incluso que el Catoute), la Peña de Valdiglesia (que suele figurar como Valdeiglesias), no figura en muchos mapas.

Por lo que veo en las fotografías que conservo -no muchas- cambié mi trayectoria hacia la izquierda en vez de seguir de frente debido a que el brezo y los canchales cerraban el paso de frente. Recuerdo haber encontrado ya tramos largos de sendero marcados, a la vez que desaparecían casi por completo los arbustos y dejaban paso a la hierba. Se llegaba al nacimiento de un arroyo, en una pequeña pero bonita turbera. A partir de aquí ya se ve el collado o Boqueta de Brañalibrán, y el terreno permite ir ascendiendo libremente por donde nos resulte más cómodo. A nuestra derecha tenemos el inmenso glaciar rocoso, del que se limpió el extremo más próximo a nosotros para formar tres grandes corrales unidos -menudo trabajo-. Cuando comentaba sobre esto con Vitín, me explicaba que los rebaños de ovejas están más seguros del lobo en las pedrizas, porque el lobo no gusta de cazar sobre ellas.


Me aproximo ya a la Boqueta de Brañalibrán (1.909 m.), con el fondo de la Peñona. Lo bueno de estos gélidos amaneceres es que las montañas, incluso las lejanas, aparecen muy nítidas

Aunque por terreno despejado, la pendiente hasta la Boqueta es fuerte. Unos metros antes de llegar a ella, una aparición sobrecogedora se recorta contra el cielo azul intenso: es una vaca que, con el sol detrás y completamente inmóvil, crea una peculiar imagen. Llego al collado y disfruto de la vista hacia el Campo de Martín Moro, más conocido fuera del lugar como Campo o Campa de Santiago, que está por debajo de mí. A mi derecha, siguiendo el cordal, llegaría enseguida a la Peñona de Brañalibrán, y algo de tiempo después, a la Peña Carnicera. Mi objetivo es luego volver atrás desde este último pico y descender desde la Boqueta de Tierrafracio a Salientes. Pero decido primero ir en dirección opuesta, hacia Portilla y el Tambarón, aunque sólo para subir a Los Tres Altos.


Apariciones en la Boqueta de Brañalibrán. La otra imagen -a la que me refería en el texto- la conocerán los que siguieron este blog hace unos meses, porque fue la imagen de perfil de la antigua 'Plataforma para el Desarrollo y Difusión del Alto Sil', hoy en día abreviada al más llevadero 'Alto Sil', que es éste que suscribe


La Boqueta y Peñona de Brañalibrán, y más allá, Cerneya (2.117m., izqda.) y Peña Carnicera (2.032 m., centro)


Aquí se aprecia claramente la similitud del glaciar rocoso de Brañalibrán con un glaciar de verdad


Los tres corrales creados limpiando de piedras parte de esa gigantesca pedriza. El color verde del pasto denota que la foto está tomada en otra época del año

Cuando llego a la larga y plana cumbre de Los Tres Altos, y veo a mis pies la plataforma conocida como El Brañueto bajo el circo norte de Los Tres Altos, cambio de planes y prefiero bajar a explorar este circo y descender a Salientes por el valle de Portilla. Recorro de un extremo a otro El Brañueto hasta un gran corral que me había llamado la atención en otras ocasiones desde la cima del Tambarón. Luego localizo un sendero decente y enlazo con el sendero de Portilla debajo de las zetas conocidas como las Vueltas de Portilla.


Vista desde el cordal cimero de Los Tres Altos hacia la cuenca conocida como El Brañueto, al norte


Esta foto enlaza con la anterior, por encima y ligeramente a la izquierda. Son las dos cumbres del Tambarón. En teoría, aquí iba a dar la vuelta para subir a la Peña Carnicera, pero decidí seguir de frente. El collado que se adivina a la derecha de la cima sur del Tambarón (2.096 m.) es la Boqueta de Portilla, cuya cabecera del valle del mismo nombre estamos viendo. Del otro lado de la boqueta, se baja a Fasgar


El corral en el extremo oeste del Brañueto. Le hablé a Vitín de él, pero, o no lo recordaba, o yo no me supe explicar.

Inicio el descenso hacia Salientes, habiendo dejado la Peñona de Brañalibrán y Peña Carnicera para una futura ruta desde Fasgar y el Campo de Martín Moro. Según voy bajando, recuerdo de repente aquel sendero que atraviesa toda la ladera oeste del Tambarón y que seguí en una ocasión desde el Alto de Vivero, pero que al llegar a La Losera desaparecía. Luego tuve que subir la vertical ladera de La Losera, el único circo glaciar del Tambarón por la vertiente de Salientes. Por lo que vi desde otros lugares del valle, el sendero continuaba dando la vuelta a la montaña, pero de algún modo, me había despistado y perdí un tramo. Ya que estaba ahí y veía el inicio del sendero cuando partía del sendero de Portilla, quise aprovechar la ocasión e ir a investigar.


Aquí se aprecian las dimensiones del zócalo de la Peña Valdiglesia


Nuevo cambio de planes: no bajo todavía a Salientes sino que voy a dar la vuelta entera al Tambarón, por la vertiente de Salientes. Aquí se ve el abedular del valle de Portilla y detrás las camperas de ascenso por Brañalibrán, en color amarillo, con la Peñona y el glaciar rocoso en la parte superior izquierda

Este sendero va ganando altura entre escobas no muy altas, pero que a veces se juntan y estorban. Se llega a un curiosísimo yerbazal, inmenso y de una hierba finísima y alta, que causa una sensación como de estar en un oceáno encrespado. A pesar de ser inconfundible en Salientes desde la distancia y no haber otro parecido por la zona, no tiene un nombre. Es el final del Cordal, una de las lomas que bajan desde el Tambarón. Aquí hay una caseta que parece un registro o toma de agua para el pueblo. Atravieso el denso mar de hierba y busco al otro lado el sendero, que encuentro después de investigar un rato. Sigo atravesando la ladera del Tambarón hasta que llego por debajo del punto en que lo perdí la otra vez. Desde aquí podría subir cincuenta metros de desnivel y tomar el final del otro sendero para ir hasta el Alto de Vivero, pero he notado que mi actual sendero continúa. Salgo de la pequeña vaguada, de nuevo entre escobas, pero ahora el avance es bastante penoso. Supero el borde de la vaguada en lucha con los matorrales, y llego al tramo calizo de Fana Rubia, donde no hay matorral pero tampoco sendero.


En el inmenso y tupido yerbazal de la loma conocida como El Cordal. No he visto otro de estas características y dimensiones en todo el Alto Sil. Y curiosamente, no tiene nombre. Ni Vitín ni Celia me dieron un nombre para él


Cima norte del Tambarón desde el mismo lugar


Y Salientes


Pista de Salientes a Vivero con el Nevadín y el Mojón del Cuadro (de izquierda a derecha)

Si siguiera de frente, cruzaría otra vaguada y me plantaría de nuevo ante más escobas peleonas, por lo que no me queda otra opción razonable que ascender en línea recta por el tramo herboso calizo hasta localizar el sendero que va al Alto de Vivero. Este tramo se me hizo durísimo, porque el terreno tenía una inclinación enorme, y en algunos lugares había que ir con cuidado para no resbalar. Por fin alcancé el sendero, y ya por terreno conocido, recorrí el kilómetro largo que me separaba del Alto de Vivero. De ahí, ya por pista, los kilómetros finales hasta el pueblo de Salientes, del que salí por la mañana con intención de volver a él desde el sur, y al que regresé desde el norte.


El Tambarón visto desde la pista, en Brañarreonda. En la esquina superior derecha se aprecia la mancha amarilla del yerbazal. El sendero que recorrí atraviesa toda la montaña por encima del abedular


Después del larguísimo periplo, llego por fin a Salientes. Salientes es un lugar para volver, y muchas veces.




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar




Mapa global del espacio natural Alto Sil con la ruta realizada en trazo azul. Pulsar en la imagen para ampliar



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martes, 29 de septiembre de 2009

Lliriella, o un recordatorio del abandono


Pedriza final en la subida al Lliriella

Hay algo en común entre el Alto Boeza leonés y el asturiano concejo de Ibias que no dejo de percibir cada vez que visito alguno de estos dos territorios: la rapidez con que sendas y caminos van desapareciendo bajo la maleza. De hecho, es frecuente encontrar kilómetros enteros de montaña en que no hay absolutamente un itinerario que poder realizar sin sumergirse en la espesura. Pero claro, caminar por el monte así no es vida.


Brezos eternos, una característica habitual de estos montes

Otro denominador común, aunque este es compartido por otros muchos lugares de la cordillera, es esas extensiones infinitas de brezo, de una monotonía agotadora, pero que a veces -cuando te introduces en ellas- resultan hermosas y fascinantes, aunque no por mucho tiempo. Donde digo brezo también digo abundancia de rebollares, esas impenetrables masas de diminutos robles que son una pesadilla para el campoatravesador. De todo ello hay en la excursión que viene a continuación.


Lliriella (1.823 m.), visto desde el aparcamiento de Colinas del Campo, ochocientos metros más abajo

Ya había hablado del Lliriella -que en todos los mapas figura como Piqueras- en otro reportaje anterior, cuando subí a su cumbre desde el norte. Cuando estuve allí, ya hace dos años, no acerté a ver que hubiera un sendero que subiera desde el sur hasta la cima. Pero podría haberlo. Y por eso fui ahora a investigarlo.


Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, bajo la ladera de La Cruz del Barreiro (1.636 m.)

Como toda ruta que parte de Colinas, el inicio está en el aparcamiento obligatorio para visitantes que hay unos cientos de metros antes del pueblo. Desde aquí ya se ve, elevando la mirada a la derecha según nos encaminamos al pueblo, el Lliriella, con tres de sus cuatro gigantescos monolitos de piedras de la cumbre. Cincuenta metros después de que el asfalto se convierta en empedrado sale a la derecha la primera calle encementada, la Calle de la Cuesta -una obviedad- que va subiendo hasta que al llegar a la última casa por la izquierda, se convierte en un ancho camino o pista de tierra. Aquí acometemos un largo y duro repecho en línea recta que va paralelo al arroyo que recorre el pequeño valle que cae desde el Lliriella. Sin hacer caso a un ramal desbrozado que sale a la derecha y va al depósito de agua -que no se ve desde el camino- llegamos a una marcada curva donde el camino sigue de frente valle arriba, aunque el de más calidad se va por la derecha.


Vizbueno (1.994 m.) visto por la mucho más suave (sin peñas) ladera sur.

Aunque me constaba por inspecciones visuales desde el otro lado del valle que este camino que iba de frente no subía hasta lo alto de la montaña, fui a echar un vistazo. Efectivamente, al cruzar el arroyo, justo donde este nace, el camino da acceso a unos grandes desbroces en la zona, pero nada más. Vuelta atrás, cuesta abajo, hasta la pista, donde tomé la curva que antes deseché y comencé una larga travesía de lado a lado de la montaña. Unos metros antes del primer arroyo encuentro una de esas fuentes con pilón que hay en abundancia en la montaña leonesa, construidas en los años sesenta y que en su mayoría ya están secas. Pero ésta tenía un buen caudal, y ello a pesar de la sequía de este verano que acaba de concluir. Otro arroyo más allá, en una vaguada sombría con mucha arboleda, y salgo a uno de esos gigantescos desbroces. La pista se difumina al atravesarlo y continúa luego por su borde superior, para salir a la loma sur del cordal que procede desde el Fernán Pérez nada menos.


Este tipo de fuente-abrevadero construido en los años sesenta suele estar seco por lo general por toda la montaña leonesa. Pero ésta no lo estaba.


El Catoute (2.112 m.), que asoma sobre las Peñas de Monte Fueyo


El largo y zigzagueante valle del río Urdiales -otro dominio del brezo- con el Cornapinos al fondo

Un lugar seco y amarillento, anodino completamente, donde el camino desaparece. Por encima, en la misma ancha loma, se ve uno de esos hitos gigantescos de grandes piedras, hacia el que me dirijo. Enseguida vuelve a aparecer una marcada rodada que sube loma arriba hacia la nada. Porque nada, aparte de brezo y carqueixa, es lo que hay a partir de aquí durante casi una hora de recorrido. Afortunadamente, aún no hace calor porque es temprano, pero un día de pleno verano por aquí en horas del mediodía debe de ser uno de esos momentos en los que uno pierde la afición a la montaña.


Llego a la anchísima y difusa loma. Al fondo, el Tixeo (1.565 m.), parte del largo cordal que sale del Cornapinos y termina en Igüeña, donde estaba prevista la construcción del Parque Eólico Quintana. Esperemos que nunca se construya, aunque habiendo dinero de por medio...


Subiendo por la soporífera loma hacia el Témpano (1.674 m.), por terreno desbrozado completamente hace años, pero en el que brezo y otras plantas vuelven a tapizarlo todo

En las fotografías aéreas aparecía toda esta ladera como terreno limpio de vegetación, pero eso fue cuando se voló la zona. Ahora, después de que los desbroces que limpiaron casi toda la montaña no se hayan renovado, el brezo y asociados comienzan a rebrotar. La rodada debió de ser por donde subió y bajó la maquinaria que hizo los desbroces, seguramente utilizada después por cazadores y otros visitantes. Kilómetro y medio después de iniciar la subida por la loma, la rodada muere. Queda avanzar, sin subir al Témpano (1.674 m.) porque no merece la pena, por la ladera hacia el collado de 1.596 metros (Campa de la Muezca) que hay previo al Lliriella. Se avanza razonablemente bien, porque el brezo aún sólo levanta un palmo. Avanzo por el borde de uno de los desbroces, y al final de él, me encuentro otra rodada que lleva hasta el collado. Bueno, de momento me voy librando de la maleza.


Lliriella desde antes de llegar a la Campa de la Muezca. Al fondo, en el centro, el Fernán Pérez (2.058 m.) que aparece en los mapas como Arcos del Agua


Vista similar a la anterior, en la que ya aparece la Campa de la Muezca

Me pregunto cuándo sería la última vez que una vaca o un caballo visitó el pasto de este collado. Porque ahí está la principal razón de que los caminos y senderos de esta zona se evaporen: la escasez de ganado. Aldeas de cuatro casas en Asturias conservan intacta prácticamente toda su red de senderos reciente gracias a que varios vecinos aún tienen vacas. Aquí, donde los pueblos son mucho más grandes, apenas juntan entre todos un puñado de cabezas de ganado, insuficiente para mantener tantos viales.


Vista desde el collado hacia el valle de Bobín, que baja directamente a Igüeña. Detrás justo de ese rayo de sol que asoma por aquel collado están las minas de carbón a cielo abierto de Tremor de Arriba

Antes de llegar al collado escruté detenidamente todo el cordal de ascensión al Lliriella desde ese collado. No se intuía senda alguna. Cuando llegué al collado, tampoco. Me iba a dar la vuelta convencido de que no habría nada en absoluto, pero ya venía mentalizado de que iba a subir a esa cumbre, y probé a subir un poco, aunque fuera por las bravas. Al principio no había nada, pero unos metros más arriba, un borrador de sendero parecía discurrir por entre el brezo. Supero el primer escalón rocoso, y llego a un pequeño claro. Lo intento por el extremo derecho, pero no hay nada. Recorro el borde superior del claro y en la parte central el sendero sí parece continuar. Supero otro escalón rocoso, para llegar a un segundo claro, donde me sucede exactamente lo mismo que en el anterior. Cada vez el sendero está menos marcado, si es que eso era ya posible. Supero el tercer escalón y ya, cara a cara con una densa barrera de rebollos, el sendero se volatiliza.


Este era el panorama a partir del collado. Pues, lo creas o no, había una especie de sendero por ahí dentro


Ya metido en faena, y con piloto automático hasta la cumbre, hubiera lo que hubiera. El sendero llegaba hasta por encima de las últimas rocas


Mon Dieu! ¿Y ahora?

Investigando un poco encuentro una brecha entre el bosquete y zigzagueando por entre él lo supero, para encarar la primera pedriza. Aunque imponen más las grandes rocas que las piedras pequeñas, se avanza mucho mejor por las primeras, que no se mueven. El extremo superior de la pedriza está bordeado de más rebollos, que con muchas piedras en su base, resultan incómodos de atravesar. Llego a la segunda pedriza, más vertical, y ya, por fin, veo los monolitos de la cumbre.


Superado sin problemas el rebollar anterior haciendo un poco de curveo, llego a la primera pedriza. Resulta disfrutona, después de tanto brezo


Desde el final de la primera pedriza, la segunda y la cumbre


De izquierda a derecha, Catoute (2.112 m.), Cerneya (2.117 m.) y Peña Carnicera (2.032 m.), desde los últimos metros mixtos de pedriza y rebollo antes de la cumbre


Fernán Pérez desde la cima del Lliriella


Dos de los enormes hitos de la cumbre del Lliriella (1.823 m.)


Cordal de ascenso entre el Témpano y el Lliriella

No me apetece nada, la verdad, bajar por este tramo que acabo de subir. Menos aún, recorrer el territorio vacío de la loma del Témpano. Pero no hay más opciones próximas. ¿O sí? Observo el cordal que sale hacia el oeste desde la siguiente cumbre al norte del Lliriella, el cordal que desciende abruptamente hasta encima mismo de Colinas del Campo. Frecuentemente me repito a mí mismo que no debo bajar por un lugar que no conozco, si no tengo datos de que el descenso sea seguro. Demasiados malos tragos he pasado por esa costumbre de no querer bajar por el mismo sitio por donde subo, si puedo remediarlo. Cuando bajas demasiado y no puedes seguir, da una pereza terrible volver a subir los cientos de metros de desnivel que has descendido para nada, así que tiendes a seguir hacia abajo, esperando que la cosa no esté demasiado mal. Pero a veces está realmente mal, siendo los principales riesgos esos arroyos que no se pueden cruzar bien por su caudal o por lo abrupto de sus orillas, o esos piornales tan impenetrables que ni reptando cual lagartija se pueden atravesar.


Cordal por el que pretendo bajar. Desde aquí no parece siquiera empinado


Me despido de la seguridad de la cima del Lliriella e inicio el aventurado descenso campo a través

Desde la cumbre del Lliriella se veía prácticamente la totalidad de ese cordal, y parecía factible. Por otro lado, sabía que otros a priori descensos factibles en el pasado se tornaron luego en descensos infernales. Luego está el agravante de ir solo y sin cobertura de móvil en esta zona. Estuve sopesando las dos opciones de regreso durante unos minutos, mientras engullía algunas viandas, para al final lanzarme a la aventura. ¿Qué será? ¿Que mi vida igual últimamente se puede estar volviendo monótona y sin alicientes, y necesito inconscientemente alguna emoción fuerte? ¿O será que tengo una memoria indulgente con las malas experiencias? ¿O será que mi signo del zodiaco tiene demasiado poder sobre mis decisiones? Fuera lo que fuere, sabía que el descenso iba a ser incómodo, porque era totalmente campo a través durante seiscientos cincuenta metros de desnivel. Cuán incómodo estaba aún por ver.


Moco de pavo. Rebollos de un metro y brezo por la rodilla. He tomado una buena decisión bajando por aquí


Algunas islas de piedra rompen la monotonía del brezo. El arándano está con la hoja en su mejor color.

Para evitar en lo posible tramos de vaguada, donde crece más la vegetación y la pendiente es mayor, me dirigí hacia la siguiente cota del cordal, en dirección Fernán Pérez, para coger el inicio del cordal, aunque sin llegar a esa cumbre, atravesando la ladera ligeramente por debajo de ella. Por allí el brezo no estaba alto y había algunos diminutos canchales que hacían de puente para ir avanzando. Enseguida llegué al cordal de descenso, donde el brezo se mantendría a la altura del muslo. Desde la cumbre del Lliriella había intentado memorizar la disposición de las cuatro bandas de rebollos que había en el cordal, porque una vez que llegara a ellos no iba a tener perspectiva y no sabría por dónde buscar su punto débil. Porque atravesar un rebollar puede llegar a ser lo más incómodo que le puede ocurrir a uno; no pinchan, como tojos y zarzas, pero al contrario que los piornos, no ceden por más que uno lo intente, y puedes llegar a quedarte realmente inmovilizado entre ellos. No sé si tuve mucha suerte o buena memoria, pero logré franquear todas estas barreras sin mayores problemas. Las primeras consistían en rebollos no más altos que yo, pero la última, aparte de mucho más larga, tenía ejemplares de varios metros de altura. El brezo, a estas alturas, ya me llegaba por la cintura y no veía muy bien donde ponía los pies. De cuando en cuando aparecían restos de algún antiguo sendero, que desaparecían a la primera de cambio.


Estoy bajando como un rayo. Ya no me queda na...


Todo va entrando dentro de lo previsto...


Qué lejos queda ya el Lliriella


Vamos a ver... este rebollar, el tercero, había que irse hacia la derecha. Vamos a ver, vamos a ver... Otro menos.


Esto ya está finiquitado. Supero este último bosquete, llego al sendero, me voy a la izquierda y llego a los desbroces...

Desde la cumbre había visto también una especie de sendero o desbroce estrecho que atravesaba en horizontal la parte inferior del cordal e iba hacia los grandes desbroces a los que llegué por la mañana en el primer intento infructuoso por el camino a ninguna parte. Cuando llegué a él, resultó no ser absolutamente nada más que un capricho de la vegetación y un engaño óptico. Antes de llegar a él el brezo ya me tapaba y la pendiente era muy acusada, con numerosos escalones invisibles bajo mis pies. Al llegar al supuesto desbroce, empezaba el territorio de los piornos. Avancé unos metros en dirección a la vaguada, adonde supuestamente se dirigía el falso sendero, pero los piornos enseguida cerraban el paso, lo que me obligó a seguir descendiendo, por el tramo más abrupto de todo el cordal. El problema de estas situaciones es que no sabes lo que tienes por debajo y si estás yendo a un callejón sin salida. Hay que estudiar la jugada lo mejor posible en los puntos sobresalientes desde los que puedas tener algo de visión de lo que te espera.


Pero, pero, pero... si tenía que haber un sendero por aquí.... ¡¡yo lo vi!!


Otros doscientos metros de desnivel entre piornos y rocas. No, no he tomado una buena decisión bajando por aquí

Afortunadamente, fui encontrando los mejores pasos por entre el laberíntico lugar, y conseguí alcanzar la vaguada sin mayores problemas. Atravesé a continuación una extensión de terreno arado y llegué al camino de la mañana. En total, casi una hora para descender los seiscientos cincuenta metros. Haciendo cálculos, apenas ahorraría un cuarto de hora sobre si hubiera hecho el descenso por el itinerario de subida, que hubiera sido infinitamente más cómodo. El cordal que recorrí no me aportó nada visualmente, ni descubrí nada absolutamente de interés.


Por entre esos rebollos y piornos llego por fin a la 'civilización'. VAYA ROLLO DE BAJADA


Un último vistazo a la ladera

Vamos, que no volvería a hacerlo ni mereció la pena. Y por supuesto, tú que me estás leyendo, ni se te pase por la cabeza bajar por ahí del Lliriella. Suponiendo que tengas en mente subir. Si subes, hazlo en invierno, con un poco de nieve, que le dará color y enriquecerá un poco la monótona subida. Y si vas en verano, que sepas que no hay un árbol que te dé sombra en la mayor parte del recorrido.




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar





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