Es agotador, francamente, porque ya no sabe uno donde posar la vista. Demasiada belleza, demasiadas ansias de absorber esas tonalidades que no se repetirán hasta dentro de doce meses. Un intento vano, como siempre, de retener lo imparable, de parar el tiempo.
Si lográramos aprender a soltar, a no querer apropiarnos de todo permanentemente, aprenderíamos a disfrutar plenamente del presente y de los regalos que se nos ofrece un día tras otro.
La moralina es no hacer tantas fotos y vivirlo al natural un poco más.
Bosque mixto en la ladera de Cuetonidio (Laciana)
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