martes, 31 de marzo de 2009

Cuidadín, cuidadín


Vecino del valle del Naviego (Cangas del Narcea) prediendo fuego al brezo para crear pastos. Poco después, o se le fue la mano con el fuego, o ya había su intención desde el principio provocar un gran incendio, pero me vi obligado a avisar al 112. A los veinte minutos acudió un hidroavión a sofocar el ya descontrolado incendio. No le denuncié, porque con esta foto no se va a ninguna parte, viendo la impunidad con que se han resuelto otros casos mucho más claros y graves que éste. La foto es de marzo del 2006 y la zona está incluida en el Parque Natural de Fuentes del Narcea.

Hace unos días, mi amigo Jorge me remitía una Carta al Director publicada en La Nueva España, el diario asturiano, referente a una visita de una mujer navarra al Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. Lo peor de todo es que esta mujer tiene razón en lo que dice, y es algo que muchos pensamos desde hace tiempo. Las autoridades, como siempre, no se enteran de nada, y el tiempo dirá si lo que se dice en esta carta ocurrirá en realidad.


Ladera calcinada de Valdecampo, en Degaña, en el otoño del año 2005. El año pasado hubo otro incendio de similar tamaño en la ladera más hacia el oeste. También dentro del Parque Natural de Fuentes del Narcea.

Por eso, si alguien que esté en las altas esferas de poder lee este blog (que no creo), que lo apunte en su libreta, en la página dedicada a asuntos urgentes.

Leamos la carta:

La Nueva España - 29 de marzo de 2009 - Cartas al Director

Asturias... paraíso infernal

28 de Marzo del 2009 - María Nieves Elizondo Mitxelena (Bera (Navarra))

Muchas veces había oído hablar de las excelencias de Asturias, de sus verdes paisajes, su aire puro, su gente, sus ríos y bosques, en el paraíso natural. Así que en este pasado puente de San José me decidí a conocer uno de los rincones que creía más vírgenes; el parque natural de Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. No quería masificaciones y rehusé visitar Picos de Europa o la ruta del Cares, y me dirigí a Cangas del Narcea, donde me trataron excelentemente en uno de sus exquisitos alojamientos rurales.

Sin embargo, al practicar mi deporte favorito, la montaña, cuando me encaminé hacia esos montes para disfrutar de sus bosques y ríos, fue grande e inesperada mi sorpresa pues lo que vi no sale en ninguna web ni folleto publicitario del supuesto "paraíso natural". Y es que, a modo de niebla, el humo de los incendios llenaba el ambiente y los bosques. Desde lo alto, pude ver que no era sólo uno, sino que llegué a ver tres incendios con grandes columnas de humo que producían un ambiente casi irrespirable, ya que ese humo se repartía por las zonas bajas y las pavesas caían a modo de ese famoso "orbayo". Parecía que más bien se trataba de un paraíso infernal. Y en los días que pasé en esa bonita comarca comprobé que no se trataba de un hecho aislado, ya que vi varias zonas negras, quemadas seguramente semanas atrás. Me preguntaba apenada si era tal ese supuesto paraíso de los osos y si las gentes, amables por cierto, eran conscientes de la pérdida de recursos y de su paisaje, ya que me pareció que miraban los incendios de forma indiferente, a pesar de la espectacularidad de las llamas que pude ver por la noche, que me pareció que era cuando se debían provocar esos incendios.

Pero no sólo eso chafó mis esperadas vacaciones en el paraíso natural, sino que cuando paseaba cerca de un río de aguas limpias no daba crédito a la cantidad de plásticos que colgaban de las ramas de las orillas, ¡no cabía uno más! Vi algún pescador y me pregunté si pescaba truchas o plásticos. Y, en definitiva, me volví a Navarra con una imagen muy distinta de la que tenía al principio de Asturias, que tanto se anuncia a bombo y platillo como ese paraíso donde pastan las vacas en verdes prados floridos, al lado de los bosques donde cantan los pájaros bajo un limpio cielo azul. Pienso realmente que si los asturianos no cuidan más su paisaje se van a quedar atrás en el tema del turismo, ya que muchas otras comunidades autónomas ofrecen también bonitos paisajes bien cuidados. Por eso, a través de esta carta, quiero llamar la atención de las administraciones y guardería para que se preocupen un poco más en poner solución a estos problemas ambientales sorprendentes en estos tiempos.


Incendio en las proximidades de Genestoso, encima de El Villar de Indianos, en el año 2004. Una zona sensible para el oso pardo y el urogallo, prevista como de uso restringido en el Parque Natural de Fuentes del Narcea.



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jueves, 26 de marzo de 2009

Brañas de Revicharín y Tumbón de Mosqueiro


Penaforcada (en el centro) por encima de las brañas de Revicharín, que estarían al pie de la foto

Al leer hoy la entrada del blog de Degaña de eminosuke me acordé de repente de aquel día, ya hace cuatro años, en que caminé - o lo intenté inicialmente - por los paisajes que aparecen en la fotografía tomada desde Cai Sebastián. Por aquel entonces, la única cartografía disponible era la de escala 1:25.000 del Instituto Geográfico Nacional, porque la edición del mapa militar 1:50.000 era antiquísima, y más bien un mapa de ficción que un mapa real. Demasiados caminos de este último mapa habían desaparecido ya, en el transcurso de estas dos últimas décadas sangrantes poblacionalmente para tantos de estos pueblos. El número de cabezas de ganado que mantenían vivas esas trochas y veredas se había reducido dramáticamente. En estas comarcas, sin ganado no hay sendas. No estamos hablando de los Picos de Europa, en que los fines de semana, miles de botas remueven la tierra de los caminos, e impiden que la hierba o la maleza rebroten en ellos. No; aquí, salvo en cuatro cumbres mal contadas, es raro que se junten varias personas en un domingo. Si hablamos ya de los días de entre semana, ni las cimas más famosas son pisadas la mayor parte de los días.


El camino hacia las Brañas de Revicharín parte de las proximidades del Área Recreativa La Medal

Pero lo más trágico, es que ni siquiera al lado del mismo pueblo de Degaña, capital del concejo o municipio del mismo nombre, había apenas sendas supervivientes. Ni hacia el norte ni hacia el sur. En esta ocasión tocaba mirar al sur, a lo más valioso del concejo, donde están los bosques, esos bosques que no tienen fin, ya miremos hacia el este, o hacia el oeste, y que, como decía el otro día Carlos de Sebastián, han sido exageradamente catalogados en su totalidad como zona restringida a visitantes. La exageración no es por su valor, que sí lo tiene, y mucho, sino porque no se puede cerrar el paso tan radicalmente al montañero, excursionista, explorador, o simplemente, al caminante ocasional que, sin ser ganadero, carecerá ya de derecho de paso por estos bosques en cuanto se aplique la normativa del parque natural.


El pueblo de Degaña, visto desde las escobas por encima de El Rebao. La ladera que se ve encima, orientada hacia el sur, es la antítesis de su ladera opuesta, donde crecen algunos de los mejores bosques de Asturias

Porque no es el caminante el que quema el monte; el que pone lazos para cazar piezas, que de cuando en cuando atrapan al oso, lo mutilan o lo condenan a una muerte silente de cuyas estadísticas nunca nos enteraremos, ya que el oso nadie sabe adónde va a morir; el que caza furtivamente; el que pone venenos que acaban con tantas especies a las que no estaba destinado, sin ánimo de justificar el que afecte a las especies a las que sí se quiere liquidar; el que recorre caminos con esas máquinas del averno llamadas quads, que generan más molestias a la fauna que cuatrocientos montañeros gritando a la vez a pleno pulmón, o emitiendo cantos tiroleses; que por lo general no suele abandonar en la naturaleza absolutamente todos los envases, latas, botellas, cartuchos de escopeta, casquillos de rifle, etc., que desgraciadamente muchos habitantes locales que no valoran lo que tienen sí que dejan de forma sistemática; porque es el visitante el que invierte dinero en la zona, dinero que ha ganado en su tierra y que viene a gastar aquí, sea durmiendo en un alojamiento local, sea tomando algo en un bar, sea comiendo en un restaurante, o simplemente hablando maravillas de la ruta que ha hecho, y animando así a otros a que también visiten la comarca.


En el recuadro rojo se ve un pequeño claro, que es donde se encuentran las Brañas de Revicharín. El Tumbón del Mosqueiro (1.754 m.) es la cumbre del extremo derecho de la fotografía

Pero a esa 'alimaña' tan destructiva e intrínsecamente malvada que es el caminante, hay que ponerle el mayor número de trabas posibles, para que no acceda a los lugares delicados y no prenda el fuego que nunca prende; no ponga los lazos que nunca pondrá; no cace furtivamente con una escopeta que no tiene; no envenene a la fauna con un veneno que no porta; no camine con algo infinitamente más dañino que un quad o un vehículo todoterreno, como son unas botas con suela de goma; no abandone sus desperdicios por todas partes, él, que ha venido desde a veces cientos de kilómetros de distancia a empaparse de naturaleza pura y limpia, y que, por supuesto, no tiene en mente dejar un vertedero a su paso.


Otra imagen de la misma zona, también desde la Sierra de Degaña. Las brañas desde aquí no se ven, pero estarían en la vallina que baja en diagonal a la izquierda de la cumbre principal

El que quema, pone lazos, veneno y caza lo que no debe, seguirá teniendo permiso para recorrer las zonas restringidas del parque. ¿No sería más razonable controlar a este sujeto, el más dañino con diferencia - fuera de la propia administración - que al visitante de a pie? Un solo incendio forestal es infinitamente más dañino que las flores que el caminante pueda arrancar, que lo peligrosamente que se pueda acercar a la fauna protegida, o el hecho de que pueda ir hablando y espantando a la fauna mientras camina. Todos hemos visto las imágenes del oso de Valdeprado con el lazo de acero en el abdomen, en carne viva, del pasado verano. Todas las molestias que los excursionistas puedan ocasionar al oso no son nada comparadas con ese solo ejemplo. Que se volverá a repetir. Las medidas estrictas son necesarias, pero deben serlo PARA TODOS.


El oso que logró escapar de un lazo ilegal de caza, pero que se llevó incrustado en el abdomen, y que se lo dejó en carne viva. Durante semanas se intentó sedar al oso para extraérselo, pero no fue posible. Fotografía tomada por la Fundación Oso Pardo

Luego se invierte en turismo. Se gastan miles de euros en promocionar una comarca en ferias y certámenes. ¿Para qué? ¿Para que cuando venga el visitante de a pie, se le trate como a un potencial delincuente medioambiental? ¿Para que, cuando haga las dos o tres rutas (descafeinadas la mayoría de las veces) a las que tiene derecho, decida irse todas las próximas vacaciones a los Pirineos o a los Picos de Europa, a poder caminar a sus anchas sin sentirse prejuzgado y mirado de reojo?


Penaforcada, desde más arriba de las Brañas de Revicharín

Igual alguno desde su despacho de Oviedo se piensa que Degaña, de la noche a la mañana, con la declaración del parque natural, va a atascarse de autobuses cargados de montañeros, que van a crear tal contaminación acústica en el valle que no va a quedar oso pardo o urogallo cantábrico de este lado de la montaña. ¿No sería de más sentido común y dos dedos de frente hincarle el diente a los furtivos, a los del lazo, a los del veneno, a los del fósforo, a los que abren pistas y caminos sin permiso, que al pobre montañero? Pero claro, los montañeros nunca protestan. Cogen el coche y se van... para no volver más.


Cabecera del valle de Piedrafita, contiguo al de las Brañas de Revicharín. Al fondo asoma el Miro de Valdeprado (1.985 m.)

El urogallo está ya extinto en el parque natural de Somiedo, uno de sus bastiones tradicionales. A pesar de que Somiedo es parque natural desde mucho antes que otras zonas que acaban de estrenar espacio protegido y en las que aún vuela. ¿De qué ha servido tener medio parque natural como zona de uso restringido a la hora de conservar a esta especie, cuando Fuentes del Narcea, siendo de libre acceso - excepto la Reserva de Muniellos - los ha podido conservar? ¿No habrá sido esta extinción por una mala gestión de la administración? ¿O ha sido por culpa de los visitantes, a los que se les tenía prohibido el acceso a las zonas donde habitaba el urogallo?


Entrada al valle de Piedrafita, en el otoño

Apenas recuerdo detalles de esta excursión que iba a empezar a describir, antes de irme por las ramas, párrafo tras párrafo. Conservo pocas fotos de aquel día, de poca calidad por la cámara digital que entonces tenía. Tampoco tenía mucha costumbre de hacer fotografías, y algunos días apenas hacía una o dos. Junto a una de las últimas casas de Degaña, pregunté a un paisano sobre un sendero para franquear El Rebao, ese casi vertical talud que bordea Degaña por el sur, y que da paso a una estrecha plataforma casi horizontal al pie de las montañas. Le pregunté porque no lo encontraba, por más que miraba. El mapa del IGN mostraba varias sendas, pero ninguna era visible ya. Fue entonces cuando me dijo que la única opción para acceder al alto pasaba por tomar el único camino que superaba El Rebao, medio kilómetro más allá y, al final del mismo, al llegar a la reguera de las Corradas - nombre tomado del mapa de Calecha - seguir un poco marcado sendero de ganado que llevaba a las Brañas de Revicharín.


Una de las cabañas en ruinas de las Brañas de Revicharín, con Penaforcada de fondo

Aún así, hice un primer intento por el itinerario previsto inicialmente, hasta la reguera que baja de Penaforcada, donde había restos de un ancho camino, que ya estaba completamente intransitable. Por encima, setecientos metros de desnivel campo a través doblando el espinazo no eran precisamente el sueño de mi vida. Regresé para intentar el ascenso a las Brañas de Revicharín, de las que nunca había oído hablar, y que no figuraban en mapa alguno. Al llegar a la reguera de las Corradas, costaba vislumbrar un punto por donde continuar. Era final del verano, y la reguera permitía el vadeo, deduzco que complicado durante el resto del año. Gracias a que las vacas de las que me habló aquel amable paisano habían recorrido el sendero - más bien lo habían resucitado - fui capaz de encontrarlo. Sus profundas huellas en el barro eran inconfundibles. Era una trocha de fortísima pendiente, complicada, incómoda, pero en un entorno excepcional. Mucho barro, zonas resbaladizas, tramos delicados, pero el paisaje compensaba con creces la incomodidad. El bosque era en un principio sombrío como boca de lobo, quizá algo lúgubre. En los primeros claros, asomaba ya a la izquierda una peña doble, con forma de forca: Penaforcada.


Barranco por donde discurre la ascensión a las brañas

Las Brañas de Revicharín llegaron sin avisar. Una pequeña repisa en aquella ladera tan pindia, el único claro posible. Las brañas estaban todas casi a ras del suelo, abandonadas claramente desde hace muchísimos años. Por encima de ellas, a la izquierda, los esqueletos de los arbustos cubrían la ladera durante casi doscientos metros de desnivel. Por la derecha, lo denso de la vegetación, sin quemar, invitaba aún menos a intentar el ascenso por ahí. Lo solitario del paraje, que empezó a incomodarme, se incrementaba mientras recorría aquella zona quemada, quizá el año anterior, y que tiznaba mi ropa en el roce. La zona superior ya la conocía, porque apenas dos días antes la había recorrido desde el Puerto del Trayecto, hasta la misma cumbre del Tumbón de Mosqueiro - me tendrá que confirmar Carlos de Sebastián o Eminosuke si ése es su verdadero nombre -, donde está el vértice geodésico que en algún mapa llaman Faro.


Cumbre del Tumbón de Mosqueiro (1.754 m.). De fondo, el macizo del Miro de Valdeprado

Sonido de helicópteros e hidroaviones. Ardía el monte del lado de Peranzanes. Como todos los años. Ya les han amenazado con cerrarles el coto de caza si el monte sigue ardiendo. Del lado sur de la montaña, el leonés del valle de Fornela, no hay un árbol. ¿Cómo va a haberlos, ardiendo año tras año? Cuando estás en la divisoria, las dos vertientes son tan distintas: bosques sin precio en la cara norte, y laderas interminables de brezo en la cara sur. En verano, le entra a uno calor sólo de ver la ladera sur de estas montañas, sin una sola sombra en la que cobijarse.


Valle de Vegas Verdes, en Fornela. En el claro amarillo del centro de la foto están las Brañas de Faro, de imposible acceso desde el pueblo de Faro ya, por la maleza que cubre el camino

Subo de nuevo al vértice geodésico, ahora por el cordal este, a diferencia del último día, en que lo hice por el oeste. Es tarde, y temo que me anochezca en el descenso. No me apetece volver a bajar por donde subí. Demasiados resbalones me esperan. Me da mala espina ese bosque, a pesar de lo hermoso. Quizá llevo ya saliendo al monte demasiados días esos últimos meses. Ya estoy un poco saturado. Pienso en la posibilidad de bajar por Piedrafita, la siguiente vallina hacia el oeste, pero nunca he estado por allí. No tengo datos de si el camino está transitable, y arriesgarme a bajar y que se me haga de noche campo a través es una opción que jamás tomaría. Muy a mi pesar, he de bajar por donde subí. Como me da mucha pereza volver a atravesar las puntiagudas ramas muertas de las escobas o piornos, doy un pequeño rodeo y desciendo por otra ladera a las brañas. Encuentro un cráneo de rebeco y excrementos de lobo. Más abajo, el resto del animal, devorado recientemente. No en vano, Fornela está ahí al lado, y el lobo allí está a sus anchas. La siguiente cumbre hacia el sur en el cordal del Tumbón de Mosqueiro se llama, para certificarlo, el Cueto del Lobo.


Tumbón de Mosqueiro desde el Cueto del Lobo, en otra jornada de montaña unos días antes

Llego a las brañas después de pelear algo con la maleza y, sin parar, ya con el sol próximo a ocultarse, prosigo la delicada cuesta abajo, que completo en muy poco tiempo, y sin perder la verticalidad en ningún momento. Al final, no fue para tanto. Cuando llego a Degaña, anochece ya. Ha faltado un pelo.



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar




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domingo, 22 de marzo de 2009

A El Corralín, con María del Roxo


Ruinas en El Corralín

Hace unos días, Suso de Degaña publicaba una entrada en su blog de naturaleza, sobre El Corralín. No es por afán de copiar, que estaría feo, pero hoy voy a publicar otra entrada sobre El Corralín, sobre la corta excursión que pudimos hacer ayer acompañados de María del Roxo - sí, sí, la mítica María del Roxo -, que resultó ser de carne y hueso, aunque hubiera podido parecer lo contrario.


Barrio de abajo de El Corralín. La ermita de San Miguel es la casa de arriba a mano izquierda, junto a un pequeño espacio verde que alberga un merendero

Nunca había estado en El Corralín. Cuando se iba a declarar el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, hace un par de años, al estar este pueblo abandonado incluido en una Zona de Uso Restringido Especial, di por hecho que ya no iba a ser posible ir de visita a este lugar. A día de hoy, el parque sigue en suspenso, al estar recurrido ante un tribunal de justicia por un colectivo de vecinos afectados, y será por ello que las zonas de uso restringido aún no tienen el acceso prohibido para los visitantes. Es más, en el camino de acceso se ha renovado un merendero junto al mirador que ofrece las mejores vistas del entorno, y en el propio pueblo de El Corralín hay varias mesas en dos puntos diferentes, estando todo ello en zona restringida.


María del Roxo, que adoptó una forma humana para nosotros durante unas horas, contempla desde las peñas de El Pousadoiro las montañas que separan El Corralín del corazón de la Reserva de Muniellos.

El Corralín está en Ibias, pero es Degaña. ¿Mande? Sí, es un enclave o isla en el mar de Ibias, a un kilómetro de distancia de tierra firme. Linda con el municipio de Cangas del Narcea por un lado y con Ibias por el resto. Porque Cangas del Narcea sobrepasa aquí la divisoria de aguas del río Narcea, y ha capturado una parte del territorio de la cuenca hidrográfica del río Ibias, con los pueblos de Larón y La Viliella. El Corralín está situado en el rincón más salvaje de toda esta cuenca hidrográfica, donde las montañas de Ibias se muestran más verticales e inhóspitas.


Llegando al fondo del valle del río Ibias, un sombrío y profundo valle.

María del Roxo conoce bien El Corralín. Ha traído a este lugar a muchos amigos forasteros, sabiendo que la visita no les iba a decepcionar. Y como lo conoce tan bien, es un excelente cicerone que enriquece la jornada con sus explicaciones. Y cuenta divertidas anécdotas, como la de aquella mujer de un amigo, que no paraba de quejarse de dolores en los pies y de lo silvestre de la ruta, y a la que María propuso dar la vuelta y que les esperara tranquilamente en Sisterna, mientras el resto de la cuadrilla seguía el itinerario previsto. La quejumbrosa, observando a su alrededor aquellos 'siniestros' bosques, recordando los excrementos de lobo encontrados en el camino, y sabiéndose en el Fin del Mundo conocido, se curó milagrosamente de todos los dolores y no volvió a emitir queja alguna en lo que quedó de jornada.


María del Roxo fotografía un excremento de lobo con pelo de jabalí

Para ir a El Corralín se parte de Sisterna, en dirección al hermoso pueblo de El Bao, caminando por la carretera arbolada unos metros, hasta encontrar un amplio camino - pista, según María - que, a mano derecha, comienza a subir hasta el cementerio de Sisterna, donde hay una pequeña capilla y un panel informativo sobre las explotaciones mineras de oro romanas de la zona, de las que la de El Corralín fue el máximo exponente. Aquí estamos en un collado, a 842 metros según el mapa de Calecha. Un camino parte casi sin perder altura en dirección al valle del río Ibias, que aquí recorre su tramo más hermoso - entre La Viliella y Villardecendias -. A los pocos metros llegamos a un pequeño merendero junto a unas rocas que sirven de mirador. Poco antes habremos ignorado otro camino que partía en ligero ascenso hacia la derecha, y que se dirige al cordal más próximo. Estas peñas junto al merendero, que llaman El Pousadoiro, son un excelente lugar para permanecer unos minutos - o sín límite de tiempo - de contemplación paisajística. Ya se ve el pueblo abandonado de El Corralín, al otro lado del río, bastante más abajo de lo que nos encontramos. Se ve claramente la única construcción que conserva el tejado, que es la Ermita de San Miguel.


La pasarela de troncos sobre el río Ibias

Volviendo al camino, unos metros después, en la dirección que llevábamos, un sendero sale hacia la izquierda, en fuerte pendiente al principio. Es el sendero que nos llevará a El Corralín. No aparece en el mapa de Calecha. Sé de buena tinta que no se puso en el mapa, aparte de por falta de tiempo a última hora, porque al ser zona de uso restringido, ningún excursionista iba a poder recorrerlo. Eso era la teoría, claro. La práctica es que, de momento, se puede visitar. No sé por cuánto tiempo, así que el que lo desee, debería aprovechar ahora que todavía es posible.


Muchísimo caudal, teniendo en cuenta que sólo lleva recorridos poco más de 20 kilómetros desde su nacimiento

El sendero es ancho casi todo el trayecto, aunque se va estrechando con la acumulación de hojas y ramas que caen año tras año. Hay alguna rama gruesa cortada que se ve que quedó atravesada en el camino durante las últimas nevadas. El sendero va haciendo quiebros, de un lado al otro, perdiendo los 250 metros de desnivel hasta el río en un momento. Se atraviesa un extenso castañar, que contiene algunos ejemplares de gran tamaño. Al llegar al río Ibias, atrae la mirada el gran caudal que lleva. Si no fuera por la pasarela de troncos, sería imposible cruzarlo sin ahogarse en el intento. En los mapas oficiales, figura como Puente de la Basancada. Habrá que ponerlo en cuarentena, como tantos topónimos que aparecen en estos mapas, y que muchas veces corresponden a sitios relativamente alejados o simplemente inexistentes.


La pasarela que cruza el Reguero del Calecho, en cuyas orillas se levanta (o se cae) la aldea perdida de El Corralín

Al otro lado del puente, una cancilla metálica con un cierre. Justo detrás hay algunos excrementos de caballo, así que su función supongo que tendrá algo que ver con eso. Una breve cuesta, ya del otro lado del río, y se alcanza la reguera que figura en el mapa de Calecha como Reguero de Calecho. Al otro lado de la pequeña pasarela aparece una mesa de merendero, muy nueva. Poco después, al llegar a la ermita de San Miguel, aparecen otras. Las casas de El Corralín están ya en un estado de ruina bastante avanzado. La vegetación que las va envolviendo lo hace con elegancia, y en ocasiones uno cree estar en la selva de Centroamérica contemplando unas ruinas precolombinas. El día es espléndido y la temperatura, ideal. Mirando hacia el sur, y a pesar de la bruma que no permite mucha visibilidad en lontananza, asoman las montañas que separan Degaña e Ibias del valle de Fornela, impresionantes. Parecen altísimas, casi pertenecientes a otros macizos más elevados de la cordillera. Desde este vergel, el fondo nevado del Turrunteira o el Teso Mular sobrecogen.


Las primeras ruinas de El Corralín


Este profundo tajo es el inicio de la famosa corta romana de El Corralín, que se extiende durante varios centenares de metros, y del que extrajeron el oro. Desconozco si su estilo y sus maneras eran más elegantes que las de Victorino Alonso con el carbón, o si trataban mejor a sus obreros y a los habitantes del lugar de lo que lo hace él

El sendero que une los dos barrios del pueblo está limpio. Dice María que debe de ser reciente, porque la última vez era imposible caminar por él. Vamos ascendiendo hasta que encontramos otras ruinas, de hermosos muros, y otra pequeña casa que está siendo reconstruida. Me asombro y me pregunto cómo han conseguido traer hasta aquí los materiales para esta obra. Supongo que a lomos de caballo. Eso, o en helicóptero, que va a ser que no. Junto a la casa, otra pasarela, idéntica en factura a las dos anteriores, que vuelve a cruzar el Reguero del Calecho, con mucha agua y fotogénico en todo su recorrido. Al otro lado, el sendero es prácticamente otro reguero, y resulta incómodo el avance con tanta agua que corre por él. Unas ramas caídas cortan definitivamente el paso, por lo que hay que buscar otra alternativa. Contra el cielo se siluetean las ruinas del barrio de arriba de El Corralín. No hay sendero alternativo al anterior, pero los gigantescos zarzales por debajo de las casas están tan aplastados por el peso de la nieve de este invierno, que se asciende sin apenas problemas pisando por encima de ellos. Se alcanza de nuevo el sendero que estaba bloqueado por las ramas, ahora otra vez limpio, y se culebrea por entre las ruinas de otras cinco casas, todas dignas de ser fotografiables, envueltas de enredaderas. El sendero sigue hacia arriba, pero viendo las zarzas aplastadas que tapizan el suelo, deduzco que durante el resto del año, este sendero dejará de existir por completo.


La ermita de San Miguel, en El Corralín, y el merendero


Entre los dos barrios de El Corralín, muchos árboles ofrecen esta hermosa estampa, envueltos de plantas trepadoras

Me cuesta creer el hecho de que alguien pudiera alguna vez escoger un lugar así para vivir de forma permanente. Tan lejos para todo de los demás pueblos. Tan aislado. Sería un lugar ideal para construir un eremitorio, para retirarse del mundo y vivir en la naturaleza, de la naturaleza, y a solas con uno mismo sin distracciones posibles. Pero llevar aquí una vida normal, cuando uno quiere llevar una vida normal, debía de ser muy duro. Y no es por la altura - apenas 700 metros sobre el nivel del mar -, ya que los inviernos aquí no son tan duros como en otros sitios no muy lejanos. Pero simplemente ir al médico con un herido, o esperar a que el galeno llegara a este pueblo para atender algún caso crítico, debía de ser una experiencia muy extenuante.


La última pasarela del día, entre los dos barrios de El Corralín, con la casa que está siendo reconstruida detrás


Molino en ruinas del barrio de arriba de El Corralín

En el mapa de Calecha aparece un sendero que comunica El Corralín con La Viliella. Pero tengo la impresión de que debe de estar ya enterrado en la maleza. Esa ruta parece más cómoda y lógica como entrada y salida al pueblo, más que nada porque no hay que salvar desniveles. Pero ese sendero atraviesa la Reserva Integral de Muniellos, que sí está claramente prohibida recorrer. Quizá por eso ya haya desaparecido la ruta.


Interior del molino


Turrunteira (1.935 m.), desde el barrio de arriba de El Corralín


Fascinante lugar: El Corralín

La ruta a El Corralín es una ruta corta, factible prácticamente para cualquier persona que goce de salud, aunque no tenga hábito de hacer ejercicio. Es un balcón a otras épocas, a otras vidas, duras, muy duras, que cuando nuestro mundo llegó a la Edad del Confort, provocaron que este pueblo se vaciara y muriera. ¿Quién iba a vivir aquí, cuando en cualquier otro sitio la vida era infinitamente más cómoda?


Gracias, María, por tan maravillosa jornada




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar




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miércoles, 18 de marzo de 2009

Un puñado de Valseco y una pizca de Salientes


Valseco

La montaña es para mí una necesidad, tanto física como psíquica. No es que necesite recorrerla a diario, ni siquiera todas las semanas sin falta, pero me resulta imposible vivir sin pasar un tiempo en ellas con cierta frecuencia. Amanecer en Laciana y ver sus montañas por la ventana es un sueño. Es un privilegio para alguien que necesite vivir en las montañas. Y no son unas montañas cualquiera. No están tan humanizadas como la mayor parte de las montañas de España. Lo están, pero muchos puntos de su superficie podrían pasar como nunca hollados por el ser humano.


Las vegas de Valseco y el robledal de La Trapiecha

Últimamente salgo poco al monte. De una media de dos o tres salidas semanales de los últimos años he pasado a una o ninguna en los últimos meses. Y lo noto. Lo noto en el alma. Nunca fui coleccionista de cumbres, y cada vez necesito menos llegar a ellas. Desde las cumbres se tienen las mejores vistas, pero para mí es tan placentero recorrer el fondo de un valle o un pequeño bosquete sin nombre como ascender a lo más alto. Prefiero mil veces plantearme objetivos difusos, inconcretos, sin metas, sin cumbres. A veces no queda más remedio, o incluso me apetece subir hasta arriba; otras, pongo un pie detrás del otro, sin saber muy bien a dónde voy, y sin importarme. Ya lo dirá la propia montaña.


El camino hacia ninguna parte

Hace miles de años todo el planeta era naturaleza pura. Es donde cualquier animal desea vivir. Y nosotros también, aunque no nos demos cuenta. Las ciudades se han vuelto necesarias, tienen sus ventajas, pero nos alienan completamente de la naturaleza, a la que pertenecemos. Un paseo por la naturaleza, por esa naturaleza pura que ya tanto escasea, es una necesidad del instinto, y por tanto, una forma de colmar una de las necesidades básicas del ser humano. Sólo tenemos que ver que uno de los lugares preferidos en una ciudad, para pasear o relajarse, son los parques, ese pequeño sucedáneo de naturaleza al que recurren hasta los más urbanitas.


Uno de los saltos de agua de la reguera. Éste, de más de diez metros de altura, dudo que se pueda ver otros años, con inviernos normales

La ruta de hoy fue realmente breve. Una hora de caminata como mucho. Pero suficiente para recargar las baterías y hacer que la savia de la naturaleza me recorriera por completo. A Valseco otra vez, aunque ya estuve hace una semana. Hay días en que necesito caminar sobre la nieve. Otros no, y como sigue quedando mucha nieve en las montañas, se hace difícil encontrar algún camino desconocido que esté libre de ella.


El robledal de La Trapiecha desde el final del camino

Al norte del pueblo de Valseco, en la ladera de solana, hay un par de zetas de un camino que no va a ninguna parte. Lógicamente, debía de ser para alcanzar alguna toma de agua para el pueblo. Visto desde lejos, el final del camino parecía no tener continuación con algún sendero que alcanzara el cordal. Tenía todas las papeletas para ser una ruta tonta y sin salsa. Pero claro, eso depende de lo que uno busque. Como hoy yo no buscaba subir a ninguna cumbre, sino explorar un poco y estirar las piernas, esta ruta era tan buena como otra cualquiera. Y, además, nunca la había recorrido.


Restos de un cortín junto al pueblo de Valseco

Cerca de la iglesia de Valseco, la penúltima calle antes de llegar a ella viniendo de Matalavilla continúa ladera arriba con una estrecha calle de cemento que se dirige hacia un pequeño depósito o registro de agua. El camino que le sigue, ya de tierra, va casi horizontal por la ladera de la montaña, dejando a mano derecha las ruinas de un cortín muy visible. Luego gira y vuelve hacia atrás, cruzando la reguera principal del entorno, donde hay otro registro de agua, que deja al arroyo completamente seco. Por encima, las ruinas de un corral o una casa, enterradas en la maleza. Más arriba, en el cauce del arroyo, se aprecia un pequeño salto de agua, separado de otra cascada superior por un tramo lleno de rocas en el que no se ve correr el agua.


Mi 'amigo'. Hoy no se tiró a mi coche al pasar. Ni me ladró. Ni a la ida ni a la vuelta. Me dejó hacerle unas fotos desde la ventanilla del coche. Se le veía tristón. No sé si tendrá internet y habrá leído las palabras duras que le dirigí hace diez días en este blog. Tampoco es para ponerse así, hombre...


¿Impone o no impone el bisho?

El camino en sí no tiene ningún interés, ya que recorre una porción de montaña tapizada de brezo y robles muy jóvenes. Eso sí, se domina todo el robledal de La Trapiecha, al otro lado del valle, y hay una buena vista de la base del macizo de Valdiglesia, con la cumbre del Chao y Braña la Pena asomándose. Después de otro brusco quiebro, el camino se vuelve a dirigir hacia la reguera, donde muere junto a la primera toma de agua de todas las vistas hoy. Desde allí no hay posibilidad de continuar hacia ninguna parte. Del otro lado de la reguera, un robledal ya un poco añejo - y que ha sobrevivido a siglos de quemas reiteradas precisamente por la proximidad al agua - no muestra indicios de senda alguna. De frente, la fuerte pendiente y el poco amigable brezo no ofrecen posibilidad de continuar. No importa.


El Tambarón (2.098 m.) desde las proximidades de Salientes

Al descender observo el cauce del arroyo. Un corrimiento de tierras de casi cien metros de longitud de pronunciada pendiente ha enterrado el arroyo durante otros cien metros, obligándolo a discurrir de forma subterránea. Me imagino el estrépito y el susto de los vecinos de Valseco el día en que esto ocurrió. Porque podría haber alcanzado el pueblo. A menos que el argayo fuera paulatino y en varias etapas.


Salientes está a 1.250 metros de altitud y conserva aún nieve en las zonas de umbría

Como tengo tiempo, decido ir a Salientes. No he vuelto por allí desde el mes de octubre. Antonio y Mónica, que regentan Mil Madreñas Rojas, habían organizado un desbroce de la senda que asciende al Tambarón, desaparecida por falta de uso desde hace años, para finales de octubre. La primera y pronta nevada de la temporada lo impidió. También por aquel entonces tenía previsto realizar una ruta en el valle con Vitín, el tío de Mónica, tan buen conocedor de todos sus recovecos, que si las piedras tuvieran nombre, los conocería todos. Pero tras la primera nevada, y sin interrupciones, vino la segunda, la tercera y todas las demás.



Antonio y Vitín, restaurando un muro junto a Mil Madreñas Rojas

Me decían Mónica y Antonio que están ya hartos de tanta nieve. Porque aún queda bastante incluso en el acceso al pueblo. A pesar de que este invierno han tenido muchos clientes para el alojamiento, aunque nevara semana sí, semana también. En diciembre, durante la más gorda de todas las nevadas, un alud tapó la carretera entre Valseco y Salientes, debajo del Castiecho, donde el valle se encajona. La nieve arrastró el quitamiedos y lo arrojó al río. Era imposible pasar en vehículo. La incomunicación duró cinco días. Aún hace una semana terminaron de instalar el nuevo quitamiedos. Asomándome al fondo del río, vi grandes neveros que aún permanecen de aquella avalancha. Antonio subió las espectaculares fotos a internet en un blog creado exclusivamente para el evento.


Foto extraída del blog de Antonio (aunque ahora no soy capaz de encontrarla en él) de la nevada en Salientes a mediados de diciembre. El bulto blanco es un coche.



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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