jueves, 29 de enero de 2009

La Braña de La Turria


En el recuadro rojo, la Braña de La Turria. En el recuadro azul, la Fuente del Carnero, al borde del abismo. Arriba, a la izquierda, el Pico de La Turria (1.927 m.)

Entre Valseco y Salientes, en el punto en que el valle más largo del Alto Sil (fuera del propio valle del río Sil, claro) se estrecha, a nuestra izquierda se levanta una interminable ladera de muchísima pendiente que amenaza caerse sobre nosotros. Es lo que llaman La Turria y El Castiecho, de aspecto aún más siniestro desde que ardiera completamente en noviembre del 2007, en unos días en que todos los pirómanos de la cordillera parecían haberse puesto de acuerdo para poner en jaque a los servicios de extinción de incendios: sólo en esta zona, en dos días ardió el monte en Salentinos, Faro, Rioscuro y aquí, en Valseco.


Aunque lentamente empieza a reverdecer, los esqueletos de piornos y escobas fruto del incendio tardarán años en desaparecer

Allí colgada, en medio de esta ladera, se encuentra la Braña de La Turria, de visible acceso por arriba - sobre todo por el gran desbroce que se hizo en la mitad superior de la montaña - pero cuya aproximación lógica desde el valle tiene miga. El año anterior, dos veces que estuve en la ladera opuesta del valle, a poco más de un kilómetro de distancia, fui incapaz de localizar con los prismáticos el sendero de subida desde la carretera a Salientes. Y no me parecía que estuviera allí la cosa como para subir campo a través, aunque el tiempo me quitaría la razón (a medias).


La inhóspita ladera de La Turria, poco a poco recuperando su color natural

La primavera anterior localicé, por fin, un sendero casi oculto por las zarzas que parecía encaminarse en la buena dirección. Pero un torrente demasiado caudaloso me cerró el paso; habría que esperar al final del verano. Y el final del verano llegó, con sus temibles calores, en una ladera completamente expuesta al sol y sin arbolado. Nuevamente, inicié el sendero explorado en primavera, teniendo que abandonarlo por impenetrable unos metros más arriba, atravesando un prado paralelo para, cuando la maleza remitió, volver a él. Ahora sí se podía cruzar el torrente de la otra vez aunque el sendero fallecía justo al otro lado, a los pies de un cortín en ruinas perfectamente camuflado bajo los últimos árboles de esta ladera de El Castiecho. Creía que ya no me quedaba ningún cortín por localizar en el valle, y hélo aquí, el más oriental de todos ellos, y seguramente de todo el Alto Sil.


El cortín de El Castiecho, oculto hasta que no te tropiezas con él

Si hay algo realmente desagradable en una jornada de montaña en la cordillera Cantábrica, no es una lluvia torrencial que te deje empapado de los pies a la cabeza; tampoco es una placa de hielo en el lugar menos adecuado - aunque te puedas matar -; ni encontrarte de bruces con una osa con tres crías, o que te gruña un enorme jabalí; ni que justo el día que no llevas el bastón te salga el mastín más borde del planeta; yo diría que lo que más miedo da de todo es meterse campo a través en un denso matorral sin saber qué hay después, y sabiendo que ya no puedes volver atrás - que le pregunten a Jorge, el astur-cántabro, por el agujero en el que cayó en Seroiro cuando iba campo a través y del que casi no sale -. Y eso justamente es lo que quería evitar hoy, porque una cosa es subir y otra muy distinta, bajar.


Al otro lado del valle, la ruta de ascensión a las lagunas del Chao

Pero nunca aprenderé la lección y la experiencia parece que en estas situaciones no siempre es un grado. Desde el cortín de marras hice un intento por la izquierda, hasta que la vegetación me cortó el paso. Hice un intento por la derecha, hacia el torrente antes vadeado, pero aquello era una selva. Lo intenté de frente, siguiendo una pedriza que parecía prometer, ... hasta que ya no prometió más. Ya que había venido desde mi casa hasta aquí, no iba a darme por vencido tan pronto. Ya, ¿pero por dónde voy ahora? De frente, una pared de roca descompuesta - lo habitual en El Castiecho - me cerraba el paso; por la derecha, me metería hacia el arroyo, que nunca es la mejor opción para subir a ningún sitio; pues como sólo quedaba intentarlo por la izquierda, para allá que fui. Lo que parecía una repisa en medio de la pared rocosa resultó que sí era un repisa, pero totalmente inclinada. Un poco más, un poco más, y llegó el punto en que ni se podía seguir, ... ni dar la vuelta. Destrepando, agarrado con una mano a un pequeño roble quemado que crecía por allí, volví de nuevo a la pedriza, para intentarlo ahora algo más a la izquierda. Bueno, ya empieza a resultar un poco aburrido tanto detalle, así que abreviaré; la cuestión es que fui poco a poco enlazando los puntos débiles de la ladera para ir ganando altura hasta que lo encontré: el sendero que bajaba desde la Braña ¿pero hacia dónde? Eso ya lo comprobaría en el regreso. Francamente, esperaba que el sendero realmente fuera hacia alguna parte, más que nada porque sólo me había traído un litro de agua, hacía un calor de muerte sin la más leve brisa en medio de la calcinada ladera, y no estaba la cosa como para meterse en la boca del lobo.


La Braña de La Turria, completamente abandonada (viendo el acceso, no me extraña)

El sendero, que antiguamente debió de ser amplio, ha quedado ahora parcialmente despejado gracias al incendio, pero la ausencia total de excrementos de vaca indica claramente que según crezca la vegetación, el sendero volverá a desaparecer, y esta vez para siempre - o hasta que vuelva a arder -. Por fin alcanzo el borde de la vertical ladera y doy vista al punto donde se esconde entre los piornos la ruinosa Braña de La Turria, de la que sólo se ve desde aquí un fragmento de una de sus cabanas. Más arriba, a la derecha, ya bastante próximo, el Teso del Carbón, que aparece en un reportaje anterior.


Casi llegando al cordal. Al fondo, a la derecha, el Teso el Carbón (1.822 m)

A la entrada de la braña (no entiendo por qué unas veces le llaman Braña en singular y otras en plural, aunque la primera tenga varias cabanas), nace un manantial entre unas rocas aparentemente habilitadas como fuente, pero del que en estas fechas no se puede sacar nada en claro. De la braña parte un sendero muy pisado por el ganado - que sólo puede venir desde las alturas - y que, a través del cerrado e incómodo piornal, se dirige a la siguiente vaguada, por donde baja otro arroyo. Los caballos buscan la sombra de los piornos de tres metros de altura en el borde del gigantesco desbroce, que comienzo a ascender a continuación. No tiene nada de interés lo que ocurrió a continuación, así que solamente diré que subiendo, subiendo, llegué a la base del escalón final del Pico de La Turria. Sólo quedaban cien metros para la cumbre, pero ya no tenía ni gota de agua, y cada vez hacía más calor. ¿Qué hacer? ¿Subir a la cumbre, a la que ya había subido dos veces en año y medio? ¿Para qué? Para nada. Que le den.


La Fuente del Carnero. Pero no se puede coger agua limpia. ¡Con la sed que tengo!

P´abajo echando leches, pero variando el recorrido, desviándome un poco hacia la Fuente del Carnero, por ver si podía ofrecerme lo que la de la braña no pudo. La Fuente del Carnero está al borde mismo del abismo de La Turria, y mana abundante agua de ella para ser agosto, pero tan al ras del suelo que es imposible colocar en ella la botella o la mano sin coger a la vez el agua estancada que, de un color indefinible, hay alrededor. Hay que seguir bajando. Cómo fastidia otras veces llevar dos litros de agua como un bobo, y luego ni siquiera terminar la primera de las dos botellas. Pero eso no es nada comparado con lo que fastidia llevar un litro y que justo ese día tu cuerpo te pida dos.


De vuelta en la Braña de La Turria, tras atravesar un hermoso campo de helechos

Por la vaguada de la braña ahora, la vuelvo a alcanzar, y sin parar, sigo por el sendero de ascenso. Paso el punto donde lo encontré y sigo, perdiendo altura poco a poco hacia el oeste, por el abrasador monte completamente calcinado. Llevo el pantalón y la camiseta marcados por numerosas rayas negras, del roce con la maleza quemada en la subida y de cuando el sendero se cierra ocasionalmente en la bajada. Por fin, y sin mayor contratiempo - menos mal -, llego casi al pie de la montaña, a una construcción circular que el año anterior, desde las lagunas del Chao, tomé como un cortín, pero que resulta ser un enorme corral circular para el ganado. Aquí, el sendero dice adiós y sólo queda la intuición, ... el calor (qué calor, por Dios!!!!!!!!!!!), y la boca seca como el cartón (por mis muertos que no vuelvo a sacar la botella nº 2 de la mochila hasta el mes de noviembre).


Si alguna vez pensáis en hacer noche en la Braña de La Turria, que sepáis que no hace falta subir sartén

Un intento inicial por lo que antaño fue un sendero, ahora con hortigas que incluso me rozan en la cara, y después de unos metros derribando unas cuantas de ellas para abrirme paso, veo que lo que sigue es aún peor. Media vuelta. Vuelvo al corral. Joder, qué sed. Tiro de frente, en dirección hacia el punto por donde un otoño intenté también encontrar la ruta de la braña de La Turria, pero donde el sendero apenas se alejaba de la carretera. Recordaba que aquel día ya no se podía seguir más, pero da lo mismo, porque está claro que desde donde estoy ahora ya no hay alternativa. Zigzagueando por entre la maleza, evitando lo más denso, y abriéndome paso a bastonazos en un zarzal inmundo, consigo llegar al punto avanzado de aquel otoño. Desde allí, en teoría, ya había sendero hasta la carretera, pero la maleza lo tapa de tal manera que me hace perder la orientación en dos ocasiones. Ya, por fin, alcanzo la carretera, donde, pocos metros más arriba, una bendita fuente de agua fresca me resarce de la sed de las tres últimas horas.


Peña de Valdiglesia (2.134 m. izqda.) y Pico Braña la Pena (2.100 m. dcha.), desde la Braña de La Turria

Esta bien intercalar recuerdos de calor sofocante y sed angustiosa en estos días en los que, cuando no nieva, llueve o, como es la tónica estos dos últimos días, una niebla tupida londinense tapa el valle de Laciana - sí, sí, ese mismo valle donde nunca hay niebla -.


El supuesto cortín - que terminó siendo un corral - era el final del sendero. A partir de ahí, a dar vueltas como un pato borracho, después de tres horas de sed.

Hasta dentro de siete días ya no escribo más. Palabra. En realidad es que no puedo. Pero ya he escrito demasiado esta semana.

Cuidaos


Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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martes, 27 de enero de 2009

Porque el Occidente enamora


Luis, el protagonista de este texto, en su amado Occidente

Érase una vez -y sigue siendo- un metro noventa y pico de catalán que, después de recorrer la cordillera Cantábrica cuando buenamente podía, llegó a la irrefutable conclusión de que su lugar en la misma era el Occidente, esa porción que algunos sin el don del buen gusto ignoran o pasan por alto.


Con su suegro, el genuino Armando, otra víctima indefensa del entusiasmo contagioso de Luis

Hablando de dones, este barcelonés de piernas de alambre que responde al nombre de Luis, posee el don del entusiasmo contagioso, que viene a ser esa capacidad para hacerte creer que no puedes vivir sin algo a lo que media hora antes de cruzarte con él no prestabas la más mínima atención. Bajo este síndrome estaba la primera vez que le vi su mujer Gema, tan poseída por el influjo que quedé totalmente convencido de que la pasión irrefrenable de Luis hacia la fauna en general y hacia algunos bichos en concreto, era plenamente compartida por ella. Tampoco yo soy obstáculo para esta enfermedad invisible e impalpable, que me infecta todos los veranos cuando Luis y Gema, con su camada, llegan indefectiblemente al Occidente.


Mi pie, junto a la huella de un enorme macho de oso pardo, encontrada durante unas pesquisas con Luis

Aunque yo siempre llevo los prismáticos a mano cualquier día de los que salgo al monte, y me gusta toparme con los animales - los abundantes y los menos abundantes - , tampoco me causa ningún trauma regresar a casa habiendo visto sólo un par de corzos. Pero cuando llega Luis, y me empieza a hablar sin pausa sobre este bicho y e
l otro de más allá, resulta que no entiendo cómo demonios me he pasado once meses desaprovechando mi tiempo en este paraíso. Incluso unos días después de su regreso a regañadientes a su tierra, sigo yo con esa inercia de levantarme a las cuatro de la mañana y, una vez en marcha, parar cada pocos metros y analizar el paisaje en busca del bicho rey; o del otro bicho cuyo nombre es mejor no mencionar en según qué sitios, y que, aunque se mueve más, es aún más difícil de observar.


El descanso del guerrero: Luis, con una cariñosa perrita local

Las pasiones humanas son unas energías muy poderosas, que en unos casos te pueden llegar a destruir, y en otros te sirven de guía para que descubras cuál es el lugar que te corresponde en la vida, ...si es que tienes la suerte de averiguarlo. Tengo muy presente el caso de un amigo, apasionadísimo por el jazz, que de tanta afición se había convertido en una enciclopedia andante con unos inmensos conocimientos, mientras trabajaba poniendo copas en un bar corriente y moliente en su localidad natal o trabajaba de asalariado en una fábrica de lijas. Hasta que un día el destino le tendió una mano y puso en su camino a una persona que, aunque mucho le haría padecer después, le colocó de refilón en el mundo de la música, ése precisamente del que él entendía más que la mayoría. Diez años después, dirige dos importantes academias de música, es miembro del jurado en varios certámenes, y viaja todos los años a Estados Unidos de la mano de la principal compañía mundial de instrumentos musicales, habiendo entrevistado ya para algunas revistas a casi todos sus antes inalcanzables ídolos de jazz.


Uno de los parajes cantábricos que frecuenta Luis

Este final feliz - para él - seguramente les ha sido esquivo a otros muchos que, en otras facetas, también merecían un recorrido vital exitoso. Tratándose de Luis, que es de quien trata esta entrada de hoy, el destino anduvo algo más rácano y le terminó dejando - de momento -, con la miel en los labios. Pero para que ese casi éxito llegara, primero había que tener los deberes hechos; y Luis los tenía. Como alguien dijo en alguna parte, si quieres escribir un buen libro, que la inspiración te coja escribiendo, porque si no pones mucho de tu parte, es insensato pretender que la diosa fortuna se encargue ella sola de todos los trámites.


Gema, la mujer de Luis, que se apunta cuando puede, o cuando las niñas le dejan

El sueño de Luis - ¿cuál si no? - es el de ganarse la vida en la naturaleza, en alguna profesión relacionada con la conservación. Un sueño que parecía realmente lejos, sobre todo después de que la academia en la que preparaba unas oposiciones se desvaneciera con el dinero de los alumnos bastante antes de que éstos estuvieran preparados para el examen. En medio de este guantazo en toda la boca, ese caprichoso destino que juega permanentemente con nosotros sin importarle ni un ápice nuestros sentimientos, hizo de una llamada telefónica ordinaria el vehículo para conseguir un trabajo en el corazón del Occidente, plenamente inmerso en la conservación de la naturaleza.


Arrimando el hombro y sacando patatas

Pero ¡ay!, no iba a ser ésta la vencida. Las circunstancias familiares, en conjunción con el riesgo de quemar las naves partiendo hacia una aventura compleja, en una profesión mucho más ingrata de lo que parece, y donde el índice de deserciones es más que notable, le hicieron ver cómo lo que ya tenía firmemente sujeto en la palma de la mano comenzaba a escurrírsele por entre los dedos. Aunque, en un arrebato de insensatez y testarudez dadas las circunstancias, podía haber dado comienzo a una nueva vida, tuvo la sangre fría de decir que no al sueño de toda su vida.


¿Has visto la rapaz en aquel árbol? Parece un gavilán...

Y ahora se gana la vida en su tierra, entre primates, esperando con el cuchillo preparado a que el Universo - o como tú le quieras llamar -, se decida a darle otro décimo premiado, en un sorteo para el que lleva años acumulando números y aumentando el índice de probabilidad de acierto.

Y creo que confío más en ti y en tu capacidad que tú mismo.

Nos vemos este verano, ...madrugando.


Vámonos, dice. Hoy no hay nada



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lunes, 26 de enero de 2009

Hasta la próxima nevada


Como siempre, circular fuera de las calles principales es delicado

Nada, simplemente unas fotos hechas esta tarde por ahí. La nevada terminó a mediodía, aunque ya hoy fue muy intermitente y apenas añadió nada a lo que había ayer. El sábado y domingo anuncian otra nevada más, a 700 metros de altitud. Y ni siquiera unos días por medio de sol para recargar las baterías, porque seguirá lloviendo en cotas bajas y nevando en las alturas.


En dirección al monte

Salí a dar una vuelta con un objetivo concreto, pero dos mastines carentes por completo de las más mínimas nociones de diplomacia y capacidad de diálogo frustraron mis planes, y terminé desviándome por una calecha infame y estrecha, cruzada de lado a lado por numerosas zarzas, y con un caudaloso reguero corriendo por el centro, mientras uno de los mastines hacía ademán de intentar seguirme. Mientras, otra pareja de canes de la misma etnia me seguían en paralelo justo por el camino por el que tenía pensado volver, también con muy malos modales.


La calecha o camino, con un incómodo reguero en medio

La calecha -camino, para los no astur-leoneses-, estaba finalmente cortada por un infranqueable árbol vencido por el peso de la nieve, y no hubo más narices que regresar por el mismo sitio, justo cuando la segunda pareja de mastines dejaba libre la vía de escape inicial, para dirigirse precisamente adonde yo me dirigía ahora. Sin más arma que un endeble paraguas para plantarme ante cuatro mastines defendiendo su territorio, me imaginaba que, por lo menos, iba a haber palabras fuera de tono. Aunque el mastín leonés es uno de los perros más nobles que hay y casi siempre terminamos haciendo buenas migas, cuando defienden lo suyo siempre hay algún ejemplar rudo e inflexible que le hace pasar a uno cuando menos un mal rato. La suerte estuvo de mi parte, porque justo en el momento clave apareció el dueño de los dos primeros en su Land Rover y los otros dos detectaron mi paso ya un poco tarde.


La calecha, en el único punto ancho y despejado

Acabo de limpiar con la pala un espacio para que pueda aparcar el camión del gasóleo de la calefacción, porque sólo queda ya para unos poco
s días, y era precisamente la sección de calle donde cayó toda la nieve del tejado. A casi un metro de espesor por diez metros de largo y tres de ancho, estoy muerto. Y eso que este invierno he paleado como un maquinista de tren de carbón. Pero no termino de coger el punto de forma.


Lo paleado a un lado...

Ahora que he terminado de palear, curiosamente deseo que no nieve un solo copo esta noche. Lo que es el egoísmo...


...y lo paleado al otro



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domingo, 25 de enero de 2009

La extinción de los titulares



¿Cómo podía bautizar esta entrada? ¿La 3ª 'Nevadísima'? Ya sería un poco repetitivo y poco original, ¿no? Y es que los titulares se van acabando. Como este otoño-invierno no para de nevar...



Hoy, comentándolo con dos amigos locales, ninguno de los tres podía dar un número aproximado de las nevadas que llevamos. ¿15? ¿20? Sólo esta semana fueron 3: la del lunes al martes, la de la madrugada del viernes al sábado y ésta. La semana anterior ya no lo recuerdo, pero casi tengo seguro que desde finales de octubre la nieve ha blanqueado el suelo en el fondo de los valles todas las semanas. Unas veces un dedo; otras, dos; otras, diez centímetros; y luego, las gordas. Otros años caía la gran nevada de cuarenta centímetros de espesor, y tres o cuatro menores. Este año, algunos montones de nieve caída del tejado en puntos sombríos estratégicos, llevan sobreviviendo a la extinción, por lluvias o subidas de temperatura, desde principios de diciembre, ya que cada pocos días aparece una nueva nevada de refuerzo. Eso a pesar de que el jueves, y especialmente el viernes, llovió sobre nosotros medio Océano Atlántico.



Y como cada nevada intensa podría ser la última, hay que salir a hacer fotos, que hasta el año que viene queda mucho tiempo. Pues por eso, y aunque la previsión del tiempo para mañana sea más de lo mismo, he salido a patrullar las calles bajo la luz de las farolas, que también tiene su cosa. Y para que los que vivís en la gran ciudad sepáis que, aunque allí tengáis lugares de entretenimiento y ocio sin cuento, o intimidad en abundancia, os estáis perdiendo algo que realmente no tiene precio, como son las fuerzas de la naturaleza en plena acción a la puerta de casa.



P.D. No sé si con este proselitismo descarado he conseguido convencer a algún urbanita para que haga las maletas y se venga a vivir al Alto Sil. Pero siento que debo intentarlo.

P.D. bis. Ya sé que algunos estáis en la ciudad por el trabajo y ya os gustaría. No iba por vosotros


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jueves, 22 de enero de 2009

Miembros de la Plataforma para el Desarrollo...


El equipo de la Plataforma para el Desarrollo y Difusión del Alto Sil al completo, en una pieza

La Plataforma para el Desarrollo y Difusión del Alto Sil es, de momento, una plataforma unipersonal, que significa que sólo se compone de una persona, aunque ello no quiere decir que sólo tenga un miembro.

La Plataforma es un grupúsculo absolutamente heterogéneo, compuesto por un equipo perfectamente compenetrado y sin fisuras ni tensiones personales. Cada miembro se ocupa de una misión concreta, claramente definida, y que cumple a rajatabla.


El equipo de la Plataforma para el Desarrollo y Difusión del Alto Sil al completo, por piezas

Veamos la composición de la Plataforma:

  • Responsables del área de movilidad y transporte. Son las únicas hermanas gemelas integradas en la Plataforma, y casi me atrevería a decir que las más sufridas y con un desempeño más exigente. Llevan una vida muy arrastrada y aproximadamente al año han de ser sustituidas en su puesto por una pareja de gemelas más jovenes, porque si no mueren en acto de servicio, por lo menos una vejez prematura las aparta del servicio activo.
  • Responsable del área logística. Se encarga del abastecimiento de provisiones, ropa de abrigo y otros elementos menores necesarios. En su demérito, he de decir que es de una vagancia extraordinaria, porque siempre le toca a otro de los miembros del equipo llevarla a la chepa en todo momento. En su haber diré que mantiene sus cremalleras bien cerradas y nunca ha perdido nada de lo que se le encomendó guardar.
  • Responsable del área meteorológica. Aunque comparte esta responsabilidad con otros miembros secundarios de la Plataforma, en situaciones de lluvia y nieve su presencia en el equipo es fundamental para el resto de los miembros.
  • Responsable médico. No tiene conocimientos de medicina y enfermería, pero se ganó los galones en una ocasión en el valle de Salentinos. Después de setecientas jornadas formando parte del equipo, ya casi se le consideraba un convidado de piedra, y ese día cumplió eficazmente con su cometido. Sólo lleva unas tiritas, gasas, pequeñas tijeras, calmantes y poco más.
  • Responsable del área de higiene. Sin comentarios, aunque os aseguro que se pasa muy mal el día que no viene de excursión.
  • El Guía. Hay que saber comprender lo que dice, porque a veces no se le entiende bien, pero se conoce el relieve del terreno a la perfección, aunque de senderos anda un poco falto de conocimientos.
  • El experto en terrenos adversos. En ocasiones tiene que sostener a todo el resto del equipo junto, pero principalmente se echa mano de su capacidad de apoyo en tramos de barro resbaladizo, nieve, hielo o cruce de arroyos. Después de doce años en primera línea, está ya muy castigado y posiblemente pronto pase a la prejubilación... o a mejor vida.
  • El maquinador. Es el líder indiscutible del grupo, y el resto de miembros del equipo cumple sus órdenes a pies juntillas. Eso quizá puede sonar poco democrático, pero hasta ahora no ha habido quejas ni insubordinación alguna, desconozco si debido a su capacidad de liderazgo (jua, jua) o al tipo de personalidad sumisa de los demás. De su mente salen todas las ideas (más malas que buenas) y los proyectos a realizar. Como podéis ver, no tiene el valor de mostrar su rostro auténtico (aquí lleva peluca y bigote postizo) y oculta su verdadero nombre tras un seudónimo.




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miércoles, 21 de enero de 2009

Nevadina


Uno de los pinos esporádicos que crecen en algunos puntos de San Miguel de Laciana

Estamos mal acostumbrados ya. Con este invierno tan extraordinario en nieves, del que no se recuerda algo parecido en las últimas tres décadas, una nevada de veinte centímetros de espesor es casi ya una anécdota que no hace arquear las cejas a nadie. Desde luego era mucho más guapo anoche, mientras caían gruesos copos a la luz de las farolas, que una vez que ha concluido. Más que nada, porque mientras se contemplaba se tenían esperanzas de que el temporal no parara y las nubes tuvieran munición en abundancia.


La Peña de Carraceo desde las calles de Meneza

Aún así, como cualquier otra nevada mayor o menor, se disfruta del paisaje y aquí van unas instantáneas de San Miguel de Laciana y Villager.


Prados de Villager de Laciana

Dice el refrán que por San Blas la cigüeña verás, y si no la vieres, año de nieves. Bien, San Blas es el 3 de febrero y estamos en año de nieves, pero las cigüeñas han empezado a llegar a Laciana. Parece que las cigüeñas tienen el calendario climático ajustado a los últimos años y les ha pillado a contrapié este peculiar invierno.


Ahí está, más pancha que ancha



Los bungalows del cámping Laciana, vistos así fuera de contexto, parecen una aldea alpina o nórdica



La iglesia románica de San Miguel de Laciana



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martes, 20 de enero de 2009

Arquitectura de Laciana, Babia y Omaña

Hace pocas semanas salía a la luz un nuevo volumen de la colección Cuadernos de Arquitectura, de la mano de José Luis García Grinda, un año después del primer volumen, que estuvo dedicado a la comarca leonesa de La Cabrera.

En esta ocasión, se trata de las comarcas de Laciana, Babia y Omaña -casi nada- en un territorio sobre el que se publica muy poco de forma genérica. Sólo voy a decir que esperaba este libro con ansia, después de haber devorado con fruición el primer volumen, atractivamente maquetado, con muchísimas fotografías de detalle y fruto de un gran trabajo de investigación.


La prensa traía unas declaraciones del autor tras la presentación del libro, a las que remito al lector para más información.



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miércoles, 14 de enero de 2009

Cuando no hay sueño




Hoy seguimos la tónica habitual de las temperaturas y tampoco hemos conseguido superar los 0º grados de máxima. Parece mentira que en estos días más fríos del año, con lo bien que se debe estar en la osera hibernando, algún oso decida salir a darse un garbeo. Y por lo que veo, no es el único úrsido errante que anda por ahí.







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