martes, 3 de marzo de 2009

El robledal de La Trapiecha


El robledal de La Trapiecha, en otoño, detrás del embalse de Matalavilla

Al sur de Valseco, en la umbría del cordal que separa este valle del de Salentinos, una banda de varios kilómetros de longitud, principalmente de roble, cubre toda la ladera. En Matalavilla le llaman La Trapiecha, aunque no estoy seguro si la porción enfrente de Valseco será llamado aquí igual. Es un bosque principalmente compuesto por árboles jóvenes, aunque intercalados entre ellos aparecen ejemplares centenarios. Hay incluso una porción de abedules, todos de tronco muy fino.


Una vista concreta del sector más oriental de La Trapiecha, donde va la ruta de hoy. En esta foto también se percibe la verticalidad de estas laderas

A través del extremo oriental del bosque discurre una pista, cuya función me explicó un día Luis, de Matalavilla, pero que no consigo recordar. Nada importante. De hecho, no va a ninguna parte. Muere lejos del cordal y en ningún sitio de interés comprensible. Otro día, un verano, subí desde Valseco hasta el pico Chao, por la evidente vaguada, la más larga que se adentra en todo el cordal, justo al este de donde muere la pista que menciono. Al descender, encontré en la base de la montaña un sendero desbrozado que ascendía hacia ella. Lo dejé para otra ocasión.


El Castiecho, por donde discurría la ruta de otra jornada, hacia las Brañas de La Turria

Hoy era esa ocasión. Aunque ayer nevó, la nueva capa no sobrevivió en las cotas bajas de la montaña. Los quince días de buen tiempo anteriores habían hecho subir la cota de nieve varios centenares de metros ladera arriba. Era una buena ocasión para ir. Una ruta corta, para un día con poco tiempo disponible.


Valseco

Valseco seguía en sombra a las 10 de la mañana. Había que cruzar el río del mismo nombre, que es el que recorre el valle de 17 kilómetros entre Palacios del Sil y Salientes. A pesar de que llevaba dos pares de guantes (más práctico que llevar unos muy gruesos) notaba dolor en las yemas de los dedos en la zona en torno al río. Hay un puente hermoso, sólido, casi mejor que los que encontramos luego en la carretera. Y es solamente para un camino que se dirige a las fincas del otro lado.


El inicio de la ruta, tras pasar el puente. Está hecha al regreso, ya a pleno sol

Se va ganando altura pausadamente, dejando caminos a derecha e izquierda, hasta que el nuestro se abre en un gran desbroce, que continúa valle arriba durante mucha distancia. Justo ahí sale el sendero en cuestión hacia la derecha, donde la ladera de la montaña gana verticalidad. No es una ruta para repetir, como veréis después, así que no voy a dar datos precisos de cómo llegar hasta aquí. Al principio, cuando más pendiente tiene el sendero, se notan claramente cortados los tallos (más bien troncos) de los piornos a los lados. Empieza ya a haber nieve, muy dura. Al entrar en el bosque de robles, el sendero se vuelve menos claro. También disminuye la cuesta. Hay muchísima piedra entre los árboles, muy espaciados. Quizá debido a tanta piedra, el bosque no es más denso. Aparecen unas grandes manchas de sangre en la nieve. No hay huellas recientes en la nieve; es extraño. Quizá cuando pasó por aquí el animal, aún estaba muy dura y por ello no dejó huellas.


El inicio del sendero, aún razonable


Mucha sangre en la nieve. ¿Un jabalí herido en la cacería del domingo? ¿Alguna presa huyendo del lobo? ¿Otro montañero que intentó desentrañar los secretos del bosque...?

Encuentro un tubo fino de pvc que baja de las alturas. Alguna toma de agua. A partir de aquí el sendero se complica. El peso de la nieve de los últimos meses ha doblado completamente las ramas de las urces (brezo) y de los piornos y escobas (retama). En muchos puntos hay que ir paralelo al sendero, porque está impracticable. No es cómodo, porque aquí el terreno tiene mucha pendiente lateral y la hierba o las piedras están medas por la helada. El problema es cuando está aún peor por fuera del sendero que por él. No me iba a dar la vuelta ahora. La pista a la que quiero llegar no puede andar muy lejos. En un punto tuve que avanzar con los codos y las rodillas, aunque terminé como las lagartijas, porque la mochila se me atascaba en las ramas. En otras dos ocasiones, me quedé atascado entre la maleza y tardé medio minuto en poder liberarme. Al llegar a una especie de loma, la vegetación se abrió y ya no se veía continuación del sendero por ninguna parte.


No son muchos, ni muy grandes, pero hay una buena colección de robles centenarios

Desde aquí se ve la pista, pero al otro lado de la vaguada, a menos altura. Me pregunto si llega a pasar por encima de donde estoy yo o muere en ese arroyo. Cruzar un arroyo campo a través es una pesadilla, porque allí la densidad de vegetación es mayor. Decido subir en línea recta ladera arriba, a probar. Salgo con dificultad a un nevero largo y estrecho, de nieve durísima. Al final se distingue el talud inferior de la pista.


La ansiada pista (más bien un camino ancho) parecía la Nacional VI, después de las penurias previas


Sin ningún objetivo, una vez concluida la pista, a disfrutar un poco de la nieve

La pista resulta ser casi un camino. Debe de tener muy poco uso y se ha ido estrechando. De todas formas, me parece una autopista de seis carriles, después de lo penoso que resultó el sendero. Está toda tapizada de nieve, y pronto llega a su fin. Acaba en una vaguada sin río, extraña. En las curvas de nivel del mapa, se ve que no continúa hacia abajo. Subo por ella, porque está despejada. Acaba en una especie de dolina, preciosa. De ahí hacia arriba, en trescientos metros de desnivel llegaría al cordal, pero ni era mi intención ni la vegetación promete un ascenso cómodo. Lo dejo aquí.


Simpático bosquete visto desde las alturas


Pasando por él, dos horas más tarde

Para bajar, recorro la pista hasta el valle. Algo más abajo de donde la alcancé desde el sendero, abundan las huellas de botas. Una cacería el domingo, supongo. Las huellas están dilatadas y difusas, y cuadra con que hayan podido pasar un par de días. Según voy bajando, estudio la distribución de los caminos en las vegas de Valseco. En Valseco hay un mastín que no me gusta un pelo. Es viejo, con muy mal carácter. Tiene como si fuera la parte interior de los párpados hacia fuera y no se le ven los ojos. Esto añade más impresión. Siempre se tira a mi coche cuando paso. Una vez, que pasaba a pie, salió hacia mí. El dueño estaba allí y le dio una voz. "No hace nada", dirán. Ya, pero un perro de 60 kilos con ese carácter impone mucho. Me acuerdo de todos aquellos pueblos remotos de Asturias, que tanta pereza me daba cruzar. Por allí los únicos forasteros que pasan son el del pan, el del pescado, el cartero y el de la luz. Los perros ya conocen su olor. El mío no. Recorría los pueblos de cabo a rabo con algún perro (a veces cuatro o cinco) ladrándome todo el tiempo. Una señora una vez me preguntó: "¿No les tienes miedo?". Le tenía que haber dicho: "Señora, a un perro no se le puede tener miedo. Si te lo detecta, estás perdido". La mayoría eran perros-patada, que lo único que hacían era ponerme la cabeza como un bombo. Pero siempre había alguno grande, no sólo de los que ladran por ladrar, sino también de los que enseñan los dientes. Llegó un momento en que me cansé y evitaba cruzar los pueblos en la medida de lo posible, saltando muros, buscando caminos alternativos. Hoy también.


El bisho en cuestión. Que conste que me encantan los mastines, pero los cascarrabias, no

Memoricé un camino que recorría toda la extensión hasta casi el final. Había un tramo en que desde las alturas no se veía por dónde iba. Quizá hubiera que ir campo a través o saltar alguna valla. Al llegar abajo, no se parecía el terreno a como se veía desde arriba. Era muy distinto. No sabía si me orientaría bien. El mapa militar era una maraña de caminos de los que era difícil sacar una idea clara. Pero lo encontré a la primera, acerté en todos los cruces y resultó que sí enlazaba con el camino inicial de la mañana.


En las vegas de Valseco, con las estribaciones del pico Chao (2.048 m.) detrás

Algo antes de llegar al gran puente sobre el río Valseco localicé un muro en la distancia. Un muro curvo. Allá, encima de las peñas que hay enfrente del cementerio. Nunca lo había visto. Todas las veces que he estado por la zona he buscado cortines con los prismáticos en las laderas de solana. Nunca había visto éste. Tenía que ser un cortín. Al llegar a la carretera, subí hacia las peñas. Desde su cumbre no se veía nada. Menos mal que había hecho una captura mental de la ubicación. Hasta que no estaba a unos pocos metros de él, no lo vi. Era pequeño, con los muros ya muy caídos, y completamente circular. Tiene que ser un cortín. En el interior, las dos terceras partes de su superficie estaban tapadas por brezo y algún pequeño roble. Se apreciaba una especie de plataforma en el suelo. Esto es un cortín.


Los restos de un cortín

Ha sido una ruta corta, de sólo tres horas. Y parece mentira que sigan apareciéndoseme, constantemente, rincones escondidos y salvajes. En pocos lugares de España ocurre esto. Parece irreal que el Alto Sil esté en España, tan humanizada como está ya. Tan destruida. Nadie conoce el Alto Sil. Algunos han oído hablar del Catoute. Otros, de Laciana. Ni siquiera gente que lo atraviesa desde hace años de forma periódica tiene el concepto del Alto Sil. Saben que hay montañas, a ambos lados de la carretera, les puede sonar el nombre de algún pueblo, pero no conocen que encierra todo lo que encierra. Ese poder sentirte el primer ser humano que pisa en un lugar, aunque no lo seas - o igual hasta sí lo eres - no parece real en la Europa del siglo XXI. En el Alto Sil esa sensación es posible. Las montañas no serán tan impresionantes como las de Picos de Europa o Somiedo, pero es eso precisamente lo que ha mantenido oculto el secreto del Alto Sil. Lo que ha impedido su masificación. Si te gustan los bosques sin mácula, el silencio o la exploración, el Alto Sil te está esperando. Házle una visita. No te defraudará.


Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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2 comentarios:

  1. Preciosa ruta y muy bien ilustrada y explicada (como todas las de la casa). El bosquete por la alineación que mantienen parece una plantación pero no distingo bien si son nogales... en cuanto al perro-patada, es un buen hallazgo lingüístico que no conocía pero que siempre pasaba por mi mente al soportar los fanfarrones, histéricos, agudos y fatuos ladridos de esos perrillos falderos.., saludos

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  2. Hoy os encontré por casualidad y me gusta mucho la página, tiene mucho trabajo, yo hago mis pinitos con un blog sobre Matalavilla (nací en él y le tengo mucho cariño)pero nada comparable a lo vuestro, no os canseis nunca.

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