lunes, 15 de diciembre de 2008

Fin de la 2ª 'Nevadísima'


La inapelable fuerza de la gravedad pone en movimiento estos pequeños 'glaciares' urbanos

Todo tiene un final, y las grandes nevadas también lo tienen. Ésta, que ya ha entrado a formar parte de la leyenda reciente de la cordillera Cantábrica, duró realmente menos de 48 horas, y acumuló a mil metros de altura nada menos que 75 centímetros de espesor. Ahí es nada. Si a esos centímetros le sumamos en algunos puntos la nieve despedida pasada tras pasada por las máquinas quitanieves o la que hoy ha estado cayendo desde los tejados al subir la temperatura, encontramos auténticas barricadas infranqueables de metro y medio de altura.


Tere, altruista ella, derriba con un palo de escoba el pequeño ventisquero para que no ceda de improviso sobre algún transeúnte

Hoy se veían por las calles más caras entusiastas que apesadumbradas, lo que certifica que la nieve produce más regocijo que congoja, sobre todo cuando los institutos mandan a casa a los alumnos por la no asistencia de los profesores -las calles se llenan de francotiradores armados de bolas de nieve- o el temporal no te sorprende en la carretera lejos de casa -que les pregunten a los miles de conductores que quedaron atrapados en la A-66 si les gustó la nevada-. Pero cuando el mayor desplazamiento que tienes previsto en el día es ir a comprar al supermercado a pie o visitar a un pariente que vive a tres manzanas de distancia, estos espesores de nieve no son mayor contratiempo. Y más cuando apenas circulan vehículos y se puede caminar tranquilamente por el firme de la carretera o las calles principales, donde la nieve apenas levanta unos centímetros del suelo.



Y aunque ya me empiezo a repetir como el pepino, me vuelvo a preguntar de nuevo: ¿y qué viene después? Porque hay que recordar que estamos en otoño. Francamente, el clima ya es como ver una buena película de intriga: no sabes qué va a pasar después ni quién es el malo, porque todo es posible.


La nieve caída del tejado acumula más de dos metros de altura a la puerta de la casa de Sierra Pambley mientras los alumnos del curso de Lingüística se fusilan a quemarropa con bolas de nieve



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