sábado, 20 de diciembre de 2008

Corros. Una visita a Pepe


Capilla de la aldea de Corros

Corros es una aldea asturiana del valle del Naviego, en la Reserva del Cueto de Arbas, a poca distancia del pico del mismo nombre. No tendría mayor historia si no fuera porque, estando aún habitado este pueblo, sólo se puede acceder a él por una pista estrecha sólo transitable para vehículos todoterreno, dado lo descarnado y empinado del trayecto. Desde principios de los años ochenta del siglo XX, solamente un habitante reside en Corros de forma permanente, que viene a significar que durante seis o siete meses seguidos es la única alma humana que lo habita.


Cueto de Arbas, visto al mediodía durante el descenso de Corros

Este habitante no es otro que José Santor Antón, de 78 años de edad, que cuenta con la nada despreciable compañía de tres vacas, tres perras, tres gallinas, y algún gato, pero que, por esas cosas de la madre naturaleza, no tienen la capacidad para entablar conversación con Pepe y por ello, la razonable sensación de soledad debería estar demasiado presente en la vida de este buen hombre. Pero este razonamiento no es válido en este caso, porque Pepe lleva ya tanto tiempo solo que la soledad no es uno de sus problemas prioritarios y nunca se quejará de ello, para pasmo de tantos.


Pepe, en la ventana de la cocina de su casa, con su mejor boina

Ermitaño involuntario tras la emigración o fallecimiento del resto de sus vecinos o familiares, le preocupa más ahora mismo la reparación del cable de la televisión, que falló hace un mes, y que recorre los trescientos metros de la aldea de cabo a rabo hasta una antena en El Teso, desde donde se captan las ondas del repetidor más próximo. La cobertura de teléfono móvil no es mala excepto en algunos momentos en determinados lugares de su casa, y la radio funciona aceptablemente. Gracias al teléfono, que carga con una pequeña placa solar en su tejado, contactó con él hace unos días Onda Cero Radio de Gijón. También tiene en su haber una entrevista televisada en Telecinco o incluso en la mismísima BBC.


Corros

Porque Pepe, además de ser famoso por las circunstancias de su aislamiento, ajenas completamente a su voluntad, es un tipo encantador: dicharachero, hospitalario, con un excelente sentido del humor, honesto, franco, irónico, pero con la personalidad suficiente para no dejar que las vacas de Francisco el del Moirazo -simpático vecino de Trascastro- se enseñoreen de todo cuanto les plazca. Situaciones demasiado frecuentes y que provocan que Francisco dé cuantos rodeos sean menester por recónditas sendas para evitar un encuentro con el airado Pepe.


El parlanchín Francisco, de Trascastro, objeto de las iras de Pepe

Pero la vida de Pepe no sería lo que es, ni quizá hubiera llegado hasta la edad que ha alcanzado, si no fuera por la ejemplar y siempre disponible presencia de su mejor amigo, Eduardo, un altruista vecino de Villablino que merecería un monumento a la misma entrada de Corros, para premiar tanto esfuerzo, tantas y tantas horas de ayuda desinteresada y los cientos de viajes a través de un largo y complicado itinerario que hay que recorrer entre las dos localidades. Porque no es sino Eduardo el que le lleva y le trae a la villa de Cangas a las gestiones que sean necesarias; a las consultas del hospital; el que le ayuda en determinadas tareas de la casa; el que le ha traído tantísimas cosas que Pepe necesitó, que la lista de todas ellas taparía el camino de Corros de un extremo a otro.


Eduardo y Pepe, una amistad ejemplar

Desde hace más de un mes, la única persona que ha pasado por Corros no es otra que el propio Eduardo. El otoño enrevesado que estamos teniendo también ha tenido la culpa, porque Valdés, cuñado de Pepe, y cada vez menos asiduo en las visitas, no ha podido alcanzar Corros en su vehículo con las provisiones. Así que, a excepción de lo que Eduardo le pudo subir en su mochila tras tres demoledoras horas de ascensión con las raquetas hace quince días, los alimentos frescos de Pepe ya habían pasado a mejor vida.


Último escollo antes de alcanzar Corros: ventisquero en el camino, con el Cueto de Arbas detrás

Aunque yo ya había visitado a Pepe otros inviernos, nunca había tenido el privilegio de hacerlo acompañado de Eduardo. Porque es realment
e un privilegio. Caminar con Eduardo es hacerlo junto a una enciclopedia de dos tomos: el volumen I, sobre la naturaleza cantábrica, de la que puede estar hablando durante horas con precisión sin repetir ningún tema; el volumen II, aún más grueso que el primero, contiene infinidad de anécdotas, noticias e historias sobre aldeas, personajes y hechos sucedidos en Laciana, Somiedo, Belmonte, Degaña y otras zonas cantábricas.


Eduardo estudia unas huellas de lobo entremezcladas con otras huellas ensangrentadas de jabalí

Eduardo nació hace cincuenta años en Villaseca de Laciana, una de las poblaciones mineras por excelencia del norte de España, y ya sintió desde muy joven una pasión irrefrenable hacia la naturaleza y su conocimiento. Al no haber podido conseguir la nota suficiente para cursar Veterinaria, la carrera que tanto ansiaba estudiar, comenzó la muy distinta alternativa de Ingeniero Técnico Agrícola, a la que nunca consiguió aficionarse y que abandonaría en el tercer y último año, por culpa también de que 'andábamos detrás de las mozas', y decidió regresar a su tierra y trabajar en la minería, donde pasaría los siguientes veinticinco años de su vida. Hubo otro intento académico, esta vez dirigido hacia la Escuela de Ingenieros de Minas, pero tampoco fructificó, porque 'salía muy cansado de la mina y sin ganas de estudiar'. Desde hace ya algunos años, Eduardo está prejubilado de la mina y dispone de más tiempo para aquello que más le gusta: recorrer la naturaleza cantábrica, observar su fauna y conocer y charlar con sus habitantes.


Eduardo con Chenoa, una mastina de Pepe

Vista la cantidad de nieve que aún aguanta en la cordillera Cantábrica, se decidió iniciar la ruta en Trascastro antes del amanecer, por aquello de ascender lo máximo posible con nieve dura y poder llegar pronto a Corros para poder estar más tiempo con Pepe. Aunque mucha nieve bajo los pies termina resultando una experiencia pesada, la memoria es frágil, y según pasa el tiempo se olvidan las penurias y se vuelve a desear embarcarse en empresas similares. Pero la cantidad de nieve a día de hoy no era la esperada, y aparte de una menor fotogenia, la pelea entre ella y nosotros resultó desigual, ya que en menos de dos horas de ascensión parsimoniosa -más que nada porque tampoco deseábamos sacar a Pepe de la cama demasiado pronto- nos plantamos en Corros sin haber tenido necesidad de calzarnos las raquetas. Otra historia sería ya el descenso.


Ascendiendo a Corros, pasada la Pena de las Cruces

Pepe resultó estar recién levantado, y pudimos asistir al infernal ritual de prender la cocina de carbón de su casa, que es el único rincón con una temperatura razonablemente humana. Infernal, porque la humareda que desprendían las escobas y piornos cortados el día anterior por Pepe y que usaba para iniciar el fuego seguían estando verdes, y la nube opaca y asfixiante rápidamente llenó la estancia y nos expulsó a Eduardo y a mí al corral, mientras Pepe seguía al pie del cañón, sólo visible medio cuerpo con la parte superior desaparecida en medio de la niebla gris. Viendo que yo casi me asfixio en unos pocos segundos que pasé allí, aún me pregunto cómo Pepe se mantenía tan fresco en medio de semejante infierno. Igual que, viendo los ocho grados de temperatura que había en la cocina, me pregunto cómo se puede vivir día tras días con una chaqueta y un fino jersey y no sufrir una hipotermia. Y llegar hasta los 78 años con una salud razonable.


Pepe, prendiendo la cocina, cuando aún se podía respirar

Las experiencias culinarias en casa de Pepe a veces pueden resultar pavorosas. Pepe no acepta un no por respuesta cuando ofrece algo para comer o para beber. A mí, que se me sube a la cabeza una simple cerveza mixta, me tocó en más de una ocasión descender tambaleándome camino de Trascastro tras no habérseme aceptado mis alegaciones a sucesivos vasos de vino peleón. En otra ocasión temí por la integridad de mi hígado, después de haber tenido que embuchar, sí o sí, nada menos que diez huevos cocidos. Hoy, Eduardo y yo conseguimos salir de Corros con sólo cinco huevos cocidos comidos por cabeza. También hay que tener en cuenta que las gallinas de Pepe parecen sólo saber poner huevos de tamaño XXL.


Una avalancha tapa completamente el camino en Purradiechu, a mitad de ascensión

Al regreso, ya pasado el mediodía, se imponía descender con las raquetas puestas, aunque luego la nieve resultó tener cierta consistencia y no ser un gran problema. Al llegar a Trascastro retornamos a la dura realidad de las placas de hielo, ese gravísimo problema que tiene medio colapsado a Villablino y que, viendo la previsión del tiempo para los próximos días -sol por el día y heladas por la noche- no va a cambiar.


Vista desde la carretera del Puerto de Leitariegos de la ladera por donde discurrió el itinerario de hoy



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar




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6 comentarios:

  1. Gracias Eduardo, por esa labor tan maravillosa que haces.
    Tengo pendiente una visita a Corros para ver a Pepe(Una gran persona)y volver a abrazarlo de nuevo.

    M.......

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  2. Hola Eduardo, gracias a Fernando Rodriguez que me ha pasado este enlace he podido recordar viejos recuerdos.
    Mi padre nació en Corros el 3 de Enero de 1905 (debieron pasarlo pu....) y falleció en Enero de 1994.
    Ya en 1966 intente buscar en Asturias el pueblo de mi padre y desistí (pues residiamos en Madrid), total que cuando falleció me dije tengo que llevar sus cenizas a Corros y asi fué.
    En Agosto de 1994 aparcamos en coche en Trascastro y despues de 2 horas llegamos a Corros (perdona todo el rollo), nos sale a recibir Pepe (amable hasta el infinito), y resulta que su padre y el mio eran o son primos segundos, ya te puedes imaginar mi alegria y la suya.
    Despues de mas de 3 horas de conversación (2 anécdotas que recordaba de mi padre coincidieron con las que recordaba de su padre (pues mas emoción).
    Prometí volver, pero no ha podido ser, ahora con este tu blog me has levando bastante el ánimo.

    Cienes y cienes de gracias por el buen rato que he pasado leyéndote.

    Un abrazo cordial.

    Plácido Fernández.

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  3. Plácido: yo no soy Eduardo, sino el narrador de la historia. Un saludo

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  4. Hola de nuevo, como en el comentario anterior decia "Gracias Eduardo" pues pense que te llamas
    Eduardo, pero vamos que no tengo el gusto de conocer a Eduardo ni a ti, pero me gustaria.
    Muy buenas narraciones.

    Saludos y Suerte.

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  5. Unos días antes del reportaje, recibí una llamada de T.V.E. preguntándome si yo era el Eduardo que conocía a este señor, y si sabía donde estaba el pueblo de Corros. Sospechando que pudiera ser una tomadura de pelo, me quedé un tanto sorprendido, pero muy amablemente se identificaron y me tranquilizaron sobre el asunto.
    Comentando con mis amigos la llamada, llegamos a la conclusión de quien era Eduardo. Puesto al habla con él, puesto que también le conocía, me sorprendió muy gratamente el que dedique su tiempo libre a realizar estas labores humanitarias, de las que la sociedad de consumo en que vivimos, tan necesitada se encuentra.
    Me alegero infinito por este hombre que ha decidido vivir a su manera en una zona tan intrincada, y estoy totalmente seguro de que es inmensamente feliz con sus cuatro cosas, no sintiendo la más mínima necesidad de poder, ni de dinero, que parece que es lo que hoy la sociedad ansía.
    Gracias de nuevo a Eduardo y a T.V.E. por mostarnos un reportaje tan aleccionador.
    Un saludo. Otro Eduardo.

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  6. Qué simpático lo que cuentas en el primer párrafo.

    Seguramente, si no lo hubiera escrito en este blog, las acciones de Eduardo seguirían en ese desconocimiento en el que se han mantenido durante más de diez años, salvo para sus conocidos más allegados, y los vecinos de los pueblos inmediatos a Corros. Seguramente también, si Eduardo hubiera imaginado que las fotos que yo le iba sacando medio a escondidas las iba a publicar en el blog con el texto correspondiente, no me hubiera dejado sacarle ninguna (de hecho, él ni siquiera sabía que yo tenía un blog). Porque eso es lo más destacable de la labor de Eduardo: que no la hace buscando el reconocimiento ni el aplauso, sino porque le sale de dentro. Y ésas son precisamente el tipo de personas que me gusta retratar en este blog: las que no buscan ser retratadas, siendo mucho más valiosas para el resto de los seres humanos que otras que sí buscan ser retratadas, pero cuya labor no esta hecha de corazón, sino buscando la publicidad.

    Gracias por tu comentario

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