lunes, 20 de octubre de 2008

Jornada otoñal sin cumbres


Solitario capudo -serbal del cazador- junto a la Peñona

La idea original era ascender al Tambarón por el valle de Urdiales, desde el fondo del mismo. Como ocurre algunas veces cuando un itinerario es la primera exploración de un determinado lugar, termina uno saliendo por peteneras y el proyecto original termina con un final muy distinto. Pero eso es lo de menos. Las montañas van a seguir estando ahí y, por cierto, la jornada ayudó a indentificar la más razonable ruta para subir al Tambarón, en el marco del valle de Urdiales.


Inicio del valle de Urdiales, con la cumbre sur del Tambarón a la izquierda del capudo

En Fasgar las mañanas, desde el mes de septiembre, son gélidas. Todo escarchado, y capa tras capa de ropa sobre el cuerpo que, con los primeros rayos de sol, hay que desechar por completo por el aumento descomunal de la temperatura. Pero como dicen que el frío conserva -mira a los japoneses con su baño anual en aguas congeladas- de estos madrugones de tiritonas a lo mejor recogemos la cosecha en la vejez, con un cutis impropio de esas edades.


Los capudos son los únicos que dan un tono disonante a la monótona vegetación del valle. Al fondo, a la derecha, ya asoma la Peñona.

El recorrido inicial por el valle del Arroyo Urdiales es muy llevadero. Es un valle glaciar muy claramente definido, con su fondo ancho y sus laterales en fuerte pendiente. Hace unos días hubo un gran incendio en una de sus laderas que sobre todo quemó escobas y parece que ningún árbol. La ladera del otro lado del valle -el suroeste- tiene tal densidad de escobas que es altamente recomendable para aquellos que tengan muchas picaduras de tábanos por el cuerpo y necesiten ser rascados continuamente. Aunque más que rascados, desollados. Mete miedo, la verdad. Como aún estamos en otoño, en esos días clave de color mágico, algunos capudos -serbales- aún conservan un intenso color rojo y dan un buen juego entre la selva de retama.


Simpática cabeza de puente de la arboleda en el mar de escobas

Al abrirse más el valle ya no hay camino y se va por sendas intermitentes de ganado hasta que ya no hay nada. Nada es nada. Por la derecha, las escobas se cierran y por la izquierda el río va tan encajonado que hay que trabajar para llegar a la orilla. Del otro lado no es menos, porque para poder salir del hoyo hay que traccionar de los matorrales durante un trecho. Las vacas frecuentan la otra orilla y ya se asciende tranquilamente hasta el corral al pie de la Peñona.


La Peñona o Las Peñonas

Este topónimo merece una explicación aparte. En algunos mapas, se atribuye el nombre de Peña de La Portilla a la cumbre más meridional del Tambarón. Pero por mucho que uno la mire, de peña tiene poco. La única peña importante del entorno es la que está en el valle de Urdiales, a muy poca distancia de La Portilla, el collado que da acceso al valle de Salientes. Pero en Fasgar nadie llama a La Peñona con el nombre de Peña de la Portilla, nombre que allí desconocen por completo y que, por supuesto, tampoco corresponde a la cima sur del Tambarón.


La Peñona, el collado llamado La Portilla y la cumbre sur del Tambarón, de izquierda a derecha

En el corral al pie de la peña, del que quedan restos de un chozo, da la impresión de que seguir de frente hacia La Portilla requiere de algún batallar con las cansinas escobas. En cambio, mirando a nuestra izquierda, el terreno se ve muy llevadero. Así que nada, para allá que vamos. Otro día, desde el ascenso al Tambarón por el valle de Montrondo se distinguía claramente un sendero que bajaba hasta este corral desde una charca que sirve de nacimiento a uno de los arroyos que caen sobre el Arroyo Urdiales. Pero desde aquí no se ve en absoluto. Al final resulta no ser difícil de encontrar porque en la parte superior izquierda del claro ya se ve el inicio de un sendero de ganado.


El reciente incendio en la ladera norte del valle de Urdiales

El sendero atraviesa la ladera del valle en dirección opuesta a la que trajimos desde Fasgar, alejándonos sobremanera de La Portilla y el Tambarón. Un corzo ladra durante diez minutos al eco de su propia voz, que rebota en la Peñona, mientras hace pequeñas vueltas en círculo. Cuando nos queremos dar cuenta, estamos en la pista que sube desde el Collado de Campo por el cordal que cierra el Campo de Martín Moro o Santiago por el norte. Una recogida de arándanos escarchados -ya insípidos a estas alturas del año- y al mirar el reloj recordamos que hay que estar en casa a la hora de comer, por lo que es hora de iniciar el regreso.

En un collado de la pista vemos al fondo un vértice geodésico, cuando en nuestro mapa no figura ninguno y además, es un lugar extraño para ello, ya que no es cota importante y ni siquiera está en la misma cumbre, sino un poco escorado. Así que pies y botas se encaminan hacia allá a investigar. Al final, ¡qué sorpresa! resulta ser un cilindro de varias piezas, hecho en roca caliza con restos de fósiles marinos, dedicado a Samuel Rubio, el insigne escritor del Valle Gordo, con algunas frases suyas esculpidas en la piedra.

Homenaje a Samuel Rubio

Ya en pleno descenso, como es domingo y magnífico día, encontramos una tropísima que asciende desperdigada por la Cuesta de Ocidiello. A los capudos de La Guariza -el abedular de Fasgar y Vegapujín- ya se les ha pasado el arroz y muestran un apagado tono marrón que, sobre el fondo amarillo monótono de los abedules, nos recuerdan que los mejores días de color ya quedaron atrás.


La Guariza ya entró de lleno en el otoño



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar




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