martes, 27 de enero de 2009

Porque el Occidente enamora


Luis, el protagonista de este texto, en su amado Occidente

Érase una vez -y sigue siendo- un metro noventa y pico de catalán que, después de recorrer la cordillera Cantábrica cuando buenamente podía, llegó a la irrefutable conclusión de que su lugar en la misma era el Occidente, esa porción que algunos sin el don del buen gusto ignoran o pasan por alto.


Con su suegro, el genuino Armando, otra víctima indefensa del entusiasmo contagioso de Luis

Hablando de dones, este barcelonés de piernas de alambre que responde al nombre de Luis, posee el don del entusiasmo contagioso, que viene a ser esa capacidad para hacerte creer que no puedes vivir sin algo a lo que media hora antes de cruzarte con él no prestabas la más mínima atención. Bajo este síndrome estaba la primera vez que le vi su mujer Gema, tan poseída por el influjo que quedé totalmente convencido de que la pasión irrefrenable de Luis hacia la fauna en general y hacia algunos bichos en concreto, era plenamente compartida por ella. Tampoco yo soy obstáculo para esta enfermedad invisible e impalpable, que me infecta todos los veranos cuando Luis y Gema, con su camada, llegan indefectiblemente al Occidente.


Mi pie, junto a la huella de un enorme macho de oso pardo, encontrada durante unas pesquisas con Luis

Aunque yo siempre llevo los prismáticos a mano cualquier día de los que salgo al monte, y me gusta toparme con los animales - los abundantes y los menos abundantes - , tampoco me causa ningún trauma regresar a casa habiendo visto sólo un par de corzos. Pero cuando llega Luis, y me empieza a hablar sin pausa sobre este bicho y e
l otro de más allá, resulta que no entiendo cómo demonios me he pasado once meses desaprovechando mi tiempo en este paraíso. Incluso unos días después de su regreso a regañadientes a su tierra, sigo yo con esa inercia de levantarme a las cuatro de la mañana y, una vez en marcha, parar cada pocos metros y analizar el paisaje en busca del bicho rey; o del otro bicho cuyo nombre es mejor no mencionar en según qué sitios, y que, aunque se mueve más, es aún más difícil de observar.


El descanso del guerrero: Luis, con una cariñosa perrita local

Las pasiones humanas son unas energías muy poderosas, que en unos casos te pueden llegar a destruir, y en otros te sirven de guía para que descubras cuál es el lugar que te corresponde en la vida, ...si es que tienes la suerte de averiguarlo. Tengo muy presente el caso de un amigo, apasionadísimo por el jazz, que de tanta afición se había convertido en una enciclopedia andante con unos inmensos conocimientos, mientras trabajaba poniendo copas en un bar corriente y moliente en su localidad natal o trabajaba de asalariado en una fábrica de lijas. Hasta que un día el destino le tendió una mano y puso en su camino a una persona que, aunque mucho le haría padecer después, le colocó de refilón en el mundo de la música, ése precisamente del que él entendía más que la mayoría. Diez años después, dirige dos importantes academias de música, es miembro del jurado en varios certámenes, y viaja todos los años a Estados Unidos de la mano de la principal compañía mundial de instrumentos musicales, habiendo entrevistado ya para algunas revistas a casi todos sus antes inalcanzables ídolos de jazz.


Uno de los parajes cantábricos que frecuenta Luis

Este final feliz - para él - seguramente les ha sido esquivo a otros muchos que, en otras facetas, también merecían un recorrido vital exitoso. Tratándose de Luis, que es de quien trata esta entrada de hoy, el destino anduvo algo más rácano y le terminó dejando - de momento -, con la miel en los labios. Pero para que ese casi éxito llegara, primero había que tener los deberes hechos; y Luis los tenía. Como alguien dijo en alguna parte, si quieres escribir un buen libro, que la inspiración te coja escribiendo, porque si no pones mucho de tu parte, es insensato pretender que la diosa fortuna se encargue ella sola de todos los trámites.


Gema, la mujer de Luis, que se apunta cuando puede, o cuando las niñas le dejan

El sueño de Luis - ¿cuál si no? - es el de ganarse la vida en la naturaleza, en alguna profesión relacionada con la conservación. Un sueño que parecía realmente lejos, sobre todo después de que la academia en la que preparaba unas oposiciones se desvaneciera con el dinero de los alumnos bastante antes de que éstos estuvieran preparados para el examen. En medio de este guantazo en toda la boca, ese caprichoso destino que juega permanentemente con nosotros sin importarle ni un ápice nuestros sentimientos, hizo de una llamada telefónica ordinaria el vehículo para conseguir un trabajo en el corazón del Occidente, plenamente inmerso en la conservación de la naturaleza.


Arrimando el hombro y sacando patatas

Pero ¡ay!, no iba a ser ésta la vencida. Las circunstancias familiares, en conjunción con el riesgo de quemar las naves partiendo hacia una aventura compleja, en una profesión mucho más ingrata de lo que parece, y donde el índice de deserciones es más que notable, le hicieron ver cómo lo que ya tenía firmemente sujeto en la palma de la mano comenzaba a escurrírsele por entre los dedos. Aunque, en un arrebato de insensatez y testarudez dadas las circunstancias, podía haber dado comienzo a una nueva vida, tuvo la sangre fría de decir que no al sueño de toda su vida.


¿Has visto la rapaz en aquel árbol? Parece un gavilán...

Y ahora se gana la vida en su tierra, entre primates, esperando con el cuchillo preparado a que el Universo - o como tú le quieras llamar -, se decida a darle otro décimo premiado, en un sorteo para el que lleva años acumulando números y aumentando el índice de probabilidad de acierto.

Y creo que confío más en ti y en tu capacidad que tú mismo.

Nos vemos este verano, ...madrugando.


Vámonos, dice. Hoy no hay nada



Nota: si no está visible la opción para dejar y ver comentarios, pulsa en el título naranja de este reportaje y ya podrás hacerlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede tener más valor que el texto que yo haya podido escribir. No dudes en dejarlo. Gracias