lunes, 10 de agosto de 2009
Vitín
Vitín, bajo el Tambarón
En el pueblo de Salientes, ése tan escondido al final de un valle aparentemente sin final, apenas residen diez habitantes durante el largo (larguísimo) invierno. Cuando llega el verano, muchas de sus numerosas casas reciben a los exiliados que llegan desde todos los puntos de la geografía ibérica. Entre los habitantes que viven en Salientes de quieto, sólo dos jóvenes, Mónica y Antonio, que se embarcaron en la aventura de una peculiar y original casa rural que, con el tesón e ilusión que ponen para hacer las cosas, les va dando para vivir. Entre el resto de habitantes fijos del pueblo, está un tío-abuelo de Mónica, Vitín, al que me presentó el otoño pasado.
Por mi afán de descubrir los nombres originales de parajes y montañas de estas tierras, salieron en la conversación con Mónica algunas preguntas sobre "cómo le llamáis aquí a aquella peña, o a aquella campera".
- Mira, eso mejor te presento a mi tío Vitín, que es el que mejor lo sabe.
- Delia también sabe muchos nombres
- Sí, a veces se enfrascan en amigables discusiones entre los dos por los nombres de los sitios
Era octubre, y vista la tendencia habitual de los últimos inviernos de ser no ya sólo puntuales a su cita, sino incluso remolones y tardones, quedamos Vitín y yo en salir un día de excursión y contemplar el valle desde algún buen mirador, previendo un habitual final meteorológico de mes de octubre. Pero enseguida llegó la primera nevada de la temporada, seguida de inmediato por otra más, las grandes nevadas de diciembre, y todas las demás. Cuando volví por Salientes en abril, Vitín tenía trabajo acumulado sin hacer por el duro invierno como para varios meses.
El otro día quedamos por fin, aunque fuera simplemente para subir hasta Brañarreonda, desde donde se domina casi todo el territorio del pueblo, a excepción del valle de Braña la Pena, el de Prao Viejo y el de Prao Rabón. Ya mismo desde el pueblo, saliendo por la pista de Vivero, me sorprendió el buen paso de Vitín, que con 75 años camina igual de veloz que un montañero medio cuarenta años más joven. Al regreso, por otro camino en peor estado, también me llamó la atención la agilidad con la que se movía de piedra en piedra, inusual para un hombre de su edad que ha llevado una vida dura y llena de incomodidades. Aunque viéndole, sin un gramo de grasa, y teniendo en cuenta que lleva hechos más kilómetros que un transbordador de la NASA, tampoco es realmente de extrañar su estado de forma inmejorable.
Antiguo carro, adaptado con neumáticos, en la casa de Vitín
Vitín tenía ocho hermanos, de los que ya sólo le queda uno, de 90 años. Quedó soltero en casa de sus padres, hasta que la vida le dejó completamente solo. Sobrevive con una pensión de 500 euros al mes, que no le permite reparar una porción importante del tejado, porque supondría una suma importante de dinero. Considera que vive en el umbral de la pobreza, y aunque hay quien diga que estas personas, y en un pueblo, apenas gastan, ya querría yo verles manejarse, aunque fuera en un pueblo, con 500 euros al mes, y conseguir ahorrar además para los gastos de emergencia que puedan surgir.
Lamento no haber llevado la grabadora para poder conservar la conversación con Vitín. Lamento no recordar todos los términos, vocablos y expresiones que iban apareciendo. Lamento no poder retener todas las anécdotas que surgían. Lamento que este tipo de conversaciones, dentro de unos años, serán algo de un pasado que nunca va a volver. Porque reflejan una vida que apenas cambió durante mil años, pero que de la noche a la mañana se nos ha evaporado de entre los dedos. Una vida que yo no querría y seguramente no sería capaz de vivir, dura, cruda, áspera, cruel, injusta, pero que forma parte de nuestra historia y por la que quizá no estamos haciendo lo suficiente por conocer, ahora que está a punto de extinguirse. La vida de Vitín y la de otros millones de habitantes anónimos de una España que hemos conocido de lejos, no puede pasar de largo sin dejar testimonio, porque simplemente sería muy injusto.
La Peña de Valdiglesia (2.134 m.), la más alta cima de la sierra de Gistreo, desde el alto de los Cotrichones
Vitín apenas fue a la escuela. El maestro del pueblo apenas enseñaba nada, porque no tenía nada que enseñar. Lo poco que aprendió, fue a través de clases particulares. Como casi todos sus vecinos, la mayor parte del tiempo que no pasaba en la escuela, lo empleaba ayudando a la familia en las tareas del campo. No era explotación infantil; simplemente, una familia necesitaba de todas las manos de la casa para poder sobrevivir. A cada año le seguía otro año exactamente igual. Sin vacaciones, sin viajes, sin playa, sin pagas extra, sin fines de semana, todas esas cosas modernas sin las que la vida nos parecería hoy en día insufrible. Año tras año y tras año, hasta llegar a la jubilación. 30 años cotizando, para cobrar una misérrima pensión de 500 euros en el otoño de la vida. ¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de vivir una vida así?
Pues seguramente por costumbre y resignación, estas personas muestran su disconformidad, pero de una manera serena, sin grandes aspavientos. Ellos saben que les ha tocado bailar con una época mucho más fea que la que acompañó a las generaciones posteriores. Pero como dice Vitín, "peor era antes, que vi en la posguerra a hombres de 80 años tener que segar para poder comer".
Como era inevitable, salió a colación el tema del lobo. Aún no he conocido a un ganadero de esa generación (seguramente los ganaderos actuales no pensarán muy diferente) que quiera tener un lobo a menos de cien kilómetros de distancia. Seguramente hasta los conservacionistas más acérrimos, si hubieran nacido ganaderos y si para ganarse el alimento tuvieran que impedir a toda costa que el lobo les matara el ganado, terminarían pensando lo mismo. Yo no soy ganadero, y deseo que el lobo siga viviendo en nuestras montañas, pero entiendo perfectamente que quien tiene ganado y lleve una economía de subsistencia, desee lo contrario. Y más antes, en que no había compensaciones económicas de la administración por las cabezas de ganado muertas. Como, según Vitín, aquel vecino al que le mataron hace mucho tiempo 18 vacas y terneros en el valle de Peña Vendimia, que quedó al borde de la ruina, lo que es lo mismo que al borde del hambre. Antes, o comía el lobo o comía el hombre.
Tampoco salió muy bien parado el oso, aunque, al ser menos dañino, es menos enemigo. De nuevo, un animal al que el paisano prefiere encontrarse lo menos posible. Todo esto hace que la conservación de estas especies dependa de un profundo esfuerzo de las administraciones, que sin duda contribuirá a que hombre y fiera convivan de una forma mínimamente razonable. Y ese esfuerzo no se está haciendo adecuadamente en el caso de Castilla y León, donde las indemnizaciones por daños del oso o del lobo se realizan mucho más tarde, y por menor cuantía de las que se dan, por ejemplo, en Asturias.
Volviendo a la historia que hoy me ocupa, había quedado con Vitín en su casa. Salientes es un pueblo bastante grande, teniendo en cuenta donde se encuentra enclavado. No estaba seguro de ser capaz de encontrar la casa, de la cual apenas tenía recuerdos, ya que Mónica me llevó allí hace diez meses, y ya se sabe que se aprende mejor un camino yendo una vez solo que veinte acompañado. Al pasar enfrente de Mil Madreñas Rojas me salió al paso un viejo amigo, Babú, el perro de la casa, con el que compartí un par de rutas, una de las cuales describí hace algún tiempo. Lo encontré más gordo de lo habitual. Luego me explicaría Antonio que desde la desaparición de Brown, el otro perro de la casa, no ha vuelto a acompañar a nadie al monte, está triste y ha ganado peso.
Babú. Al fondo, la Peñona de Brañalibrán (2.018 m., centro) y Peña Carnicera (2.034 m., dcha.)
Cuando llegué adonde me parecía que estaba la casa de Vitín, golpeé con la aldaba en la puerta y di algunas voces a Vitín, mientras esperaba con Babú su aparición. A los pocos minutos, la puerta se abrió y, efectivamente, aquella era la casa de Vitín, que en breve se unió a nosotros preparado para la breve excursión. Según salíamos los tres del pueblo, me acordé de una historieta que oí el año pasado a otro pariente de Mónica que vive en una casa junto al camino, de cómo mientras estaban varios parientes de charla al anochecer sentados a la puerta de casa, el oso entró en la huerta a sólo unos metros de distancia de ellos. Según me explicó Vitín, también el peludo ha hecho una visita reciente al pueblo hace muy poco.
Anécdota tras anécdota, alcanzamos Brañarreonda, donde nos cruzamos con tres burros, de la raza zamorano-leonesa, según Vitín, y posiblemente en fuga de la finca de El Mular de Montrondo, donde los hay por docenas. Ya en la amplia cumbre de Los Cotrichones, excelente mirador, Vitín fue poniendo nombre a más parajes, laderas y prados de los que el mapa me permitía encajar. Lo más complejo era poner nombre a los lugares desde allí ocultos. Y me sigue sorprendiendo el hecho de que en los pueblos, el nombre de la montaña en ocasiones no tiene la más mínima importancia. "Esta ladera se llama así, aquella devesa se llama tal, el abeseo de esta otra manera, a los praos debajo del camino les llamamos tal", pero ¿y la cumbre? ¿y la montaña en su conjunto? No tiene nombre... ¿A quién le importa? Total, los montañeros vienen de fuera. Si no hay pasto para el ganado en una cumbre, ¿qué interés tiene subir hasta allí? Y los arroyos: "de este punto a este punto, le llamamos la Riguera del Chanón; el siguiente tramo, -de unos centenares de metros-, es la Riguera de Las Llamas, y hasta el pueblo es el río del Barrio". Ya, ¿pero el arroyo en su conjunto? "No, nosotros le llamamos según el lugar por donde pasa". Tres nombres en poco más de un kilómetro...
Vitín, contemplando la pista que se dirige a Vivero
También me choca la resignación y aceptación con que asumen los errores toponímicos en los mapas, que después de varias décadas, han adoptado montañeros y escritores, hasta llegar a sustituir al nombre que se ha usado en la zona durante siglos. Al paso de Salientes a Vivero le llaman en Salientes el Alto el Puerto, o el Alto de Vivero; en los mapas figura como Alto del Portillín. "Sí", decía Vitín, "ahora también le llaman así". Ya, pero, ¿en Salientes alguien le llama así? No. Bueno, pues eso es lo que importa, sobre todo teniendo en cuenta de que en Vivero tampoco le llaman de esa forma.
Comparo los nombres del mapa, el de 1:25.000, que me da más espacio para escribir la cascada de nombres que me suelta Vitín, y veo que algunos de los pocos que vienen en el mapa están a dos kilómetros de distancia del lugar que les corresponde, y casi ninguno de los demás en su sitio. Un auténtico desastre. Los nombres de cumbres tampoco coinciden apenas. Por supuesto, el Miro de Rabón lo es de Rabón (Prao Rabón) y no de Rabén, como aparece en el mapa militar y que está cobrando tanto auge ahora, que este último nombre es el que figura en todos los escritos y entradas en internet. La Peña de Valdiglesia (Valdiresia, como más dice Vitín) ya es oficialmente Valdeiglesias y eso tiene también poco remedio. La cumbre sur del Tambarón no es La Peñona ni la Peña de la Portilla, ni para los vecinos de Salientes ni para los de Montrondo, pero ese error cartográfico también va a ser muy difícil ya de solucionar. Peña Carnicera es la que los mapas y libros llaman Peña de la Rebeza. Y suma y sigue...
La gente joven de los pueblos ya no sabe tantos nombres de parajes como sus padres y abuelos, a excepción de los pocos que ponen un gran interés en aprenderlos (Suso de Degaña, Carlos de Sebastián, Eminosuke...). Si no se registran todos esos nombres pronto, y se subsanan los errores de la cartografía existente en el mercado, estaremos borrando de un plumazo el patrimonio cultural de nuestros pueblos para siempre. Recuperar toda esta información supone un esfuerzo, dar con la persona adecuada (y que esté dispuesta a colaborar, que no siempre se encuentra en todos los pueblos), y sobre todo, tener un buen conocimiento del terreno, para poder encajar cada nombre en su sitio, tarea que os aseguro que no es nada fácil.
Al final de la ruta, le pregunté a Vitín sus apellidos, por aquello de poder mostrar mi agradecimiento a su desinteresada ayuda en algún sitio como este blog. Pero me insistió, en cuatro ocasiones, que no quería que su nombre figurara en ninguna parte. Que esto lo hacía sin esperar nada a cambio, y que "a estas alturas de la vida ya no se iba a colgar medallas". Hablándolo luego con Antonio y Mónica, me dijeron que no hiciera caso. Así que he decidido coger el camino del medio, y aquí será simplemente Vitín, al que reconocerán solamente aquellos de la zona, la inmensa mayoría de los cuales ni tienen internet ni sabrán siquiera cómo encender un ordenador. Vitín ha vivido una vida de privaciones, sin lujos ni la mayor parte de las ventajas que ofrece la vida moderna (salvo cuando su sobrina se lo llevó unos días nada menos que a Finlandia, de la que aún se acuerda con la boca abierta).
Vitín
Estoy harto de ver en los medios de comunicación homenajes, premios, monumentos y galardones a famosos y poderosos, que ya lo tienen todo, y encima reciben todo lo demás. Luego están esos millones de personas anónimas, a los que la madre naturaleza no ha regalado el don de la elocuencia, de la belleza excepcional, de sobresalir en alguno de los diferentes tipos de inteligencia, o simplemente de la caradura suprema, y que pasan del nacimiento a la muerte por esta vida llevando una vida exigente, incómoda, sufrida, ganándose duramente el jornal, y, como en el caso de Vitín, encontrándose con una pensión de miseria para malvivir el fin de sus días. Personas que han conocido el sufrimiento y a los que nunca se les va a hacer una placa conmemorativa, ni que van a dar nombre a calle alguna. Ellos son los pilares de este mundo, cuyos frutos disfrutan demasiado unos pocos, y nada todos los demás.
Aunque no voy a mostrar aquí tus apellidos, ya que después de una larga vida de humildad te has acostumbrado demasiado a ella y crees que no mereces ser reconocido y homenajeado, la entrada de hoy de este insignificante blog está dedicada a ti, Vitín, que sin conocerme de nada me has prestado varias horas de tu tiempo, sin esperar nada a cambio. Y que sepas que todos esos poderosos que tanto tienen, carecen de algo tan importante y tan humano como es una generosidad como la tuya. Pero el mundo siempre fue injusto, y seguramente lo seguirá siendo durante mucho tiempo. Quizá poco a poco, si hacemos un esfuerzo, un día los nombres de calles y los 'hijos predilectos' de nuestras poblaciones estén dedicados a quienes realmente se lo merecen. Como Vitín. Y como tantos otros.
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Estupendo homenaje. Voces como la vuestra hacen que una importante parte de nuestro patrimonio no caiga en el olvido. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarSin duda alguna, estas son las historias que se han de contar y esta persona ( como otras pocas decenas que quedan en estas montañas ) personas a las que todos deberíamos detenernos por lo menos 10 minutos a charlar con ellos cada vez que vamos a estos lugares a caminar.
ResponderEliminarIntentaré acercarme a Salientes este otoño para conocer estos lugares que relatas y este señor.
Saludos y enhorabuena de otro paisanu.
Gracias, María y Héroe (bienvenido al blog). Conversar con estas gentes nos traslada a otro mundo, que no podemos encontrar en otro sitio que a través de ellos.
ResponderEliminarComo siempre, impecable artículo. Estaba esperando un nuevo con muchas ganas.
ResponderEliminarLamentablemente soy uno de esos con ganas de conocer todos estos lugares pero que tira de mapas para hacerlo al ser lo más rápido. Y utilizo nombres como Rebeza o Portilla. Tomo nota.
Te preguntaré cuando tengas dudas.
Saludos.
Sí, yo también le llamaba Peña Rebeza hasta no hace mucho. Cuando no sabes un nombre, utilizas el que viene en los mapas, porque en las cumbres es donde fallan menos. Y sobre todo, si has visto ese nombre escrito en libros y en reseñas de internet, tienes la convicción de que el nombre es correcto. Pero en cuanto investigas un poco, todo tu mundo toponímico se disuelve en la nada, y tienes que volver a aprender de cero.
ResponderEliminarEnhorabuena,es un buen reportaje,tienes razón ya no se encuentran muchas personas como Vitín dispuestos a acompañarte y además que te sepan decir los verdaderos nombres de nuestro entorno.
ResponderEliminarGruesas gotas saladas caen por mis mejillas cuando leo cosas tan bonitas. No veas lo contento que se va a poner Vitín cuando le lea tu historia. Se le van a poner los mofletes colorados de tanto gozo.
ResponderEliminarAh, y Babú te manda un lametón por lo guapo que le sacas en las fotos. A mi no me posa nunca tan bien ...
Un fuerte abrazo
Antonio
¡Que bonito homenaje!.Vitin se lo merece.En el fondo siento un poco de envidia de estos hombres que lo han dado todo, sin pedir nada a cambio, pero al menos tienen algo y a quien contar sus vivencias.¿Que contaremos los de nuestra generación?. ¿Habrá quien nos escuche?.
ResponderEliminarEnhorabuena por el reportaje.
Gonzalo, Antonio y Tejón: gracias a los tres. Hay muchos como Vitín por ahí que deben ser homenajeados.
ResponderEliminarUna maravilla de post, tocando lo más importante del Alto Sil,la gente, como Vitín, que ha hecho que llegue hasta nosotros lo que todavía queda.
ResponderEliminarÁnimo con el blog, de parte de un seguidor del otro lado, del Gistredo
Me uno a las felicitaciones. Buen homenaje. Gentes como Vitín quedan pocos y había que conservar sus testimonios.
ResponderEliminarUN saludo.