sábado, 28 de febrero de 2009

La calle Mayor de San Miguel


Termina Villablino y comienzan las extensiones abiertas y horizontales del fondo del valle de Laciana

Si hay un lugar para pasear tranquilamente por Vilablino, aparte del Parque de las Rozas, ése es seguramente la calle Mayor de San Miguel de Laciana. Aunque el tramo de esta calle al norte de la carretera que atraviesa Villablino también tiene su cosa de interés, ya que a su término se encuentra la iglesia de San Miguel, la parte de la calle a que me refiero es la que está al sur de dicha carretera.


Murales de la Ganadería El Regueral, en la calle Mayor de San Miguel de Laciana



Mural con nombres de brañas y edificaciones de Villager de Laciana

Hay que decir, para los foráneos que estén leyendo este texto, que San Miguel de Laciana, hace cien años, era más grande que Villablino. Éste último creció desmesuradamente por el aumento de población relacionado con las minas de carbón, y en los años cincuenta del siglo XX terminó absorbiendo a San Miguel. Las diferencias entre ambos, empero, siguen estando generalmente bastante claras. San Miguel es el barrio rústico por excelencia de Villablino, donde se conservan los últimos hórreos y el mayor número de casas de arquitectura tradicional. Villablino es donde se levantan los edificios de varios pisos y donde se encuentran los comercios y servicios.


El Cuetonidio desde la calle Mayor de San Miguel

A la altura del restaurante Marga, junto a un bar sin nombre, sólo identificable como tal por los paisanos jugando a las cartas en sus mesas, sale la porción de la calle Mayor que voy a describir hoy aquí. A ambos lados, en los primeros metros de recorrido, aún hay casas con gallinas y otros animales. Ya fuera del pueblo, con los primeros prados, algunas veces encontramos ovejas. En unos metros hemos pasado de la moderna ciudad y los chalets adosados a la Laciana rústica y tradicional. De aquí en adelante, prácticamente hasta la rotonda de Las Rozas, a ambos lados del recorrido vamos dejando finca tras finca, un relax de verde con enormes montañas de fondo. Las primeras edificaciones que encontramos a mano derecha es la Ganadería El Regueral, un conjunto de tres naves cuyas paredes están decoradas con dibujos de paisajes, animales y con algunos textos sobre la comarca. Los murales son muy hermosos y siempre despiertan la atención de todos aquellos que pasan por primera vez por este trayecto.









Hay que decir que el tráfico rodado por la calle Mayor es escaso, motivo por el cual abunda el número de paseantes, que en muchos casos enlazan desde aquí con la Vía Verde de Laciana, ese antiguo trazado de ferrocarril minero reconvertido en ruta pedestre.


Vaya sol más rico el de estos días, ¿eh?


La calle Mayor de San Miguel de Laciana es un lugar para recorrer despacio, para sorprenderse de los radicales contrastes entre ciudad y naturaleza, y para agradecer que, esperemos que por mucho tiempo, el desarrollo urbanístico haya perdonado estas áreas y las haya dejado como un oasis de verde entre el ladrillo y la piedra labrada.


Al fondo asoman algunas modernas construcciones de San Miguel de Laciana y la cumbre nevada de Carabinos Blancos (1.790 m.), en el valle de San Miguel



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martes, 24 de febrero de 2009

Cortines o cortinos


Uno de los cortines más visibles y conocidos de Matalavilla

Quizá algún lector de este blog que no conozca estas comarcas se haya encontrado en alguna ocasión durante alguno de los textos con la palabra cortín, sin saber a lo que me estaba refiriendo con ella. Pues bien, los cortines o cortinos son unas estructuras arquitectónicas que solamente se encuentran en el oeste de la provincia de León y Asturias, así como el este de la de Lugo. Se construían para proteger las colmenas de los ataques de los animales - especialmente del oso -. Cuando se les llama cortines/os tienen forma circular o semicircular. Existen otras construcciones cuadradas o rectangulares que reciben el nombre de talameiros, aunque de éstos no he visto ninguno en el Alto Sil. No soy experto en cortines, pero es un elemento que siempre me llamó la atención, y que creo que no es lo suficientemente valorado como parte del patrimonio de nuestra tierra. Por ello, aquí van unas líneas generales sobre ellos, que como mínimo espero que sirvan para la difusión de su existencia.


No, no es un cortijo. Es un cortín encalado en Santa Cruz del Sil


Éste, con puerta metálica, como la de un jardín. A éste entraría el oso a la pata coja. Y no anda precisamente lejos. También en Santa Cruz del Sil


Mismo cortín, otra toma. Tiene hasta jardín y barandilla. Como los de Ibias, vamos

En Asturias, una gran parte de los cortines no tienen puerta. Algunos incluso conservan la escalera de madera que se utiliza para subir al muro y descender a continuación con ella hacia el interior. En cambio, en el Alto Sil, la mayoría sí tiene puerta para entrar. Es curiosa la ausencia total de cortines en zonas tradicionalmente oseras como son Laciana o el valle de Fornela. Abundan, en cambio, en Palacios del Sil, Páramo del Sil o Vega de Espinareda. Aún recuerdo una charla que dio sobre los cortines Ernesto Díaz Otero, en el que mostraba una diapositiva con un mapa esquemático de la provincia de León, donde la mayor concentración parecía estar entre Vega de Espinareda y Ancares.


Cortín abandonado en Páramo del Sil, junto a las encinas

En el Alto Sil, el grueso de este tipo de construcciones se encuentra en Matalavilla y Susañe del Sil. Hay dos próximos a Palacios del Sil, dos en Valseco, y varios entre Salentinos y Páramo del Sil. La mayoría están en ruinas, y encontraremos imágenes singulares de cortines al borde mismo del agua del embalse de Matalavilla, otro cortado casi por la mitad por la carretera que entra en Páramo del Sil, o uno que milagrosamente se va librando de la demolición en la cantera entre Páramo y Corbón del Sil.


Otro cortín de Páramo del Sil, con forma de elipse y mucha superficie interior

A pesar de las medidas de protección intrínseca del cortín - anchas lajas en los altos muros sobrasaliendo hacia afuera para impedir que el oso trepe por ellos - el úrsido a veces se las ingenia para llegar a las colmenas y hacer el gran destrozo. A veces, la propia Fundación Oso Pardo regala pastores eléctricos para añadir más defensas a los cortines.


Otro conocido cortín de Matalavilla, junto al camino hacia Braña Seca

Pedir la protección y la conservación de estas construcciones supongo que es un poco como hablar con un muro de hormigón y pretender que se mueva de su sitio y eche a andar. Algunos cortines seguramente tienen varios cientos de años y son los elementos más antiguos que se conservan en una determinada zona. Como explicaba muy bien aquel día Ernesto en su exposición, la construcción de un cortín tenía una cierta ciencia. Los cortines se encuentran, por lo general, en laderas mirando al sur o muy soleadas hacia el este o el oeste. Siempre en cotas no muy altas, por debajo de los mil metros de altitud. Se construían frecuentemente en las proximidades de pedrizas de donde extraer la piedra para su construcción. Antes de emprender la ardua tarea de edificar una estructura de éstas, y más teniendo en cuenta los medios que había en aquella época, convenía hacer un estudio de viabilidad previo, ya que no estaba la cosa como para trabajar por amor al arte. Si las colmenas salían adelante en aquel lugar, ello significaba que sí se podría construir allí el cortín. Además, había que calcular que la altura de los muros no impidiera que la luz del sol incidiera directamente sobre las colmenas. Por ello, en las zonas menos soleadas, era primordial que el suelo del cortín estuviera en fuerte pendiente.


Embalse de Matalavilla. Hay otro cortín próximo en situación similar

Sería interesante que alguna de las administraciones pusiera algo de su parte para que los cortines, tanto los que aún siguen en uso como los que ya dejaron de estarlo pero que pueden ser recuperables, no se pierdan para siempre. Está en juego una parte importante del patrimonio arquitectónico tradicional de algunas de las comarcas más interesantes de nuestra geografía.


El cortín de Castro, donde consiguió penetrar el oso hace unos años


El cortín de Palacios del Sil, que suele pasar bastante inadvertido



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sábado, 21 de febrero de 2009

Al Fernán Pérez por la ruta de Ivo

La Cruz del Barreiro, el pico que se eleva encima del pueblo de Colinas, desde el inicio de la subida
Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, el pueblo de España con nombre más largo. En muchos lugares figura solamente como Colinas del Campo, y cuando uno se encamina hacia este pueblo, es habitual decir simplemente 'Voy a Colinas'. Colinas no es el Alto Sil, pero es medio Catoute, el pico más famoso de la Sierra de Gistredo. El otro medio pertenece a Salentinos, que ya sí pertenece al Alto Sil. Colinas está declarado Conjunto Histórico-Artístico, un galardón que no se regala así como así. Cabe decir que en toda la comarca de Laciana sólo la iglesia de Robles está incluida en la lista.


Ya se muestra el Catoute (2.112 m.) por su vertiente este, una de las menos conocidas.

De Colinas no sólo parte la ruta normal hacia el Catoute, más dura que la que parte de Salentinos, por ser más breve. También, y casi tan conocida, es la ruta que se dirige hacia el Campo de Martín Moro, también llamado de Santiago, una artesa glaciar de casi un kilómetro de ancho en medio de las montañas. Para llegar allí desde Colinas hay que serpentear a lo largo del curso del río Boeza, pasando dos pasarelas de troncos y el estrechísimo desfiladero donde se oculta el sombrío bosque del Paleiro, con sus centenarios acebos. De repente, el valle se abre y aparece el enorme espacio del Campo de Martín Moro, rodeado de montañas todo en derredor.


Inmerso ya en las larguísimas (aunque cómodas) pedrizas. Al fondo, a la izquierda, la pequeña mancha amarilla es la campera donde comienza la piedra

La ruta de hoy la había leído en el especial que la Revista de montaña Pyrenaica le dedicó a los Montes de León hace un par de años. Incluía artículos de afamados montañeros como Eloy Gundín, Ivo García o Julio Álvarez Rubio, entre otros. Ivo García es de Igüeña, el último gran pueblo antes de llegar a Colinas desde el sur, y conoce estas montañas como la palma de la mano. Ivo describía varios recorridos en la revista, pero uno me llamó especialmente la atención: una posibilidad de ascender a Fernán Pérez (conocido erróneamente como Arcos del Agua en todos los mapas desde hace varias décadas) por un itinerario desconocido para mí.


El interesante valle (por lo menos de aspecto) del río Bobín, el último afluente del Boeza antes del Tremor. Un mundo por explorar

Se parte de Colinas en dirección norte, hacia el Campo de Martín Moro, pero se abandona el camino principal poco antes de una fuente con mucha agua, la de San Juliano. Si llegamos a ella, es que nos hemos pasado el desvío. Es un camino en cuesta con mucha hierba, que pronto desaparece. Durante unos metros cuesta localizar la continuación, y sólo dando rodeos entre la maleza conseguí dar con ella, cien metros más adelante. Al principio, las zarzas cierran en algunos puntos el sendero y auguran mal futuro. Si ya está aquí así - pienso -, más arriba será la selva. Pero no, el sendero se va abriendo y se alcanza un gran hombro muy visible desde el valle del Boeza cuando se dirige uno hacia el Campo de Martín Moro. Hay restos de muros y algunos monolitos de piedras. Aquí el sendero vuelve a difuminarse y entro en una turbera, que lo termina de borrar. Pero por casualidad encuentro el inicio de la senda al otro lado, justo donde entra en un robledal. Aquí vuelve a ser claro y nítido. El bosque dura poco tiempo y se sale a terreno abierto, donde encuentro el primer hito del día. Hasta ahora llevaba una orientación norte de forma casi permanente, pero aquí se gira brevemente hacia el sur, justo donde comienza el brezo, y luego hacia el este, subiendo paralelo a una suave vaguada por donde no corre arroyo alguno. La pendiente se suaviza al llegar a una larga pero estrecha campa que tapiza el fondo de la vaguada, justo cuando las laderas a los lados empiezan a subir hacia el cielo.


Alcanzo el cordal, a unos 1.770 metros de altitud. Al fondo, el Fernán Pérez (2.062 m.)

Es un lugar muy fotogénico. Esa campera tan estrecha y alargada, que continúa con una pedrera de dos kilómetros de longitud, hasta el cordal. Hay restos de un chozo. Parece como si el sendero partiera por entre el brezo al norte de la campera, pero actualmente ya no hay nada. Siguiendo las instrucciones de Ivo en la revista, avanzo de frente hasta el final de la campera. Aquí ya no hay senderos. A la izquierda, casi invisible entre la maleza, asoma un abrevadero, seguramente seco desde hace años. Se termina la campera y sigo de frente, atravesando unos piornos. Salgo a la piedra. Hay piedra por todas partes. Es una pedriza que sube por la ladera de la derecha, por el fondo de la vaguada y algo por la ladera izquierda. Se puede ir por cualquier sitio, porque las piedras son del tamaño perfecto para no ir haciendo equilibrios y no demasiado pequeñas como para que se muevan a cada paso. Y se avanza muy deprisa. A veces, la pedriza se ve truncada por un brazo de arbustos y hay que ir analizando con antelación la dirección a seguir, para no verse abocado a un callejón sin salida. La pendiente ahora ya es muy fuerte, porque estoy en la ladera final antes del cordal norte-sur que delimita el valle del Boeza de los del Tremor. La pedriza termina reduciéndose a un estrecho pasillo rocoso de quince metros de anchura, interminable.


La primera de las cimas del Lliriella, la más alta (1.826 m.)


La otra cumbre (1.812 m.), la visible desde Colinas del Campo

Por fin, el cordal. Hay un sendero muy pisado que lo recorre. Como es temprano, decido ir hacia el sur, a subir la primera cumbre que se ve, e incluso alguna más. Según voy ascendiendo, el sendero apenas se nota. En la cumbre hay un gran hito. Más allá, próxima, hay otra cumbre de la misma altura, con otros dos grandes hitos, bien visibles desde el pueblo de Colinas. Pero ya no sigo avanzando más hacia el sur. A partir de esta última cumbre, el cordal pierde altura muy rápidamente, y lo que se ve no parece ya tan interesante. Vuelvo atrás, disfrutando de la vista hacia el este, a esos valles ignotos que nadie menciona en ningún lugar. Veo una braña, robledales, un valle detrás de otro. El cordal hacia el norte no tiene ninguna gracia durante un buen trecho. Son lomas suaves sin nada de especial. Por fin, alcanzo la base del Miromalo. Hay más pendiente, pero se alcanza pronto. Del otro lado, la cima tiene más miga. Hay una arista con varios tramos rocosos que hay que ir explorando para buscar su punto débil. Es preciosa esta arista. De frente, la cumbre del día: el Fernán Pérez, con sus pedrizas infinitas. Pero infinitas, infinitas.


Fernán Pérez desde la cumbre del Miromalo (1.964 m.)


Para descender del Miromalo hacia el collado que lo separa del Fernán Pérez hay una entretenida cresta

Me acuerdo de lo que comentaba un lector el otro día en el blog del Lejano Oeste, de que el Alcornón de Busmori, el conocidísimo Alcornón de Busmori de Degaña, se llama Beigardón. Este dato es una revolución. Ni el mismo 'Mundo' (Raimundo González Cuenco) desenmascaró ese error. Ahora empieza el largo proceso de intentar convencer a miles de montañeros de que esa montaña que subieron tiene otro nombre, menos sonoro y señorial. Pero hay que hacer justicia. La voz de los habitantes de los pueblos muchas veces no llega a los editores que publican los libros y los mapas que certifican un nombre para siempre. Eso mismo era lo que me comentaba Ivo en una ocasión. Cómo el Fernán Pérez, de los Fernán Pérez de toda la vida, tras aparecer en los mapas oficiales como Arcos del Agua, perdió su nombre original, posiblemente para siempre. Ahora ya siempre será Arcos del Agua, aunque no sea ése su nombre. Hace poco vi un fragmento del mapa del IGN de la zona, que por el aspecto, debe de ser de los que se editaron en los años 30 ó 40, y ahí ya aparecía como Arcos del Agua. Posteriormente, la primera edición del mapa militar copió el nombre, como suele ser lo habitual entre organismos oficiales, y las posteriores ediciones de ambos mapas lo clavaron aún más en las mentes de todos los que durante tantas décadas utilizaron esos mapas. Me contaba un hombre que conoce bien los topónimos de Vegapujín, que las tres cotas de igual altura y alguna más que forma la parte cimera del Fernán Pérez, eran llamados allí Sierra de Fernán Pérez. Normalmente, una sierra se entiende por una porción de montañas o cordales que tiene una cierta longitud. No se suele utilizar el concepto de sierra para un tramo de menos de un kilómetro. De ahí igual radica el origen del error del nombre de esta cumbre. Porque en los mapas oficiales, la Sierra de Fernán Pérez ahora se extiende a lo largo de varios kilómetros. Al collado al este del pico, antes de Peña Cefera, le llaman Arca del Agua. Al buscar un nombre para la cima más alta de la Sierra de Fernán Pérez, pondrían el que encontraron más próximo. Total, una sierra nunca puede tener una cumbre que empiece por el nombre 'Sierra'.


Miromalo y todo el cordal recorrido, desde las pedreras del Fernán Pérez

En el último collado, me quedé un rato mirando para arriba, intentando descubrir un punto débil entre tanta piedra para subir a la cima del Fernán Pérez. Me daba una pereza de muerte. Estas pedrizas no eran como las que subí para alcanzar el cordal desde la estrecha campera. Éstas eran de las incómodas. De las que tienen piedras que se mueven, de las que hay que ir con mucho cuidado. Ataqué por el primer sitio que me pareció. Total, daba lo mismo. Evitaba las zonas de vegetación que, aunque parecían oasis entre tanta piedra, eran aún más incómodas. Una vez dentro de la ladera perdí totalmente la orientación. Era nadar entre piedras. Seguir subiendo. Hacía tiempo que no veía tanta piedra junta. ¡Qué barbaridad! Casi ni en El Teleno. La pendiente es fuerte pero llega a su fin. Un amago de sendero y el terreno se suaviza. Ya se ve la primera cima. Es un gran monolito. El terreno es ahora horizontal. Aparece la segunda cumbre. Desde la primera, ésta parecía más alta, pero ahora, mirando atrás, tengo dudas. Allá, en el filo del precipicio hacia el norte, hay otra cota, sin piedras ya. Parece la más alta de todas. Pero nuevamente, al ascender a ella, las dos anteriores parecen incluso más altas. El altímetro no es lo suficientemente preciso, porque incluso estando parado en el mismo punto, se pone a variar de altura dos o tres metros. Es la segunda vez que subo aquí e intento averiguar cuál de las tres cotas es la más alta, y las dos veces me he quedado sin tenerlo claro.



Descendiendo ya del Fernán Pérez hacia el Collado de Campo, en tierras de Omaña


El descenso es monótono y sin salsa, por lo menos en el verano. Fernán Pérez (izqda.) y Miromalo (dcha.)

Mirando hacia abajo, veo las lagunas, las del Baucín. Se ve la más grande, y las dos que están unidas entre sí por un estrecho brazo de agua. A mi derecha, Peña Cefera, que por aquí no impresiona tanto como por su cara nordeste. Peña Cefera es una de las cimas más hermosas de la Sierra de Gistredo, quizá sólo superada por la Peña de Valdiglesia y el Catoute. Es hora de hacer una buena parada y disfrutar de las vistas. He salido tres días al monte de los últimos cinco, siempre rutas largas, y ya lo noto en las piernas. Aún queda una buena tirada. Ivo recomendaba en Pyrenaica descender hasta el Campo de Martín Moro por el Collado de Campo. Es la única opción yendo hacia el norte, porque hacia el sur debería volver obligatoriamente por el itinerario de ascenso. El cordal que baja al Collado de Campo es monótono e insulso. No lo disfruto nada, salvo por las vistas panorámicas. No hay sendas y hay que ir buscando el mejor lugar para evitar los tramos más pesados. Se sube una última cota, y ya comienza el definitivo descenso. Estaba avisado de que el sendero que sube del collado estaba abandonado. Intento localizar los puntos débiles para bajar lo más posible sin tener que meterme en el brezo o los piornos. Al final, ya no queda más remedio. Evito los ábedules jóvenes que crecen justo antes del collado, rodeándolos por su izquierda. Por fin, el collado. No recuerdo cuándo se me terminó el agua, pero aquí ya no tenía, y sí mucha sed. Hace bastante calor. Se llega al Campo de Martín Moro en un santiamén. Recordaba también que Ivo mencionaba una fuente junto a la Ermita de Santiago, pero por más que busco, no la encuentro. No me imaginaba que estaba en el talud de la orilla del río. En otra ocasión, me pareció ver un sendero que recorría la orilla opuesta a la que recorre el camino que viene de Colinas. Quiero ver la cabaña que hay en esa orilla, la del Corral de las Yeguas, que siempre dejo de lado y aún no he visitado. Avanzo por sendero de ganado primero, doblando el espinazo entre los piornos después, y de repente, el terreno se corta y es peligroso seguir. Me cabreo conmigo mismo: sin agua, con la sed que tengo, y me pongo a hacer experimentos. Otra vez a doblar la chepa entre la maleza, y con más sed que antes, en el mismo lugar. Desciendo rápido, deseando que la Fuente de Óscar tenga agua en este momento del verano (finales de agosto). Si no, aún me queda casi otra hora hasta la fuente más próxima. Pero sí, la fuente está pletórica. En ese momento, declaro solemnemente que el agua de la Fuente de Óscar es la mejor agua del mundo. Y el que dijere lo contrario, conmigo y con el filo de mi espada se las habría de ver. Me siento a disfrutar de un placer tan básico como es el de saciar la sed, que no se cambia en estos momentos por los placeres más exquisitos que la vida pudiera ofrecerme.


Las Peñas del río Colinas, que son los riscos más espectaculares del entorno del Campo de Martín Moro

Al llegar al Pontón del Salgueirón descubro que lo acaban de reconstruir. Llevaba casi dos años desmantelado tras la riada, y aunque con poca agua se vadeaba bien el río, una gran parte del año era un auténtico problema. Aquí entro en la zona más sombría del valle, donde el acebal del Paleiro. Más abajo, el Pontón de las Palombas sigue impecable y fotogénico, sobre el embravecido río Boeza. La ruta no tiene ninguna ciencia ya, porque es seguir el claro camino río abajo hasta el pueblo de Colinas. Después me queda la casi hora y media de coche hasta casa. Ha sido un largo día. Bravo, Ivo, ha sido una interesante experiencia.


El Campo de Martín Moro, o Campo de Santiago. Al fondo, a la izquierda, la Cerneya (2.115 m.)


El Pontón del Salgueirón, reconstruido unos días antes, dos años después de la riada



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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martes, 17 de febrero de 2009

Las cuevas de Cuevas del Sil


Espadaña de la iglesia románica (en ruinas) de Cuevas del Sil

En el término municipal de Palacios del Sil, en pleno corazón del Alto Sil, encontramos un pueblo al pie de uno de las surgencias de roca caliza de la comarca. Es un pueblo de núcleos díscolos e independientes, cada uno por su lado. El principal, junto a la carretera; otro, escondido y casi invisible, donde se va cayendo poco a poco la iglesia románica de la localidad; y el último, unido a Mataotero, y con el atractivo de su puente medieval.


El espolón de mármol de Cuevas del Sil, visto desde la sierra del Coto

Entre los dos núcleos que se encuentran en la carretera Ponferrada-Villablino (más bien La Espina-Ponferrada), baja un espolón calizo muy característico. En la vertical del mismo, al lado de la carretera, una surgencia estrepitosa de agua, de gran caudal todo el año, desagua el macizo calizo que se encuentra encima. Es un tipo peculiar de roca caliza: el mármol. Pertenece a una veta que continúa en dirección oeste hasta el pueblo asturiano de Cerredo. En los alrededores de Cuevas del Sil son visibles varias canteras abandonadas de mármol. Pero la explotación del mármol aquí no ha pasado definitivamente al cajón del olvido, como recientemente hubo ocasión de ver.


Parte del macizo calizo donde se encuentran las cuevas, con La Peñona (1.398 m.) presidiendo

Se pretendía volver a explotar la cantera que existe en la pista que une el pueblo con las Brañas del Campo Cuevas. Se ensanchó la pista que sube hasta allí, vertiendo sobre las laderas inferiores toneladas de tierra extraídas del ensanche, pero la explotación recibió la orden de paralización, antes de que empezara. Es zona sensible para el oso pardo y el urogallo cantábrico.


Las Brañas del Campo Cuevas. Ni rastro de haber recibido una visita humana en muchos días

Alguno dirá que por salvar a un pajarraco es inadmisible perder varios puestos de trabajo que ya estaban al borde de su creación. Sí, es el razonamiento habitual que se esgrime cuando se enfrentan las dos opciones: la de crear empleo y la de destruir la naturaleza.


Las primeras peñas del espolón calizo-marmóreo

El medio ambiente en nuestro planeta está enfermo. En algunos sitios, como en esta porción de la cordillera Cantábrica, no suele pasar de un simple resfriado, aunque un virus mortífero (Victorino Alonso y otros) ande peligrosamente suelto por ahí. En otros lugares del planeta, la naturaleza ya ha muerto y es un mero cadáver que está siendo devorado por los gusanos.


Mataotero desde el filo de las primeras peñas

Si nos encontramos por la calle con nuestro viejo amigo Zacarías, y charlamos un rato con él, seguramente, si él no nos cuenta que le han extraído la vesícula biliar, el nervio óptico del ojo derecho y varios ganglios, nosotros no nos hubiéramos enterado de nada. Aparentemente, él está bien, aunque se le note algo indefinible que antes no habíamos percibido. El medio ambiente es exactamente lo mismo. Le falta algo, que no sabemos lo que es (ni nos importa), pero aparentemente funciona. Cada especie vegetal o animal que desaparece de un ecosistema es como algo que dejara de funcionar en el cuerpo humano. Puede ser grave, o no. Puede llevar a la muerte del organismo, o no. Pero hubiera sido muchísimo mejor si no hubiera dejado de funcionar.


Para avanzar hay que ir bordeando las peñas por la base. Por arriba, no es posible

Si no dispusiéramos ahora mismo del número actual de especies que todavía se conservan en el mundo, la industria farmacéutica no hubiera podido crear la gran cantidad de medicamentos que tenemos ahora disponibles. Hace poco alguien comentaba en una charla el descubrimiento de un alga que crece a cierta profundidad en el Mar del Norte, y que pudiera tener propiedades anticancerígenas. A saber la cantidad de plantas que hemos destruido para siempre que podían haber encerrado el secreto para combatir graves enfermedades cuya cura no termina de aparecer. Es importante conservar lo que tenemos, porque no sabemos si algún día podremos necesitar de ello. La extinción de unas especies suele conllevar la extinción de otras que dependen para su vida de las anteriores. O su pérdida produce un crecimiento desmesurado de las poblaciones de otras especies a las que controlaba, y que terminan convirtiéndose en un problema (ejemplo: el exterminio del lobo, que produce un aumento de las poblaciones de jabalíes, muy destructivas a otros niveles).


El mármol es un tipo de roca caliza

Pero bueno, antes de que se me fuera la olla, yo iba a hablar de las cuevas que dan nombre a Cuevas del Sil. En los mapas sólo figura una, la del Rayo. A simple vista, desde casi todas partes, se ve una oquedad muy grande, de la que no se ve continuidad aparente hacia el interior de la montaña. Saliendo del pueblo de Cuevas en dirección a las Brañas del Campo Cuevas, camino fácilmente identificable por el panel informativo de la ruta que hay al inicio, se pasa junto al semioculto Barrio de la Iglesia. El primer camino que sale a la derecha, que parece que pronto va a quedar tapado por las escobas, es el que tomé para subir. Da servicio a las torres de alta tensión que recorren el valle. Gana altura con fuerte pendiente, hasta que al llegar a una gran torre, muere. A partir de ahí, el terreno, como casi siempre sucede en suelo calizo, está muy despejado de maleza y se avanza con facilidad por cualquier sitio. La pendiente es muy fuerte. Sigo un senderillo de ganado, más llevadero que ir de cualquier manera, y alcanzo el mismísimo filo del espolón calizo. Al otro lado, el abismo. Se ve Mataotero, lejos en línea recta, pero a tiro de piedra a vista de pájaro. Desde aquí surge un estrecho canalillo herboso que sube cuerda arriba. Parece fácil, pero la hierba está algo húmeda, y si luego no se puede continuar y tengo que destrepar por ahí, un resbalón y termino en Mataotero en diez segundos. Como no tengo tanta prisa por descender al valle, y prefiero hacerlo con la cabeza sobre los hombros y los huesos en su sitio, desciendo por el sendero por el que llegué, y comienzo a bordear la base de las grandes paredes de mármol.


Por fuera, el mármol se muestra negruzco y aparenta ser simple caliza. Sólo cuando se fractura, se descubre el intenso brillo del mármol

A veces hay que perder altura porque el paso se cierra, y otras hay que ganarla, porque el bosque asciende desde abajo. Hay muchos excrementos que parecen de ungulado, pero no exactamente. Me extraña que haya corzos por estas pendientes tan fuertes, y por aquí no me consta que haya venados. No sé...


Hay puntos en que se pierde completamente la perspectiva de la pared y sólo queda ir avanzando hasta que abra un poco

Bordeo la base de una vertical pared negruzca, y veo, por encima de mí, pero a gran distancia, la gran cueva del macizo. Está muy arriba y no me apetece subir hasta allí para luego tener que bajar otro centenar de metros y así esquivar el siguiente espolón. Total, igual está cegada. Sigo avanzando a media ladera. La pendiente es muy fuerte, como ya intuía, y decididamente, no es un lugar para venir con nieve, o simplemente, con la hierba mojada.


Al otro lado del valle, La Mira (1.928 m.), también llamado Cuerno del Sil

Ahora tengo que ganar mucha altura. Las pared
es de mármol desaparecen de mi paso y aparecen allá arriba. Quiero localizar todas las cuevas: la de la Veneira, la del Agua, la del Rayo. He leído sobre ellas. No sé si seré capaz de identificarlas, porque las explicaciones eran muy vagas. Allá arriba se ve otra cueva. No está a ras del suelo, sino que parece que hace falta una pequeña trepada para llegar a ella. ¿Será la del Agua? Ni idea. Dicen que tiene estalactitas y que atraviesa la montaña de lado a lado. Pero bueno, no soy espeleólogo y tampoco tengo tanta curiosidad. Y no me apetece subir hasta allí arriba.


Ya se ve la primera cueva. Es la que se ve desde todas partes. Pero ésta no debe de ser la del Agua. Parece cegada.

Veo algo moverse allá arriba. ¿Qué será? Por aquí no hay rebecos. Parece un pájaro. Sí, es un pájaro, grande, quizá una rapaz pequeña. Vuela muy rápido. Es extraño, parece como si rebotara en el suelo. Sí, se está pegando unos trompazos de pánico. Se acerca a mí. No, no es un ave. Es una roca. Ahora se oye, y silba. Pasa a veinte metros de mí. No es muy grande.


Aparece una segunda cueva. Sí puede ser la Cueva del Agua.

La roca aquí parece compacta, pero todo termina cayéndose algún día. Habrá que estar atento. Ahora gano altura en línea recta, cansado pero rápido. Veo dos cuevas, una encima de la otra. La de arriba tiene zarzas en la entrada, pero la de abajo es fácilmente accesible. Entro y la encuentro llena de excrementos, de esos mismos excrementos de antes. Ya caigo: son las cabras. Las he visto otras veces. Claro, ahora cuadra todo.


Otras dos cuevas. La de arriba debe de ser la de La Veneira, de la que leí que habían puesto algo para evitar que el ganado cayera dentro. Entré en la de abajo, pero no era. Y no me apetecía tener que dar toda la vuelta para ver la otra.


Entro en la de abajo, pero sólo tiene diez metros de longitud. Aquí se han refugiado las cabras

Las paredes calizas de mármol empiezan a disminuir de tamaño. Atravieso ya algún pequeño nevero, durísimo. Veo una pequeña terraza, sospechosa. ¿Habrá ahí otra cueva? Subo un poco, y efectivamente, la Sima del Rayo. Está escrito con pintura roja en su borde superior. Tiene una boca de diez metros de anchura y poco más de un metro de altura. Luego se estrecha mucho y no se ve más. Aquí han estado explorando. Debe de ser profunda. Cuando pone 'sima' y no 'cueva', es que sin cuerda ahí es mejor no meterse. Nunca me he atrevido a meterme yo solo muchos metros en una cueva. Si me caigo, yendo solo, no me va a encontrar nadie jamás. El monte es muy grande y nadie supondrá que voy a estar metido ahí dentro. Nadie con sentido común se metería solo en un sitio así sin haberlo dejado dicho antes.


La Sima del Rayo, de la única de la que estoy seguro que acierto



Es que lo pone...

Después de ésta, ya no hay más cuevas. Se alcanza una pequeña cumbre, en el filo del cordal. Ya no hay más peñas. Se vuelve a ver Mataotero abajo. De frente, un rebollar. Es horrible cruzar uno de ésos. No ceden al paso del cuerpo como las escobas y los piornos. Tienes que ir encajando el cuerpo entre los árboles, muy juntos y tiesos, haciendo contorsiones. A veces te quedas atascado. Cuando llegas a la mitad, igual te das cuenta de que no puedes seguir avanzando, porque los robles están demasiado juntos. No, no me meto por ahí ni loco. Bordeo un poco por la izquierda, por un senderillo pisado por las cabras y los caballos. Llego otra vez al filo. Ahora, de frente, hay una estrecha arista rocosa, con nieve dura y caída a ambos lados. Como en los viejos tiempos. No debería estar haciendo esto, pienso. Pero luego resulta ser más fácil de lo que aparentaba. Estoy en el collado. Desde aquí, a Mataotero y Cuevas, llegaría en diez minutos. La bajada es fácil. Pero yo quiero ver de qué son aquellas huellas. Llevo un rato viéndolas, debajo de las Brañas del Campo Cuevas. Con los prismáticos no sé de que son. No parecen de una persona, porque no se ven más.


Voy diciendo adiós a las peñas. Es lo más parecido que tenemos por aquí a Somiedo

En el collado, aparece otro robledal, pero éste es maduro. Es hermoso. Tiene acebos en su interior. No sé qué hacer. Aquí ya no hay sendas ni nada que se le parezca. Puedo subir al cordal, y seguir en dirección a El Gallo, pero por allí todo aquel verde son escobas o piornos. Y tampoco quiero ganar tanta altura. Se me está haciendo tarde. Mejor intento alcanzar aquel camino cerca de las brañas. Pero para eso tengo que atravesar el bosque. Si se cierra mucho, ya tenemos fiesta. La nieve está durísima. Y tiene mucha pendiente. Decido atravesar el robledal. Hay mucho espesor de nieve, que ha vencido todos los arbustos entre los árboles y me permite avanzar fácilmente. A veces, veo los arbustos casi horizontales, del peso de tanta nieve, y debajo, un hueco de medio metro. Si se parte la nieve cuando estás encima, te llevas el susto de tu vida, y una torcedura de tobillo. Intento evitar en lo posible esos huecos. Aprovecho huellas de animales para poner el pie y no tener que clavar el canto en la dura nieve. Sin luchar mucho, atravieso todo el robledal. Ha sido un bosque precioso. Alcanzo el camino. Qué camino más extraño. ¿Para qué lo habrán hecho? Recordaba un cortafuegos que abrieron cuando ardió esta ladera de El Gallo hace tres o cuatro años. Pero yo creo que estaba más arriba. Los cortafuegos son burdos y ásperos. Éste es un camino como Dios manda. Pero no, de repente, gira bruscamente hacia arriba, en fortísima pendiente. Era el cortafuegos. Tapado por la nieve, no se percibía el rugoso firme de tierra.


Ya se ven las Brañas del Campo Cuevas. Andan por ahí, en el medio. Al fondo, el collado del Campo Cuevas (1.525 m.)


Desde este colladito bajaría en un momento a Mataotero, pero quiero ver aquellas huellas...


A la derecha del collado del Campo Cuevas, El Gallo (1.730 m.)

Decido que se acabó la jornada. El Collado del Campo Cuevas está a diez minutos como mucho, pero es muy tarde. Ni siquiera había pensado hoy subir tan arriba. Comienzo a descender. La nieve está reblandeciéndose pero sólo me hundo dos o tres centímetros. Está genial. Bajo a la carrera, hasta alcanzar la vaguada que sube hacia el collado. Desde ahí a la cantera no tardo nada. Allí se acaba la nieve. Encuentro las huellas. No, no son de oso. Son muchos animales, que han ido aprovechando las huellas de los que pasaron antes por allí, y han formado grandes huecos en la nieve. Unos metros más abajo, maquinaria abandonada. La debieron de subir para ensanchar la pista y ahí quedó. Está toda oxidada. Aparecen restos de un caballo o una vaca. Y los primeros excrementos de lobo. Ya es todo descenso vertiginoso hasta el pueblo, con buenas vistas de todo el macizo que he recorrido hoy. Identifico las posiciones de todas las cuevas. Mucho más abajo, más huesos, todavía con algo de chicha. Más excrementos de lobo. Las mandíbulas. Sí, es un caballo. Un argayo (desprendimiento) se ha llevado media pista. Han puesto una señal para avisarlo. Es de explosivos. Se ve que no tenían otra a mano. Estoy llegando al pueblo. A cincuenta metros de la primera casa ...otro excremento de lobo.


Cuesta abajo y sin frenos. La nieve está ideal para bajar a toda pastilla



Llegando al pueblo, un desprendimiento se ha llevado media pista ladera abajo. Para anunciar el peligro, pusieron este cartel. Se ve que no había otro a mano...



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar. La situación de Mataotero y Cuevas del Sil está erróneamente intercambiada en el mapa.



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