lunes, 27 de abril de 2009

Degaña. Cielo e Infierno


Alto de la Furaquina o Bóveda (1.917 m.), una de las mayores alturas del concejo de Degaña

Pocos, muy pocos lugares en España pueden presumir de ser un paraíso natural. En cambio, muchos otros lugares sí que podrían avergonzarse de ser un infierno natural, en que la existencia de la vida se reduce a la de los seres humanos, gorriones, cucarachas, microorganismos y ocasionales árboles ennegrecidos por la polución. Luego existe esa rara combinación de paraíso natural que coexiste con la devastación y la muerte, sin que muchas personas sean consciente de esa peligrosa convivencia.


Balsas de decantación de estériles procedentes del lavado de carbón, al pie del magnífico bosque de Degaña, donde habita el oso y el urogallo

Al igual que Laciana, Degaña es uno de esos lugares. En Degaña aún sobreviven algunos ejemplares de urogallo, siendo una de las pocas comarcas cantábricas que lo han conseguido. También es una de las mejores zonas oseras de la cordillera, que no es poco. Estos dos simples detalles indican, sin ningún lugar a dudas, que Degaña es uno de los últimos paraísos naturales que nos quedan en España. Quizá carezca de espectaculares montañas calizas que atraigan la mirada, de la misma manera que lo hacen las de Somiedo, Teverga, Ponga o Picos de Europa, que por ello atraen al grueso del turismo que llega al noroeste buscando montañas. La belleza de Degaña es otra, más sutil, menos explícita, pero que para el que sabe mirar no tiene comparación posible con la de otros parajes aparentemente más hermosos.


Mina de carbón a cielo abierto de Coto Cortés, que sube hasta los 1.807 metros de la cumbre del Pico Prieto y, tristemente, la única opción que se ofrece para mantener el empleo en el concejo de Degaña


Detalle de la explotación minera, en la cumbre de la montaña


El cauce de un arroyo, irreconocible

A veces no sabe uno si alegrarse de la falta de agudeza visual del turista o no. Cuando visito pueblos enclavados en las zonas de montaña más turísticas de la cordillera Cantábrica, noto un vacío en el alma, viendo su arquitectura, aparentemente típica pero absolutamente descafeinada; viendo el enjambre de comercios con 'productos típicos' que, como fotocopias, ofrecen lo mismo en cada esquina; viendo la actitud cuasi-hostil y desconfiada de sus habitantes que, de tanto ver pasar miles y miles de turistas estresados y en ocasiones irrespetuosos y exigentes, han olvidado el espíritu hospitalario y sincero tradicional de los habitantes de las montañas, que apenas están acostumbrados a la presencia de forasteros, y a los que acogen en su casa y dan grata conversación una vez superada esa fina barrera de la desconfianza habitual del montañés; viendo que, para satisfacer al turista, se importan atracciones y lugares de divertimento que nada tienen que ver con un pueblo de montaña, pero que mantienen contento al turista y permiten hacer algo de caja al propietario; viendo que, como está ocurriendo en la Pola de Somiedo, aparecen urbanizaciones de chalets adosados que destruyen para siempre la imagen del lugar, total para cincuenta vecinos que ni se censan en el pueblo ni van a asomar por allí más que algunos fines de semana de buen tiempo y unos días durante el verano, edificios que convierten el lugar en una población fantasma, como ocurre con los complejos urbanizados en las estaciones de esquí fuera de temporada; viendo como las fincas y accesos a caminos comienzan a aparecer con candados y carteles de 'Prohibido el paso. Propiedad privada', tal y como ocurre en las afueras de las grandes ciudades.


Vista parcial del valle de Degaña, desde la primera de las rutas del texto

Pero, por otro lado, la ausencia total de turismo en un lugar lo condena al abandono, al aislamiento, y lo deja en bandeja para que los cuatros buitres de turno hagan y deshagan a su antojo, dejando cuatro perras en el lugar, destruyendo sin limitaciones, sabiendo que nadie va a salir en su defensa, secuestrando el empleo y, por ende, sometiendo a chantaje a las autoridades locales cuando éstas intentan poner freno a los desmanes del mafioso que controla su economía y su supervivencia poblacional. Los grandes empresarios saben que no van a tener resistencia significativa a la hora de proyectar en un área de montaña con escasos habitantes un parque eólico, una cantera, una mina a cielo abierto, un embalse, una autovía o un polígono industrial contaminante. Digo grandes empresarios cuando podía haber dicho políticos, porque bien es sabido que la idea que se le ocurre al empresario, pronto el político la hace suya y la cataloga como prioridad absoluta para lograr el bienestar de los ciudadanos, aunque a éstos jamás se les haya pasado por la cabeza que necesidad de tal cosa fuera prioritaria. El cretinismo irracional de los votantes vitalicios -sin ningún espíritu crítico- de los partidos políticos hace el resto, porque pronto se muestran dispuestos a defender las absurdas pretensiones de sus líderes, cualesquiera que éstas sean. El resto de la población, unos por pasividad e indiferencia, otros por ser poco numerosos o temerosos de la presión del resto, deja hacer. Y a los cuatro o cinco que plantan cara se les aplasta sin ninguna dificultad.


Puerto de Valdeprado, que comunica Degaña con la provincia de León a través de una carretera minera

Degaña lleva viviendo décadas del carbón. Como en todas partes, se pensó que, o bien el carbón iba a durar para siempre, o bien la demanda del mismo iba a ser eterna. Como en todas partes, nada se hizo previendo que un día el carbón entraría en crisis. Como en todas partes, el día llegó. Como en todas partes, la comarca se fue vaciando. Como en todas partes, siguen sin proponerse alternativas al carbón, a pesar de que el fin está ya claramente a la vuelta de la esquina.


Los incendios, la otra pesadilla de Degaña, aparte del todopoderoso e impune empresario minero Victorino Alonso

Degaña está en manos de Victorino Alonso, el mayor empresario minero de España. Quizá más que Laciana. Victorino Alonso lo sabe muy bien. Y como es como es, saber sacar tajada de ello. Victorino Alonso sabe que prácticamente todo el empleo en Degaña depende, directa o indirectamente, de él. Sabe que el día en que cierre la mina a cielo abierto de Coto Cortés en Cerredo, el concejo de Degaña se muere por completo. Para desgracia de los habitantes de Degaña, Victorino Alonso es uno de los empresarios más despiadados de España. Carece por completo de escrúpulos. Y tiene tantos 'amigos', que no teme a nadie. No teme a la ley, porque sabe que es impune, haga lo que haga. Vive tranquilo, sabiendo que puede hacer lo que le venga en gana. Los mineros tiemblan, sabiendo que un mes cobran, pero al mes siguiente, dependiendo del humor del empresario, quizá no. Y Degaña calla, porque Degaña quiere seguir con vida, y la mano de Victorino Alonso la tiene cogida por el cuello, que puede partir de un apretón cuando le parezca bien.


Vega de Bustieguas, al pie del Beigardón (1.941 m.), cima más alta de Degaña

A pesar de ello, sigue fascinándome Degaña. No lo anteriormente descrito, sino su bien más preciado, su esencia: su paisaje. Un paisaje que se aprende a amar cuando se recorre por sus entrañas, viendo sus robles centenarios, sus acebedas, sus tejos, sus abedules, sus brañas, una huella de oso, un estrepitoso aleteo del urogallo. El otro día descubrí un mirador increíble al bosque de Degaña, ese bosque que lo recubre de extremo a extremo, en la mitad sur del valle. Un mirador barato, barato. 'Barato' en el sentido energético, ya que en apenas veinte minutos de caminar se accede a él. Es un mirador equidistante de ambos límites del valle, lo que permite dominarlo entero. Lo más espectacular del valle se encuentra justo enfrente.


Primera ruta del día. Camino que recorre la ladera soleada del valle, donde el bosque apenas crece

A este lugar estratégico para la cámara de fotos y la visión exploradora se accede desde el kilómetro 107 de la AS-15. A un lado de la carretera, un ramal asfaltado desciende hacia el río. Al otro lado, hacia el norte, un camino en fuerte pendiente se interna en el robledal. Se notan aún las cadenas de un vehículo de oruga en la tierra del camino, que indican movimientos recientes en la zona, seguramente para habilitarlo como cortafuegos ante una de las mayores plagas de Degaña, fuera de Victorino Alonso, como son los incendios. Esta ladera de la montaña, la orientada al sur, como en cualquier otra montaña de la cordillera Cantábrica, es la que se quema habitualmente para pastos, y año sí, año también, arde por alguno de sus puntos. Se aprecia ya el borde negro del último incendio allá arriba.


Las vistas son espléndidas, ya casi desde el principio del itinerario

La parte inicial del camino atraviesa una razonable extensión de roble, con ejemplares ya de tamaño interesante. En un quiebro del camino, un ramal más estrecho desciende hacia la derecha. Siguiendo por la izquierda, se abandona el bosque y se entra en la masa rosada del brezo, que nos mostraba Suso de Degaña en su blog hace unos días. Aparecen, de cuando en cuando, y aprovechando una serie de vaguadas sin arroyo, más robles allí refugiados. El camino se extiende hasta el doble de la longitud que muestra el mapa de Calecha de Muniellos. En los últimos metros, aunque con la misma anchura que todo el trazo anterior, ya crece la maleza, y muestra el aspecto que debía de tener el camino en su totalidad antes de que la máquina lo volviera a resucitar.


Llegando al brezo

Un leve sendero continúa, en la misma dirección, hasta que al atravesar la siguiente vaguada, se vuelve muy incómodo de seguir, a través de un burdo desbroce de fortísima pendiente lateral. Saliendo de la pequeña vaguada, y al llegar al filo, aparece la muerte. Llego al límite máximo del incendio. El sendero ahora aparece nítidamente entre el fondo de negrura que lo bordea. Al llegar a la siguiente vaguada, veo que los únicos árboles que han sobrevivido al fuego son los que crecieron en el canchal que tapiza el fondo. Son árboles ya con unos cuantos años encima, que han sobrevivido a numerosos incendios gracias a que la piedra que los rodea es ignífuga. En la pedriza el sendero desaparece. Se podría seguir, y en apenas doscientos metros saldría al cordal que baja en diagonal desde el Campo Barcaxil, y por el que aparece un sendero en el mapa. Pero mis planes para hoy son otros. Vuelvo atrás por el mismo itinerario, y tomo el ramal de camino que salía hacia la izquierda en una de las curvas iniciales del camino, y que no aparece en el mapa. Este camino va descendiendo y va enlazando grandes prados, finalizando en el arroyo que proviene de la Laguna de Changreiro.


El camino se convierte en sendero, que atraviesa el brezo...


... y poco después, el sendero se adentra en la Muerte


Los robles que crecen en el medio de una pedriza son los únicos supervivientes al fuego


La vida, testaruda, se empeña en volver a intentarlo

Vuelvo al coche, y me desplazo al extremo oriental de Degaña, próximo a La Collada, indicada en los carteles como Puerto de Cerredo. Hace un par de años se inauguró un sendero, con panel informativo, conocido como Ruta Fonchada, que partía del inicio de la carretera de Cerredo al puerto de Valdeprado. Este sendero va paralelo al río Ibias, muy próximo al borde del mismo, atravesando un robledal centenario primero, y la parte inferior del hayedo después. El pasado otoño, lo pretendía recorrer en su totalidad, pero al llegar al hayedo, el trazado desaparecía, la continuación más razonable pasaba por reptar por debajo de los árboles, y la menos por destrepar el peligroso talud por encima del río, así que decidí que no merecía la pena seguir. No encontré las escaleras de piedra que, según el panel, daban continuidad a la ruta.


En otra zona de Degaña, escombrera de la mina a cielo abierto, con el fondo del Picón (1.863 m.)


Panel informativo (ahora prácticamente destruido) de la Ruta Fonchada, en el otro extremo de la ruta

En este día, lo intenté por el extremo opuesto, partiendo del núcleo de cabañas de Las Colladas. Dejando el coche en el espacio de tierra destinado a aparcamiento para los que van a realizar la ruta de las Lagunas de Chagüeños, me dirijo hacia las cabañas que están por debajo de la Cueva Fonchada, identificable por el cartel verde que hay en su boca. Bordeando las últimas casas por la izquierda, por senderos de cabras, se llega al arroyo, donde se distingue claramente una pasarela. Tras atravesarla, una empinada cuesta me saca del valle y me planta en una zona llana al pie de la montaña, plagada de acebos, donde se ve claramente la cabaña conocida como Casa Fernando.


Pasarela al inicio del itinerario, cerca de la Cueva Fonchada, sobre el arroyo de Las Campas


Peñones de mármol. En el izquierdo, en la parte inferior, se encuentra la Cueva Fonchada


Cueva Fonchada

A partir de aquí, el sendero se convierte en un ancho camino, pero da lo mismo, porque las ramas partidas -e incluso algún árbol entero caído- dan muchísimo trabajo para poder avanzar. Llego a la orilla del río Ibias, pero de frente evidentemente no se puede seguir. La única opción pasa por atravesar el río por una dudosa pasarela de troncos. No tiene mala pinta pero, desconociendo su estado, da cosa atravesar un río tan caudaloso como éste. Aún así, lo hago, sabiendo que en el texto del panel de la ruta no indicaba nada sobre esta pasarela. Al otro lado, de nuevo el camino, muy embarrado, me aleja del hayedo, que ya tenía justo enfrente.


Casa Fernando, próxima a la acebeda


En el hayedo


La pasarela de troncos sobre el río Ibias


¡Allá vamos!


La pasarela, desde el otro lado

De repente, la muerte. A mi izquierda, el hayedo, la naturaleza pura. A mi derecha, el negro de una escombrera de la mina. Cientos de metros de escombrera, espolvoreados con algunos otros deshechos. Continúo el camino, decidido ya a no volver sobre mis pasos y cruzar de nuevo aquella pasarela de troncos, y salir a la próxima carretera. Pero una de las estructuras metálicas recientemente construidas a la entrada de Cerredo aparece de la nada, y me indica que el camino no tiene salida. No queda otra que ascender por la resbaladiza escombrera. Poco más arriba encuentro un electrodoméstico de gran tamaño, un neumático y un colchón, que indica que este punto también sirve de vertedero. Ya por la carretera, vuelvo, siguiendo un largo tramo de carretera bordeada de escombros y estériles de la mina, con el fantástico paisaje del bosque justo por encima, como si tal cosa.


Salgo del hayedo, y me encuentro... esta bonita escombrera


Un frente de estériles de la mina de carbón, a escasos 50 metros del río Ibias


¡Ups! Por aquí no hay salida. Camino vecinal con acceso cortado


Cortado el camino, no me queda otra opción para salir de allí que ascender la escombrera, por donde un arroyo se abre paso, entre por ejemplo, una cocina o un colchón

La impresión que se lleva el visitante que entra en Degaña procedente de Laciana es descorazonadora. Escombreras, vertederos y, ya a la entrada de Cerredo, polvo de carbón por todas partes. Es sucio, es feo, es tercermundista. Cuando conduces, tienes la vista fija en la carretera casi todo el tiempo y no te da tiempo a comprender que Degaña es algo más que montañas de carbón, vegetación ennegrecida por el polvo de carbón, camiones y excavadoras. Girando la cabeza a la izquierda, uno descubre que Degaña es mucho más que eso. El negro es un porcentaje muy pequeño de la paleta de colores que ofrece Degaña. Pero a veces puede parecer que ése es el color principal. La destrucción ocupa una pequeña porción de este hermoso concejo. De momento. Victorino Alonso es imparable. Nadie le hinca el diente. Seguirá haciendo lo que le plazca. Él no vive en Degaña, y no le importa dejar un erial tras de sí según va atrapando la vida y la sumerge en el reino de la muerte.


Las Corradas, ajenas a la destrucción, tan próxima

El fuego y los desmanes de la mina. Las dos principales pesadillas para la vida en Degaña.


Degaña, paraíso natural... seriamente amenazado.




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar


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jueves, 23 de abril de 2009

El Bosque Misterioso, o el Bosque del Tsobu


Nevadín (2077 m.), desde los prados al pie de Matalachana. Parece mentira que a pocos de metros de aquí haya un polígono industrial, ¿verdad?

Quedar para salir al monte con el Tsobu de Laciana viene a ser tan difícil como conseguir una cita para comer con Eva Longoria o Jennifer López. A pesar de ello, he conseguido - a base de puro perseverar - que coincidamos tres o cuatro veces en estos últimos años. Poco tiempo libre, obligaciones familiares, el no poder resistirse a una buena siesta cuando se le mete entre ceja y ceja, mal tiempo justo el día en que habíamos quedado... , la verdad es que cuesta sacar al Tsobu de su lobera.


El Tsobu de Laciana, en su área de campeo

Da gusto caminar con el Tsobu por su territorio. Cada día de monte es un día de aprendizaje, y de grata conversación, que carga con toneladas y toneladas de sentido común, ese bien tan escaso. Por otro lado, al Tsobu a veces hay que darle un poco de cuerda. Para ello, nada mejor que su señora, Rinubeiru, que lo hace de mil amores. Y es que Rinubeiru (versión pachueza del Nuberu, ese ser mitológico responsable de las tormentas), es exactamente eso: una tempestad. Pura energía, para la que aún no ha encontrado un canal apropiado por el que canalizarla, la vierte sobre el pobre Tsobu, que llega un momento en que ya no sabe por donde le llegan los rayos y truenos. Pero es el ensamblaje perfecto: mente vs corazón; letargo vs energía; reserva vs espontaneidad.


Tsobu y Rinubeiru = Sensatez y Energía


En la base de Matalachana, durante la 1ª Nevadísima

Hace un año, el Tsobu me hablaba de ir a desbrozar un sendero en Matalachana, esa gigantesca montaña encima del polígono industrial de Villager y del embalse de Las Rozas. Los meses pasaban, y no aparecía el momento de ir. Una ruta corta, tan corta que no ibas a estropear una buena mañana de buen tiempo, pudiendo dedicarla a otras tareas de más larga duración. Pero demasiado larga para ir cuando se anda muy mal de tiempo. La cuestión es que otros, cazadores o quién sabe, la desbrozaron entretanto. Pero aún así, seguía en pie el ir a recorrerla. Matalachana es una montaña que sólo tiene un sendero: el que sube a las Brañas de Buenverde, en el extremo oeste de la montaña. Luego, hasta Villarino del Sil, ni un solo trazo durante kilómetros. Una montaña virgen completamente. Ardió hace unos cuantos años, pero la regeneración del monte y el bosque fue bastante rápida. Aún se perciben, mirando atentamente, muchos árboles de color blanco, que no son sino los esqueletos de aquellos que ardieron aquellos días. Pero la Naturaleza los va disimulando lentamente, porque, afortunadamente, a la larga, ella sigue siendo más fuerte que nosotros.


Matalachana, con el profundo tajo de El Vachinón, vista desde la Vía Verde de Laciana, ahora itinerario peatonal


Prados al pie de Matalachana

Al final, con o sin el Tsobu, decidí ir a explorar. Este invierno, durante un recorrido por la base de la montaña con Tsobu y Rinubeiru, cuando la Nevadísima, me indicó Tsobu el punto en que el sendero partía ladera arriba. Con más de medio metro de espesor de nieve, costaba imaginarlo, la verdad. Pero así era. Enfrente del cámping de Laciana, al otro lado de la carretera general Ponferrada-La Espina - alias CL-631 -, parte un camino que cruza el río de Caboalles, en dirección a una pequeña cuadra. A la derecha, pegado a la carretera, un molino. Sigue entre muros, junto a grandes prados horizontales con ganado, hasta que, al llegar a las primeras escobas, el camino se estrecha y una estrecha senda parte perpendicular, en dirección sur. Ésa es la senda en cuestión. Las grandes nevadas de este invierno han vencido los arbustos sobre el sendero, y en algunos tramos hay que abrirse paso, aunque sin mayores problemas. Rápidamente, el paisaje abre, y me encuentro en un abedular, relativamente joven, que da paso a un robledal de edad parecida. Me llama la atención el aterrazamiento del terreno, de corte uniforme, que deduzco obedece a la mano del hombre.


Entro en el Bosque Misterioso

Llama la atención a mi izquierda una silueta que no pertenece al bosque. Me acerco a investigar y encuentro una estructura de troncos, techada con escobas, en el que cabrían dos personas tumbadas a lo largo. Está en mal estado, aunque la tierra de su interior parece que ha visto alguna visita. A su lado, un poste con una casa de madera en miniatura plantada en lo alto. No es éste el primer indicio de la visita del ser humano, ya que unos centenares de metros antes, junto al sendero, un techo de escobas tumbado en el suelo del bosque, y unas tablas, indicaban que allí se construyó algo tiempo atrás. Continúo ascendiendo, por un tramo muy empinado, a la siguiente terraza. Poco antes, de nuevo a la izquierda, algo extraño resalta entre unos abedules jóvenes, muy apretados. De nuevo, vuelvo a desviarme para observar: es algo, no sé muy bien qué, subido a metro y medio de altura, entre los troncos de los árboles, con una rústica escalera de madera en la base, y a la que le faltan algunos peldaños.


Primer intento, fallido, de colonizar el bosque


Segundo intento, con más gracia


¿?


Tampoco entiendo éste


Por fin, el asentamiento definitivo

Ya en la última terraza - porque a partir de ahí la ladera de Matalachana ya adquiere su característica verticalidad - el sendero se interrumpe por arbusto tras arbusto vencido sobre el sendero, y que imposibilitan el poder seguir ascenciendo. A mi izquierda, por debajo de la terraza en la que me encuentro, veo entre los árboles la construcción definitiva: una cabaña de troncos, a modo de como aparecen en las películas de tramperos de las Montañas Rocosas en las películas del Oeste, de grandes dimensiones. Estoy por bajar a inspeccionarla de cerca, pero el lugar me resulta un tanto inquietante. ¿Qué cosas extrañas encontraré en su interior? ¿Quién tendrá tanto interés en venir a pasar aquí las noches, en un bosque tan cerrado y sin vista al mundo exterior? Me vienen a la mente las muñecas ensartadas en palos en una finca, a modo de cierre, que expuso María del Roxo en su blog, junto a una cabaña hecha de materiales vegetales. ¿Le faltará algo al autor de todo esto, como aparentemente le falta al tétrico personaje de Majaelrayo? O simplemente, quizá sea uno de mis vecinos, aparentemente la persona más normal del mundo. ¿Alguien sabe algo? Nos lo diga, por favor.


De vuelta a la civilización, vista del Barrio de La Cruz, de Villager de Laciana


El sendero que rodea la base de la montaña, en primavera


El mismo árbol, en diciembre pasado

Regreso por el mismo sendero, hasta el pie de la montaña, y decido hacer el circuito, enlazando con el camino de la Braña de Buenverde, y volviendo por el polígono industrial y la Vía Verde. Me llama la atención encontrar una perdiz junto al camino, a escasos cien metros del polígono. Aunque más de una vez, estoy seguro, el mismísimo oso habrá paseado por sus calles asfaltadas. Estamos al borde de la Naturaleza, con mayúsculas, aunque mirando hacia el norte resuenen los dúmpers de El Feixolín y Fonfría, y las naves prefabricadas del polígono industrial nos hagan por un momento olvidarnos de los bosques que tenemos a nuestras espaldas.


Pasado y presente: un molino, junto a las instalaciones de la ITV




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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miércoles, 15 de abril de 2009

Mapa general del Alto Sil


Pulsar en la imagen para que se amplíe el mapa y pueda ser legible

El concepto del Alto Sil es demasiado nuevo para la mayoría de la gente, incluso local, que no sabe muy bien qué delimitación tiene. Para la gente de las comarcas próximas, Laciana, - que es la mitad norte del Alto Sil - no necesita carta de presentación. Saben que es el valle donde se encuentra Villablino. Otros que conocen bien Laciana han oído hablar de Palacios del Sil pero, al encontrarse fuera de su ruta habitual, o no lo sitúan bien, o no conocen más que las poblaciones del municipio que yacen junto a la carretera de Ponferrada a Villablino.

Algún comentador del blog, como María del Roxo, me sugirió la posibilidad de añadir un mapa general del Alto Sil, para ayudar a situar las rutas que se van detallando en este blog. La idea ya pasó por mi cabeza hace unos meses, pero terminó concretándose en los pequeños mapas de zona que ya incluyo al final de la descripción de cada ruta. Pero efectivamente, el que no conoce Salientes o Tejedo del Sil, por ejemplo, echa en falta un mapa más global que el del entorno del pueblo para saber concretamente por qué aguas del Alto Sil navegan esas montañas.

Así que ahí va. El mapa venía incluido en un archivo pdf editado por la Junta de Castilla y León, y que ahora ya no está disponible en internet. He añadido el pueblo de Cuevas del Sil, del que no aparecía el nombre en el mapa original. Según vaya encontrando ese valioso tesoro llamado Tiempo Libre, iré añadiendo al mapa las rutas del blog.


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