lunes, 29 de diciembre de 2008

El valle del río Glacheiro


El suave valle del río Glacheiro termina a los pies del Cornón (segunda cima completa por la izquierda)

El valle de Sosas de Laciana es uno de los más largos de toda la comarca de Laciana y por él discurre una de las rutas más habituales para ascender al techo del Alto Sil, el Cornón, que con sus 2188 metros sirve también de cumbre más alta -compartiendo trono con Peña Orniz, de aproximadamente la misma altura- del concejo asturiano de Somiedo.


Cabana en ruinas en el valle de Sosas de Laciana

El pueblo de Sosas es el más fragmentado de todos los de esta comarca, ya que se divide en tres núcleos claramente diferenciados. El celo de sus vecinos han convertido a Sosas -junto con Robles de Laciana, por las mismas razones- en el pueblo mejor conservado de Laciana. Este interés por conservar lo propio y por ende, de impedir más destrucción a manos del mismo de siempre, se extiende no sólo a sus construcciones y elementos tradicionales, sino que también tiene algunos ejemplos valle arriba, como después veremos.


Tractor haciendo la hierba en el valle de Sosas

El valle de Sosas de Laciana tiene sus brañas esparcidas a todo lo largo del mismo, que iremos encontrando casi desde el mismo inicio. Cuando ya el Cornón deja de ser un lejano referente en el horizonte y se muestra ya de pies a cabeza, con la fotogénica pradería de las Veigas -último grupo de cabañas- a sus pies, notamos una sucesión de pequeñas cascadas por el lado derecho del valle, que son las que vierten las aguas del río Glacheiro, un pequeño valle que nace a los pies del Cornón, pero por su cara sudeste.


Uno de los saltos de agua del río Glacheiro

En el primer puente que encontramos para cruzar el río de Sosas desde que lo cruzamos por primera vez a la salida del pueblo, giramos inmediatamente a la izquierda por el primer camino que aparece, ignorando el de la derecha, que se dirige hacia el abedular de Vildeo. El que hemos tomado llega a una cabaña, donde se convierte en una senda que cruza poco después el río Glacheiro justo en la zona donde se encuentran las cascadas, quedando dos de ellas por encima y una por debajo. Es un paraje muy hermoso, con una pequeña poza al pie de la cascada más próxima, donde se antoja apetecible el baño. No caerá hoy esa breva, ya que andamos mal de tiempo y lo que nos apetece es caminar y aprovechar el día de esta otra manera. No lo había mencionado, pero esta ruta que aquí se describe tuvo lugar a finales de un mes de julio, ocasión óptima para sumergirse en las ya no tan frías aguas de los ríos cantábricos.


Chozo tradicional rehabilitado, en el paraje de Las Crespas

Inmediatamente después de cruzar el arroyo damos vista a los dos chozos de Las Crespas o Las Presas, con su techo tradicional de escoba y una pequeña empalizada de madera a su alrededor. No es el único chozo restaurado en el valle de Sosas, ya que otros dos -en Valbuena y Vildeo- han sido rehabilitados en distintas fechas recientes. Una iniciativa relativamente económica, práctica -sirven como espartano refugio de montañeros- y que da un atractivo añadido a este hermoso valle.


El Cueto de la Chágueda (1927 metros) muestra desde el río Glacheiro su más estético perfil

En este día ni había tiempo ni tampoco un especial interés por ascender al Cornón desde esta vertiente, ya que el tramo final, que enlaza con otra ruta proveniente de Lumajo, lo teníamos bastante fresco del año anterior. Así que fue uno de esos días de dar vueltas sin ningún otro objetivo que el de explorar y conocer. Desde los dos chozos, subimos río arriba por un corto tramo de pasto hasta cruzar de nuevo el arroyo a la orilla sur, alcanzando un amplio campo con una cabaña para el ganado y un abrevadero. Desde aquí parte un gran número de senderos de los cuales es difícil adivinar cuál tiene más futuro y rentabilizará más las energías invertidas, así que se escoge uno de ellos al azar. Éste termina alcanzando la loma que separa el valle del río Glacheiro del de Vildeo, con la cima del Pico El Rebezo ya a poca distancia de nosotros. Como el valle de Vildeo ya lo conocemos, giramos a la izquierda, internándonos ligeramente en un desparramado abedular que ha sobrevivido en la umbría del valle del río Glacheiro. Nuestro sendero ahora comienza a subir en dirección al Collau, esa amplia brecha entre el Pico El Rebezo y La Reigada, que alcanzamos poco tiempo después. Desde este sendero se tiene ya una buena vista de la cabecera del arroyo Glacheiro y del Cornón.


Aunque aquí parecen similares en altitud, el Cornón (izq.) se eleva más de 250 metros por encima de Los Pollos (dcha.)

Volvemos a descender por el mismo sendero pero ahora tomamos un sendero tangencial que nos interna en el abedular para alcanzar el río Glacheiro en el mismo punto en que lo cruzamos por segunda vez una hora antes. Intentamos remontar el arroyo por el lado izquierdo, atravesando delicadísimas turberas y sin un sendero claro. Cuando el arroyo gira bruscamente al norte, el sendero desaparece por completo y comienza una moderada lucha con la vegetación, de la que desistimos en breve. Decicimos cruzar de nuevo el río por un vado razonable en un estrecho cañón de tierra y encontramos un buen sendero en su otra orilla, la oriental. Decidimos seguirlo hacia el norte, pero como la alegría en casa del pobre dura poco, pronto nos vemos inmersos en un molesto trayecto de unos centenares de metros de apretados piornos. Terminado este tramo, ya dejada atrás la vertical ladera de La Reigada que nos acompañaba a nuestra derecha, llegamos al punto en que confluye nuestro sendero con el que procede de Lumajo y que es también una habitual ruta de ascenso al Cornón. Este paraje es especialmente fácil de identificar, por el vertical tajo de descompuesta arenisca roja que forma el río Glacheiro y un pequeño afluente que procede de la vertiente este.


Mirando atrás desde el mismo punto en que se hizo la foto anterior, se ve el Pico El Rebezo (1924 metros) y la Peña Muxivén (2027 metros) detrás

El reloj es implacable y, al mismo tiempo, ya hemos alcanzado el punto máximo que nos habíamos planteado para el día de hoy, así que ordenamos a nuestro corneta tocar retirada. Habiendo encontrado ya el sendero correcto para recorrer el valle, lo seguimos una vez pasado el punto en que lo encontramos, muy favorable ya y sin pugnas arbustivas. En el giro del río hacia el oeste, penetramos en el borde del precioso y maduro abedular, tras el cual llegamos al ya familiar punto de vadeo del río por el que ya pasamos dos veces anteriormente. Ahora vemos claro por qué no habíamos localizado la vez anterior el sendero apropiado para recorrer el valle: durante los primeros doscientos metros del sendero, éste desaparece en una amplia turbera y nada absolutamente indica que posteriormente vuelva a aparecer.


Peña Furada es la continuación de la cima del Cornón hacia el sur y separa el valle del río de Sosas del valle del río Glacheiro. A la izquierda se ve el pequeño furaco (agujero) que posiblemente dé nombre a la peña

Iniciamos ya el descenso sin miramientos y certificando que, a menos que en nuestros brazos comiencen a crecer las plumas y, por supuesto, que aprendamos a volar, nada va a impedir que la parienta nos eche en cara la hora larga que la comida lleva puesta en la mesa para cuando entremos por la puerta de casa. Tanto vagabundear no podía ser bueno. Pero lo hemos disfrutado, y eso neutralizará parcialmente el sinsabor de la bronca que se cierne sobre nosotros.


Un pequeño aunque hermoso abedular bordea el río Glacheiro en el sendero de regreso



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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sábado, 20 de diciembre de 2008

Corros. Una visita a Pepe


Capilla de la aldea de Corros

Corros es una aldea asturiana del valle del Naviego, en la Reserva del Cueto de Arbas, a poca distancia del pico del mismo nombre. No tendría mayor historia si no fuera porque, estando aún habitado este pueblo, sólo se puede acceder a él por una pista estrecha sólo transitable para vehículos todoterreno, dado lo descarnado y empinado del trayecto. Desde principios de los años ochenta del siglo XX, solamente un habitante reside en Corros de forma permanente, que viene a significar que durante seis o siete meses seguidos es la única alma humana que lo habita.


Cueto de Arbas, visto al mediodía durante el descenso de Corros

Este habitante no es otro que José Santor Antón, de 78 años de edad, que cuenta con la nada despreciable compañía de tres vacas, tres perras, tres gallinas, y algún gato, pero que, por esas cosas de la madre naturaleza, no tienen la capacidad para entablar conversación con Pepe y por ello, la razonable sensación de soledad debería estar demasiado presente en la vida de este buen hombre. Pero este razonamiento no es válido en este caso, porque Pepe lleva ya tanto tiempo solo que la soledad no es uno de sus problemas prioritarios y nunca se quejará de ello, para pasmo de tantos.


Pepe, en la ventana de la cocina de su casa, con su mejor boina

Ermitaño involuntario tras la emigración o fallecimiento del resto de sus vecinos o familiares, le preocupa más ahora mismo la reparación del cable de la televisión, que falló hace un mes, y que recorre los trescientos metros de la aldea de cabo a rabo hasta una antena en El Teso, desde donde se captan las ondas del repetidor más próximo. La cobertura de teléfono móvil no es mala excepto en algunos momentos en determinados lugares de su casa, y la radio funciona aceptablemente. Gracias al teléfono, que carga con una pequeña placa solar en su tejado, contactó con él hace unos días Onda Cero Radio de Gijón. También tiene en su haber una entrevista televisada en Telecinco o incluso en la mismísima BBC.


Corros

Porque Pepe, además de ser famoso por las circunstancias de su aislamiento, ajenas completamente a su voluntad, es un tipo encantador: dicharachero, hospitalario, con un excelente sentido del humor, honesto, franco, irónico, pero con la personalidad suficiente para no dejar que las vacas de Francisco el del Moirazo -simpático vecino de Trascastro- se enseñoreen de todo cuanto les plazca. Situaciones demasiado frecuentes y que provocan que Francisco dé cuantos rodeos sean menester por recónditas sendas para evitar un encuentro con el airado Pepe.


El parlanchín Francisco, de Trascastro, objeto de las iras de Pepe

Pero la vida de Pepe no sería lo que es, ni quizá hubiera llegado hasta la edad que ha alcanzado, si no fuera por la ejemplar y siempre disponible presencia de su mejor amigo, Eduardo, un altruista vecino de Villablino que merecería un monumento a la misma entrada de Corros, para premiar tanto esfuerzo, tantas y tantas horas de ayuda desinteresada y los cientos de viajes a través de un largo y complicado itinerario que hay que recorrer entre las dos localidades. Porque no es sino Eduardo el que le lleva y le trae a la villa de Cangas a las gestiones que sean necesarias; a las consultas del hospital; el que le ayuda en determinadas tareas de la casa; el que le ha traído tantísimas cosas que Pepe necesitó, que la lista de todas ellas taparía el camino de Corros de un extremo a otro.


Eduardo y Pepe, una amistad ejemplar

Desde hace más de un mes, la única persona que ha pasado por Corros no es otra que el propio Eduardo. El otoño enrevesado que estamos teniendo también ha tenido la culpa, porque Valdés, cuñado de Pepe, y cada vez menos asiduo en las visitas, no ha podido alcanzar Corros en su vehículo con las provisiones. Así que, a excepción de lo que Eduardo le pudo subir en su mochila tras tres demoledoras horas de ascensión con las raquetas hace quince días, los alimentos frescos de Pepe ya habían pasado a mejor vida.


Último escollo antes de alcanzar Corros: ventisquero en el camino, con el Cueto de Arbas detrás

Aunque yo ya había visitado a Pepe otros inviernos, nunca había tenido el privilegio de hacerlo acompañado de Eduardo. Porque es realment
e un privilegio. Caminar con Eduardo es hacerlo junto a una enciclopedia de dos tomos: el volumen I, sobre la naturaleza cantábrica, de la que puede estar hablando durante horas con precisión sin repetir ningún tema; el volumen II, aún más grueso que el primero, contiene infinidad de anécdotas, noticias e historias sobre aldeas, personajes y hechos sucedidos en Laciana, Somiedo, Belmonte, Degaña y otras zonas cantábricas.


Eduardo estudia unas huellas de lobo entremezcladas con otras huellas ensangrentadas de jabalí

Eduardo nació hace cincuenta años en Villaseca de Laciana, una de las poblaciones mineras por excelencia del norte de España, y ya sintió desde muy joven una pasión irrefrenable hacia la naturaleza y su conocimiento. Al no haber podido conseguir la nota suficiente para cursar Veterinaria, la carrera que tanto ansiaba estudiar, comenzó la muy distinta alternativa de Ingeniero Técnico Agrícola, a la que nunca consiguió aficionarse y que abandonaría en el tercer y último año, por culpa también de que 'andábamos detrás de las mozas', y decidió regresar a su tierra y trabajar en la minería, donde pasaría los siguientes veinticinco años de su vida. Hubo otro intento académico, esta vez dirigido hacia la Escuela de Ingenieros de Minas, pero tampoco fructificó, porque 'salía muy cansado de la mina y sin ganas de estudiar'. Desde hace ya algunos años, Eduardo está prejubilado de la mina y dispone de más tiempo para aquello que más le gusta: recorrer la naturaleza cantábrica, observar su fauna y conocer y charlar con sus habitantes.


Eduardo con Chenoa, una mastina de Pepe

Vista la cantidad de nieve que aún aguanta en la cordillera Cantábrica, se decidió iniciar la ruta en Trascastro antes del amanecer, por aquello de ascender lo máximo posible con nieve dura y poder llegar pronto a Corros para poder estar más tiempo con Pepe. Aunque mucha nieve bajo los pies termina resultando una experiencia pesada, la memoria es frágil, y según pasa el tiempo se olvidan las penurias y se vuelve a desear embarcarse en empresas similares. Pero la cantidad de nieve a día de hoy no era la esperada, y aparte de una menor fotogenia, la pelea entre ella y nosotros resultó desigual, ya que en menos de dos horas de ascensión parsimoniosa -más que nada porque tampoco deseábamos sacar a Pepe de la cama demasiado pronto- nos plantamos en Corros sin haber tenido necesidad de calzarnos las raquetas. Otra historia sería ya el descenso.


Ascendiendo a Corros, pasada la Pena de las Cruces

Pepe resultó estar recién levantado, y pudimos asistir al infernal ritual de prender la cocina de carbón de su casa, que es el único rincón con una temperatura razonablemente humana. Infernal, porque la humareda que desprendían las escobas y piornos cortados el día anterior por Pepe y que usaba para iniciar el fuego seguían estando verdes, y la nube opaca y asfixiante rápidamente llenó la estancia y nos expulsó a Eduardo y a mí al corral, mientras Pepe seguía al pie del cañón, sólo visible medio cuerpo con la parte superior desaparecida en medio de la niebla gris. Viendo que yo casi me asfixio en unos pocos segundos que pasé allí, aún me pregunto cómo Pepe se mantenía tan fresco en medio de semejante infierno. Igual que, viendo los ocho grados de temperatura que había en la cocina, me pregunto cómo se puede vivir día tras días con una chaqueta y un fino jersey y no sufrir una hipotermia. Y llegar hasta los 78 años con una salud razonable.


Pepe, prendiendo la cocina, cuando aún se podía respirar

Las experiencias culinarias en casa de Pepe a veces pueden resultar pavorosas. Pepe no acepta un no por respuesta cuando ofrece algo para comer o para beber. A mí, que se me sube a la cabeza una simple cerveza mixta, me tocó en más de una ocasión descender tambaleándome camino de Trascastro tras no habérseme aceptado mis alegaciones a sucesivos vasos de vino peleón. En otra ocasión temí por la integridad de mi hígado, después de haber tenido que embuchar, sí o sí, nada menos que diez huevos cocidos. Hoy, Eduardo y yo conseguimos salir de Corros con sólo cinco huevos cocidos comidos por cabeza. También hay que tener en cuenta que las gallinas de Pepe parecen sólo saber poner huevos de tamaño XXL.


Una avalancha tapa completamente el camino en Purradiechu, a mitad de ascensión

Al regreso, ya pasado el mediodía, se imponía descender con las raquetas puestas, aunque luego la nieve resultó tener cierta consistencia y no ser un gran problema. Al llegar a Trascastro retornamos a la dura realidad de las placas de hielo, ese gravísimo problema que tiene medio colapsado a Villablino y que, viendo la previsión del tiempo para los próximos días -sol por el día y heladas por la noche- no va a cambiar.


Vista desde la carretera del Puerto de Leitariegos de la ladera por donde discurrió el itinerario de hoy



Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar




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lunes, 15 de diciembre de 2008

Fin de la 2ª 'Nevadísima'


La inapelable fuerza de la gravedad pone en movimiento estos pequeños 'glaciares' urbanos

Todo tiene un final, y las grandes nevadas también lo tienen. Ésta, que ya ha entrado a formar parte de la leyenda reciente de la cordillera Cantábrica, duró realmente menos de 48 horas, y acumuló a mil metros de altura nada menos que 75 centímetros de espesor. Ahí es nada. Si a esos centímetros le sumamos en algunos puntos la nieve despedida pasada tras pasada por las máquinas quitanieves o la que hoy ha estado cayendo desde los tejados al subir la temperatura, encontramos auténticas barricadas infranqueables de metro y medio de altura.


Tere, altruista ella, derriba con un palo de escoba el pequeño ventisquero para que no ceda de improviso sobre algún transeúnte

Hoy se veían por las calles más caras entusiastas que apesadumbradas, lo que certifica que la nieve produce más regocijo que congoja, sobre todo cuando los institutos mandan a casa a los alumnos por la no asistencia de los profesores -las calles se llenan de francotiradores armados de bolas de nieve- o el temporal no te sorprende en la carretera lejos de casa -que les pregunten a los miles de conductores que quedaron atrapados en la A-66 si les gustó la nevada-. Pero cuando el mayor desplazamiento que tienes previsto en el día es ir a comprar al supermercado a pie o visitar a un pariente que vive a tres manzanas de distancia, estos espesores de nieve no son mayor contratiempo. Y más cuando apenas circulan vehículos y se puede caminar tranquilamente por el firme de la carretera o las calles principales, donde la nieve apenas levanta unos centímetros del suelo.



Y aunque ya me empiezo a repetir como el pepino, me vuelvo a preguntar de nuevo: ¿y qué viene después? Porque hay que recordar que estamos en otoño. Francamente, el clima ya es como ver una buena película de intriga: no sabes qué va a pasar después ni quién es el malo, porque todo es posible.


La nieve caída del tejado acumula más de dos metros de altura a la puerta de la casa de Sierra Pambley mientras los alumnos del curso de Lingüística se fusilan a quemarropa con bolas de nieve



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domingo, 14 de diciembre de 2008

Llegó la 2ª 'Nevadísima'


La carretera con mayor tránsito y a la que dan prioridad las máquinas quitanieves

Y superó a la anterior, que ya narrábamos en una entrada de finales de noviembre. Aún no ha llegado oficialmente el invierno y ya casi no caben en los dedos de la mano el número de veces que la nieve ha blanqueado como mínimo muchos pueblos del Alto Sil. Cuando parecía que las nubes este otoño habían alcanzado ya el cupo de descargas establecido, nos vienen 60 centímetros de nieve en menos de veinticuatro horas.


Aún caerían otros veinte centímetros de espesor después de tomada esta fotografía

Como ya decía cuando la 1ª 'Nevadísima', somos muchos los que gozamos al ver tanto copo caer desde nuestras ventanas. Y más cuando sucede en fin de semana, cosa que ha ocurrido en las dos ocasiones. Pero estas inclemencias del tiempo arrastran daños colaterales, claro. Hace unos días se nos fue Emidio, ese entrañable anciano que, poniendo un pie detrás de otro, mañana y tarde, se metía entre pecho y espalda unas considerables kilometradas para cumplir las órdenes del médico y combatir esa diabetes que ya le había dado algún susto previo. Lloviera, hiciera calor, viento, o lo que fuere, Emidio era fiel a sus largas caminatas diarias, siempre a pasos cortos, pero continuos. Pero tanta nieve, tantas veces, el hielo que inevitablemente sigue a las nevadas si la lluvia no hace acto de presencia -y hemos tenido unos cuantos días de aceras como el cristal- impidieron a Emidio cumplir con su férrea disciplina. No sé en qué medida este otoño invernal fue fatal para él o si ya lo ocurrido era inevitable.



Alguna vez comenté a alguien que cuando llegue a la cuarta edad me gustaría ser como Emidio: conservar ese tesón y esa determinación, y como él, desde la presencia silenciosa y con un temperamento humilde y sincero. Así era Emidio.


La ventisca arrecia en la carretera de la Braña de San Miguel

Hilvanaba estos pensamientos mientras recorría hoy el trayecto hacia la Braña de San Miguel bajo la implacable y continua nevada, en un entorno propio de las cumbres más altas de la cordillera, y con la compañía y guía del ya legendario Manolo, músico y carpintero -ahora más carpintero que músico- y su inseparable Menchu, la de la sonrisa de otro mundo, una joya llegada de tierras más veraniegas para aportar savia nueva y optimismo a esta envejecida y entristecida tierra lacianiega.



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sábado, 6 de diciembre de 2008

Vía Verde de Laciana

Hace unos días veía la luz el tercer volumen de la serie de guías de Vías Verdes, editado por Anaya. Es seguramente el primer libro a la venta que describe la Vía Verde de Laciana, ese recorrido del tren minero habilitado para caminantes y ciclistas hace unos años, entre Villablino y Caboalles de Arriba.


Portada del libro Guía de Vías Verdes III

El libro le dedica a este recorrido diez páginas, en las que además describe otros aspectos del municipio de Villablino, así como datos prácticos sobre alojamientos o teléfonos y direcciones útiles. La ruta en sí viene acompañada de un pequeño mapa topográfico de todo el recorrido.


Interior del libro, con parte de la descripción de la Vía Verde de Laciana

Un recorrido que está previsto sea prolongado en un futuro por el ramal que continúa desde Villablino a Villaseca de Laciana, aunque parece ser que conservando los raíles del mismo. También cabe recordar que el tramo entre el Polígono Industrial de Villager sigue sin acondicionar hasta el Centro del Urogallo, por falta de presupuesto, que parece ser que debía de proceder de unos fondos mineros que no terminan de desembarcar en la comarca.



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