jueves, 29 de enero de 2009

La Braña de La Turria


En el recuadro rojo, la Braña de La Turria. En el recuadro azul, la Fuente del Carnero, al borde del abismo. Arriba, a la izquierda, el Pico de La Turria (1.927 m.)

Entre Valseco y Salientes, en el punto en que el valle más largo del Alto Sil (fuera del propio valle del río Sil, claro) se estrecha, a nuestra izquierda se levanta una interminable ladera de muchísima pendiente que amenaza caerse sobre nosotros. Es lo que llaman La Turria y El Castiecho, de aspecto aún más siniestro desde que ardiera completamente en noviembre del 2007, en unos días en que todos los pirómanos de la cordillera parecían haberse puesto de acuerdo para poner en jaque a los servicios de extinción de incendios: sólo en esta zona, en dos días ardió el monte en Salentinos, Faro, Rioscuro y aquí, en Valseco.


Aunque lentamente empieza a reverdecer, los esqueletos de piornos y escobas fruto del incendio tardarán años en desaparecer

Allí colgada, en medio de esta ladera, se encuentra la Braña de La Turria, de visible acceso por arriba - sobre todo por el gran desbroce que se hizo en la mitad superior de la montaña - pero cuya aproximación lógica desde el valle tiene miga. El año anterior, dos veces que estuve en la ladera opuesta del valle, a poco más de un kilómetro de distancia, fui incapaz de localizar con los prismáticos el sendero de subida desde la carretera a Salientes. Y no me parecía que estuviera allí la cosa como para subir campo a través, aunque el tiempo me quitaría la razón (a medias).


La inhóspita ladera de La Turria, poco a poco recuperando su color natural

La primavera anterior localicé, por fin, un sendero casi oculto por las zarzas que parecía encaminarse en la buena dirección. Pero un torrente demasiado caudaloso me cerró el paso; habría que esperar al final del verano. Y el final del verano llegó, con sus temibles calores, en una ladera completamente expuesta al sol y sin arbolado. Nuevamente, inicié el sendero explorado en primavera, teniendo que abandonarlo por impenetrable unos metros más arriba, atravesando un prado paralelo para, cuando la maleza remitió, volver a él. Ahora sí se podía cruzar el torrente de la otra vez aunque el sendero fallecía justo al otro lado, a los pies de un cortín en ruinas perfectamente camuflado bajo los últimos árboles de esta ladera de El Castiecho. Creía que ya no me quedaba ningún cortín por localizar en el valle, y hélo aquí, el más oriental de todos ellos, y seguramente de todo el Alto Sil.


El cortín de El Castiecho, oculto hasta que no te tropiezas con él

Si hay algo realmente desagradable en una jornada de montaña en la cordillera Cantábrica, no es una lluvia torrencial que te deje empapado de los pies a la cabeza; tampoco es una placa de hielo en el lugar menos adecuado - aunque te puedas matar -; ni encontrarte de bruces con una osa con tres crías, o que te gruña un enorme jabalí; ni que justo el día que no llevas el bastón te salga el mastín más borde del planeta; yo diría que lo que más miedo da de todo es meterse campo a través en un denso matorral sin saber qué hay después, y sabiendo que ya no puedes volver atrás - que le pregunten a Jorge, el astur-cántabro, por el agujero en el que cayó en Seroiro cuando iba campo a través y del que casi no sale -. Y eso justamente es lo que quería evitar hoy, porque una cosa es subir y otra muy distinta, bajar.


Al otro lado del valle, la ruta de ascensión a las lagunas del Chao

Pero nunca aprenderé la lección y la experiencia parece que en estas situaciones no siempre es un grado. Desde el cortín de marras hice un intento por la izquierda, hasta que la vegetación me cortó el paso. Hice un intento por la derecha, hacia el torrente antes vadeado, pero aquello era una selva. Lo intenté de frente, siguiendo una pedriza que parecía prometer, ... hasta que ya no prometió más. Ya que había venido desde mi casa hasta aquí, no iba a darme por vencido tan pronto. Ya, ¿pero por dónde voy ahora? De frente, una pared de roca descompuesta - lo habitual en El Castiecho - me cerraba el paso; por la derecha, me metería hacia el arroyo, que nunca es la mejor opción para subir a ningún sitio; pues como sólo quedaba intentarlo por la izquierda, para allá que fui. Lo que parecía una repisa en medio de la pared rocosa resultó que sí era un repisa, pero totalmente inclinada. Un poco más, un poco más, y llegó el punto en que ni se podía seguir, ... ni dar la vuelta. Destrepando, agarrado con una mano a un pequeño roble quemado que crecía por allí, volví de nuevo a la pedriza, para intentarlo ahora algo más a la izquierda. Bueno, ya empieza a resultar un poco aburrido tanto detalle, así que abreviaré; la cuestión es que fui poco a poco enlazando los puntos débiles de la ladera para ir ganando altura hasta que lo encontré: el sendero que bajaba desde la Braña ¿pero hacia dónde? Eso ya lo comprobaría en el regreso. Francamente, esperaba que el sendero realmente fuera hacia alguna parte, más que nada porque sólo me había traído un litro de agua, hacía un calor de muerte sin la más leve brisa en medio de la calcinada ladera, y no estaba la cosa como para meterse en la boca del lobo.


La Braña de La Turria, completamente abandonada (viendo el acceso, no me extraña)

El sendero, que antiguamente debió de ser amplio, ha quedado ahora parcialmente despejado gracias al incendio, pero la ausencia total de excrementos de vaca indica claramente que según crezca la vegetación, el sendero volverá a desaparecer, y esta vez para siempre - o hasta que vuelva a arder -. Por fin alcanzo el borde de la vertical ladera y doy vista al punto donde se esconde entre los piornos la ruinosa Braña de La Turria, de la que sólo se ve desde aquí un fragmento de una de sus cabanas. Más arriba, a la derecha, ya bastante próximo, el Teso del Carbón, que aparece en un reportaje anterior.


Casi llegando al cordal. Al fondo, a la derecha, el Teso el Carbón (1.822 m)

A la entrada de la braña (no entiendo por qué unas veces le llaman Braña en singular y otras en plural, aunque la primera tenga varias cabanas), nace un manantial entre unas rocas aparentemente habilitadas como fuente, pero del que en estas fechas no se puede sacar nada en claro. De la braña parte un sendero muy pisado por el ganado - que sólo puede venir desde las alturas - y que, a través del cerrado e incómodo piornal, se dirige a la siguiente vaguada, por donde baja otro arroyo. Los caballos buscan la sombra de los piornos de tres metros de altura en el borde del gigantesco desbroce, que comienzo a ascender a continuación. No tiene nada de interés lo que ocurrió a continuación, así que solamente diré que subiendo, subiendo, llegué a la base del escalón final del Pico de La Turria. Sólo quedaban cien metros para la cumbre, pero ya no tenía ni gota de agua, y cada vez hacía más calor. ¿Qué hacer? ¿Subir a la cumbre, a la que ya había subido dos veces en año y medio? ¿Para qué? Para nada. Que le den.


La Fuente del Carnero. Pero no se puede coger agua limpia. ¡Con la sed que tengo!

P´abajo echando leches, pero variando el recorrido, desviándome un poco hacia la Fuente del Carnero, por ver si podía ofrecerme lo que la de la braña no pudo. La Fuente del Carnero está al borde mismo del abismo de La Turria, y mana abundante agua de ella para ser agosto, pero tan al ras del suelo que es imposible colocar en ella la botella o la mano sin coger a la vez el agua estancada que, de un color indefinible, hay alrededor. Hay que seguir bajando. Cómo fastidia otras veces llevar dos litros de agua como un bobo, y luego ni siquiera terminar la primera de las dos botellas. Pero eso no es nada comparado con lo que fastidia llevar un litro y que justo ese día tu cuerpo te pida dos.


De vuelta en la Braña de La Turria, tras atravesar un hermoso campo de helechos

Por la vaguada de la braña ahora, la vuelvo a alcanzar, y sin parar, sigo por el sendero de ascenso. Paso el punto donde lo encontré y sigo, perdiendo altura poco a poco hacia el oeste, por el abrasador monte completamente calcinado. Llevo el pantalón y la camiseta marcados por numerosas rayas negras, del roce con la maleza quemada en la subida y de cuando el sendero se cierra ocasionalmente en la bajada. Por fin, y sin mayor contratiempo - menos mal -, llego casi al pie de la montaña, a una construcción circular que el año anterior, desde las lagunas del Chao, tomé como un cortín, pero que resulta ser un enorme corral circular para el ganado. Aquí, el sendero dice adiós y sólo queda la intuición, ... el calor (qué calor, por Dios!!!!!!!!!!!), y la boca seca como el cartón (por mis muertos que no vuelvo a sacar la botella nº 2 de la mochila hasta el mes de noviembre).


Si alguna vez pensáis en hacer noche en la Braña de La Turria, que sepáis que no hace falta subir sartén

Un intento inicial por lo que antaño fue un sendero, ahora con hortigas que incluso me rozan en la cara, y después de unos metros derribando unas cuantas de ellas para abrirme paso, veo que lo que sigue es aún peor. Media vuelta. Vuelvo al corral. Joder, qué sed. Tiro de frente, en dirección hacia el punto por donde un otoño intenté también encontrar la ruta de la braña de La Turria, pero donde el sendero apenas se alejaba de la carretera. Recordaba que aquel día ya no se podía seguir más, pero da lo mismo, porque está claro que desde donde estoy ahora ya no hay alternativa. Zigzagueando por entre la maleza, evitando lo más denso, y abriéndome paso a bastonazos en un zarzal inmundo, consigo llegar al punto avanzado de aquel otoño. Desde allí, en teoría, ya había sendero hasta la carretera, pero la maleza lo tapa de tal manera que me hace perder la orientación en dos ocasiones. Ya, por fin, alcanzo la carretera, donde, pocos metros más arriba, una bendita fuente de agua fresca me resarce de la sed de las tres últimas horas.


Peña de Valdiglesia (2.134 m. izqda.) y Pico Braña la Pena (2.100 m. dcha.), desde la Braña de La Turria

Esta bien intercalar recuerdos de calor sofocante y sed angustiosa en estos días en los que, cuando no nieva, llueve o, como es la tónica estos dos últimos días, una niebla tupida londinense tapa el valle de Laciana - sí, sí, ese mismo valle donde nunca hay niebla -.


El supuesto cortín - que terminó siendo un corral - era el final del sendero. A partir de ahí, a dar vueltas como un pato borracho, después de tres horas de sed.

Hasta dentro de siete días ya no escribo más. Palabra. En realidad es que no puedo. Pero ya he escrito demasiado esta semana.

Cuidaos


Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



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1 comentario:

  1. La subida normal a la Turria es por la "pata" izquierda del plano.
    Tus fotos me traen bellos recuerdos de mi niñez en esta braña y en la de Tejedo. En una de estas cabañas,cuando aún tenía el teito de paja de centeno, dormí en su tenada.
    En la braña de Tejedo dormí varias veces en un chozo guardando las vacas con mi tío.
    Me da mucha pena ver así las cabanas.
    Tus fotos y

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