jueves, 11 de febrero de 2010

Prao Viejo


Brown, un perro montañero de Salientes

Decía Vitín que Salientes tiene 11 valles: Tejedo, Rabón, Prao Viejo, Peña Vendimia, el del Alto del Puerto, Portilla, Brañalibrán, Tierrafracio, Valdiglesia, Vardaldá y Braña la Pena. Aunque el del Alto del Puerto no recuerdo qué nombre le dió, porque el arroyo cambia de nombre según los tramos. Pero es increíble que sólo por dos o tres de ellos se puedan concluir rutas a las cumbres que los cierran, por itinerarios medianamente razonables. El potencial para el montañismo en Salientes es el mayor de todo el Alto Sil, pero el abandono de senderos e incluso de anchos caminos, la convierte en un lugar para el montañismo salvaje, que también podríamos llamar montañismo magullado, que es como llegas al coche después de algunas rutas.


Valle de Brañalibrán, por el que discurre la ruta normal a la Peña de Valdiglesia

Los accesos a la entrada de casi todos estos valles son buenos, continuando luego en algunos casos hasta el final del valle, donde concluyen. En otros ni siquiera eso, como en el valle de Valdiglesia, donde a apenas 200 metros del pueblo en línea recta, justo al inicio del valle, un camino de tres metros de anchura, perfectamente construido, está totalmente oculto bajo los piornos. Hace año y medio, la emprendedora pareja propietaria del único lugar para pernoctar en Salientes, Mil Madreñas Rojas, hizo una convocatoria entre amigos y conocidos para limpiar entre todos, con la guía de Vitín, un antiguo sendero que subía directamente de Salientes al Tambarón. Llegaron las nieves sin mediar palabra, y aquello tuvo que posponerse sine die.


Mi rincón favorito del valle de Salientes: camino hacia Tejedo, Rabón y Prao Viejo, con el bosque y macizo de Valdiglesia enfrente

El acondicionamiento de ese sendero y de los muchos que hay perdidos en Salientes no debería recaer en particulares que ponen su sudor, potenciales lumbalgias, tiempo e incluso dinero. Pero si quien gobierna no gobierna, los gobernados tienen que gobernarse ellos solos. Me acuerdo de esos 6 millones de euros que costó hacer el estudio informativo sobre la autovía de Toreno a Villablino, la cual al final no se va a hacer. Una autovía que no iba a aportar ninguna riqueza a estas comarcas, como no la ha aportado ninguna otra autovía en lugares similares a éstos. Con una milésima parte de esos 6 millones de euros derrochados en un simple informe -que al final no ha valido para nada- podría acondicionarse un lugar como Salientes para convertirlo en un referente del senderismo a nivel provincial, como en justicia debería ser. Eso sí aportaría riqueza a la zona, aparte de indirectamente y a medio plazo ayudar a fijar la poca población que ya queda.

Poste de la ruta a Prao Viejo, una de las rutas señalizadas del municipio de Palacios del Sil. Las señales e indicaciones son escasas, pero el presupuesto de un municipio tan grande y con tan pocos habitantes, también.

Hoy voy a hablar de uno de esos valles que no conducen a ninguna parte, aunque si uno se lo propone y no le importa la lucha cuerpo a cuerpo con la vegetación, se pueden alcanzar desde allí importantes cumbres. Es el valle de Prao Viejo, el tercero por la izquierda según avanzamos de Valseco a Salientes y que, aunque las cumbres que lo rodean no son las más altas de la zona, es, junto con los otros dos (Tejedo y Rabón) el rincón de Salientes que globalmente más me gusta.


Valle de Prao Viejo, con dos de los gigantes de Salientes detrás: Peña de Valdiglesia (2.124 m.) y Pico de Braña la Pena (2.100 m.)

De la plaza del pueblo, girando a la izquierda hacia la otra fuente -la redonda-, salimos por un camino horizontal que bordea la vega de Salientes unos metros por encima. Llegamos al río del Barrio, donde se hubo de reconstruir el puente tras la riada del otoño de 2006, y donde aún vemos los restos de una cabaña de la que apenas dejó en pie un muro. El primer camino que sale a la derecha va a una antena en el inicio de La Loma, aunque cada año que pasa cada vez es más difícil avanzar por él. El nuestro va adquiriendo pendiente, aunque no es especialmente duro. A nuestra izquierda, por encima del inmenso bosque de roble del otro lado del valle, empiezan a asomar las cumbres de la Peña de Valdiglesia, y más a la derecha, la larga cresta que sale de la cumbre del Pico de Braña la Pena, las dos montañas de 2.100 metros del valle de Salientes -al Tambarón ahora sólo le dan ya 2.097 metros y lo han sacado del club-.


Final del espolón rocoso de la Peña de Valdiglesia (2.134 m.)

El camino dobla la loma y se introduce en el valle, que al principio es común para los tres en que luego se divide. Desde aquí las vistas ya de las laderas completas de Valdiglesia y Braña la Pena son formidables. Ése es para mí el lugar más hermoso de Salientes. Un lugar para poner un mirador y extasiarse apoltronado en un banco de madera.


Cresta norte del Pico Braña la Pena, desde el camino, durante un otoño al amanecer. La poca luz del momento, las limitaciones de esta cámara, y las escasas dotes fotográficas del autor no pueden reflejar la belleza de este bosque aquel día y cualquier día de cualquier otoño

Ah, no lo he dicho: en Salientes me encontré con un viejo amigo, Babú. Y con él estaba en esta ocasión su compañero de juergas, Brown. Babú ya me acompañó anteriormente en una excursión por aquellos lares, y me pareció un perro noble y un buen compañero. No me gusta mucho que se me peguen perros en las rutas que hago, porque vayas donde vayas, y subas por donde subas, allá que van ellos, con la responsabilidad que eso supone si les sucede algo. Aunque, eso sí, al final de la jornada, al devolverlos sanos y salvos al punto de origen, se recuerda la ruta con más cariño.


Babú y Brown, expedicionarios en busca de juerga y emociones fuertes

Como siempre, intenté escabullirme de mis acompañantes, no haciéndoles mucho caso al principio, y aprovechando cualquier despiste para poner pies en polvorosa. Pero por aquello de las buenas aptitudes olfativas de estos animales, eso nunca sirve de nada, aunque a pesar de saberlo, yo siga intentándolo. Allá que íbamos los tres, aunque la mayor parte del día fui más veces sólo que acompañado. Ya Babú no perdona una ocasión en que huela a corzo por las proximidades, y súbitamente, desaparece a la carrera por entre el bosque o el matorral. Algunas veces oía ladridos, sin saber si procedían de un encuentro con el oso, con una manada de lobos, o de la emoción que le produce perseguir a los pobres ungulados. Pero Babú era un perro sin sangre en las venas comparado con Brown.


Observándolo todo, atento a cada ruido

Le había visto anteriormente un par de veces por Salientes, y de verlo tan flaco, me preguntaba si estaría enfermo. Cuando vi que salía del pueblo detrás de Babú en mi compañía, me preocupó llevar conmigo -pensaba subir al Nevadín- a un perro que se me podía quedar tirado por el camino, sin fuerzas para seguir. Pero será porque yo no entiendo mucho de perros, porque era justo todo lo contrario. Brown era puro nervio. De las cinco horas que anduve caminando, calculo que no debió permanecer en mi compañía más de media. Salía disparado monte arriba, sin dar señales de vida durante veinte minutos, para luego aparecer brevemente y continuar con otra batida en la dirección contraria. Babú, claro está, iba detrás de él, aunque en muchas ocasiones regresaba conmigo al poco tiempo.


Brown, lo mismo, pero multiplicado por dos

Hubo una ocasión en que, tras casi 45 minutos sin ver a Brown, ya le di por desaparecido. Pero no iba a ser ése el día. No sé, ni nadie lo sabe, qué fue de Brown a comienzos del último verano, pero tanta aventura no podía ser buena. Sus dueños desean creer que ahora anda por otros valles, haciendo compañía a alguien que le aprecie tanto como ellos, y ojalá sea así.

El camino continúa valle arriba,
donde encontraremos una bonita fuente, la de la Cascarina, para posteriormente desgajarse un ramal a la izquierda que se dirige al segundo de los valles, el de Rabón. El que sigue a Prao Viejo continúa de frente, por un tramo oscuro y húmedo. Ya por el valle que nos concierne, el camino enseguida toca a su fin, al inicio de unos grandes aunque estrechos prados. Esto es Prao Viejo. Por el lado derecho del valle vemos una franja boscosa que tapiza media ladera de la montaña durante aproximadamente un kilómetro: es el abedular del Monte el Sexto, muy valioso, y peculiar por cuanto se encuentra en un valle orientado hacia el sur, donde no suele ser habitual en estas montañas encontrar bosques de gran calidad.


Prao Viejo

Un sendero sale de frente por una estrecha loma, próxima al abedular, pero no es ése el lugar a recorrer para llegar al fondo del valle, sino cruzando el arroyo principal, y acompañándolo por el lado izquierdo (vertiente derecha). Por trayecto casi llano se llega al final del valle, justo debajo del collado de la Forcadona, que es el que separa el Nevadín del Miro de Rabón. Estamos en la Forcadona, llamada así por la forma de forca que producen en el terreno los arroyos que bajan por cada lado de la ladera que cierra el valle bajo el collado. Por la izquierda de donde estamos los prados continúan, hasta una pequeña terraza con un corral que se llama la Campera de las Cárcavas. Por la derecha de la Forcadona, que fue por donde primero intenté subir, la maleza cierra el paso rápidamente. Si uno se lo propone, luchando un rato con ella, se alcanza una terracita inclinada, desde donde ya no es difícil alcanzar el collado y subir al Nevadín, aunque siempre campo a través.


Miro de Rabón (1.981 m.), con el collado de la Forcadona a la derecha y la Forcadona -cuya forma de V desde aquí no se aprecia, debajo. Vista desde La Loma al Nevadín, que es el cordal que cierra el valle de Prao Viejo por el este.

Esa opción, en aquel momento no me pareció muy estética, y como ya había estado tres veces en el Nevadín en ese último año, decidí darme una vuelta por el valle, que para subir a la cumbre ya habría tiempo después. Primero me acerqué a la Campera de las Cárcavas, de donde un sendero en horizontal se dirigía hacia el sur, en dirección contraria a la que había venido siguiendo desde Salientes. Poco antes de llegar a la loma que baja del Miro de Rabón, no fui capaz de ver por dónde continuaba el sendero, y tuve que salir al cordal por las bravas. Desde aquí decidí que iba a subir al Miro de Rabón, por la suave y fácil loma, coronando la cima intermedia de las dos apenas perceptibles cumbres que junto con el Miro de Rabón, me indicó Vitín que son llamadas Los Tres Miros.


En lo alto del prado está la Campera de las Cárcavas, bajo dos de los Tres Miros


El corral en la Campera de las Cárcavas


Parte del abedular del Monte del Sexto


De izquierda a derecha, Peña Carnicera (2.032 m.), Cerneya (2.115 m.) y Catoute (2.112 m.)


Aquí también asoma el Catoute, a la izquierda de Valdiglesia y Braña la Pena. En la esquina inferior izquierda, los verdes prados de Prao Viejo


La mina de oro romana de Rabón, en el valle contiguo al de Prao Viejo


El Miro de Rabón, desde la loma de los Tres Miros, que separa el valle de Prao Viejo de el de Rabón


El Nevadín (2.077 m.)

Entre el segundo y el primer Miro -por orden de altura-, encontré una nutrida manada de caballos, que vinieron al galope a saludar, seguramente creyendo que les traería sal. Babú pierde los papeles cuando ve caballos, y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, sale como un resorte ladrando en su persecución. Esa operación le sirvió en otras ocasiones, cuando se trataba de equinos solitarios, pero ahora su carrera -y la de su colega Brown, igual de excitado- fue cortada en seco por algunos ejemplares de gran tamaño de la manada, que salieron a protegerla de los enfervorecidos cánidos. Me quedé un rato contemplando a los caballos, pero después de las malas maneras que habían mostrado los canes en la presentación inicial, el líder de la manada no les dejaba acercarse de ninguna de las maneras, y arrancaba a por ellos cuando intentaban acercarse.


¡Caballos!, piensa Babú. ¡Vamos a divertirnos un rato!


Cada yegua con su potro viene a ver al forastero


Decepción generalizada al ver que ni sal, ni na de na


El jefe de la manada arremete contra Babú y Brown una y otra vez. No le son simpáticos esos gamberros que vienen ladrando

Viendo que la reconciliación no era ya posible, me marché con mis amigos en dirección al último de los Tres Miros, el de Rabón. Pero de nuevo, para no variar con mi errático itinerario del día, tampoco subí al Miro de Rabón, sino que tomé un sendero horizontal que se dirige hacia el Nevadín por debajo del collado de la Forcadona, y que concluye en una cuenca glaciar -conocida con el simpático nombre de La Segada la Chunga- por encima justo del abedular del Monte del Sexto. Desde allí, subir al Nevadín era tarea fácil, porque sólo había que alcanzar la Loma, unos metros por encima, y continuarla hasta la cumbre. Pero la verdad, no sentía el más mínimo interés por hacer tal cosa, y preferí descender desde allí al bosque a través de una gran terraza, el Chanín del Teso.


Unos metros antes de llegar a la cumbre del Miro de Rabón, decido tomar un sendero casi horizontal y perfectamente recto -¿antiguo canal romano para la mina de oro?- que pasa por debajo del collado de la Forcadona y del Nevadín


Al llegar a la Segada la Chunga, aún continúa hacia la Loma, pero yo bajo por el Chanín del Teso (recuadrado en azul) hacia la Forcadona (abajo a la derecha)


Vista del valle de Prao Viejo, al pasar por encima de la Forcadona y por debajo del collado del mismo nombre. A la izquierda, los prados del Chanín del Teso y más allá, el Monte del Sexto.

Antes de ello, aún al borde de la hoya glaciar, que está repleta de manantiales y pequeños senderos, paré para avituallarme. Fue ése el único momento del día en que Brown paró el motor, descansando a mi lado algo así como diez minutos, que fue lo que duró la parada alimenticia. Como me temía antes de partir de casa que probablemente Babú me acompañara, había echado al morral algo más de alimento, que no me pasara como en la ocasión anterior, en que dos horas antes de acabar la ruta ya no tenía nada que echarme a la boca, por aquello de haber compartido las viandas. Gracias a eso, pude repartir tranquilamente algo de mi comida con los dos animales, que tras tanto derroche energético, bien les tenía que venir.


La pequeña cuenca glaciar de la Segada la Chunga, aunque en esta toma no se aprecia bien su forma cóncava


Descendemos hacia la terraza del Chanín del Teso, y luego a la Forcadona (al fondo)

De ahí descendimos al extremo norte del Monte del Sexto, donde Brown levantó una corza que estaba escondida a apenas diez metros de mí, y de la que no hubiera tenido noticia de no ser por él. Me pareció interpretar que los ladridos que proferían en su persecución eran de júbilo y entusiasmo. Como siempre, no dieron alcance a su presa, porque seguramente ni siquiera era ésa su intención.

A través del húmedo bosque, cruzando numerosas regueras, alcancé uno de los dos arroyos que dar forma a la Forcadona, y por tanto, al punto donde ya había estado unas horas antes. Ya no quedaba otra que regresar a Salientes. Al pasar de nuevo por Prao Viejo, lucía el sol, y las flores abarrotaban el lugar. Brown y Babú estaban agotados. Si hubiéramos acabado allí la jornada, no me cabe duda que ambos hubieran echado una muy larga siesta. Aproveché mientras les dejaba reposar para fotografiarles a destajo, ya que en todo el día no había tenido muchas ocasiones de hacerlo.


Brown, exhausto


Por su mirada inteligente, a veces pienso que Babú es una persona disfrazada de perro

Ésa fue la última vez que vi a Brown. No así a Babú, que nos acompañó a mí y a Vitín hace unos meses hasta el Alto de los Cotrichones. Un Babú que seguramente formará parte de futuras aventuras, siempre tan comedido, fiel y tranquilo.


Siempre con la lengua fuera, siempre corriendo. Quizá ahora también, por algún otro valle. ¿Por qué no?

Gracias desde aquí de nuevo a Vitín, ya que sin su inestimable ayuda, muchos de los nombres que han aparecido a lo largo de este reportaje no hubieran podido situarse correctamente.




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar



Mapa global del espacio natural Alto Sil con la ruta realizada en trazo azul. Pulsar en la imagen para ampliar



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9 comentarios:

  1. Linda ruta y buenos compañeros de camino. Ya echábamos de menos tus andanzas.

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  2. Precioso este valle de Salientes y preciosa ruta.

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  3. Ruta que me la apunto. Siempre narrada de forma impecable y con fotos muy bonitas. Realmente ese rincón es bonito. Los bosques que se ven son impresionantes.

    No he estado nunca en Salientes. Vaya tela.

    Pico de Braña la Pena = Pico Lago en los mapas supongo.

    Un saludo.

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  4. Hermoso valle.
    El abandono de los caminos es consecuencia directa de la despoblación, claro. Y por lo tanto, de los pocos votos que generaría su mantenimiento.
    saludos.

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  5. María: ya se me había olvidado lo que se tarda en subir una entrada de éstas
    Carlos: es un valle que mucha gente no conoce, porque no queda de paso a ninguna parte. Hay que ir aposta allí
    Rutinas: el pico Braña la Pena no aparece en algunos mapas. El pico Lago (o Chago o Chao) está al lado, pero es más bajo.
    Xibeliuss: lo que no da votos no se hace. Como en todos estos pueblos, la desaparición de las vacas es proporcional a la desaparición de los caminos.

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  6. Qué preciosidad de sitio y vaya fotos tan chulas. Dan ganas de irse a vivir allí. Por cierto, en Euskadi hay una raza autóctona de caballos, las pottokas que son idénticos a los de las fotos.

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  7. Para mì cuanto mas salvaje mejor, eso es señal de que el hombre y su coche anda lejos y cuanto mas lejos mejor.
    Salientes es un pueblo precioso ya me gustarìa vivir allì, escribo el empiece de una poesìa de unpersonaje de Salientes Claudio Gonzâlez
    SALIENTES ..perla escondida
    En la profunda hondonada,
    Entre sierras engarzada
    y de flores guarecida

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  8. Dizdira: estos caballos, aunque tienen dueño, prácticamente son salvajes, porque se pasan el año en el monte, aún con un metro de nieve.
    Tere la Silvestre: si te dejáramos, nos cortarías hasta la electricidad, aunque bien pensado... eso supondría que no habría televisión... Oye, pues no sería mala idea desterrar a ese infernal invento de la modernidad, para que hubiera más comunicación. Ya lo dijo alguien: "más filandón y menos televisión". Pero Tere, con lo que a ti te gusta hablar, ¿qué ibas a hacer en un pueblo tan escondido?

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  9. Ya estoy en camino, la tele ya no la tengo,y si a veces no hablara tanto me iría mejor.

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