lunes, 27 de abril de 2009

Degaña. Cielo e Infierno


Alto de la Furaquina o Bóveda (1.917 m.), una de las mayores alturas del concejo de Degaña

Pocos, muy pocos lugares en España pueden presumir de ser un paraíso natural. En cambio, muchos otros lugares sí que podrían avergonzarse de ser un infierno natural, en que la existencia de la vida se reduce a la de los seres humanos, gorriones, cucarachas, microorganismos y ocasionales árboles ennegrecidos por la polución. Luego existe esa rara combinación de paraíso natural que coexiste con la devastación y la muerte, sin que muchas personas sean consciente de esa peligrosa convivencia.


Balsas de decantación de estériles procedentes del lavado de carbón, al pie del magnífico bosque de Degaña, donde habita el oso y el urogallo

Al igual que Laciana, Degaña es uno de esos lugares. En Degaña aún sobreviven algunos ejemplares de urogallo, siendo una de las pocas comarcas cantábricas que lo han conseguido. También es una de las mejores zonas oseras de la cordillera, que no es poco. Estos dos simples detalles indican, sin ningún lugar a dudas, que Degaña es uno de los últimos paraísos naturales que nos quedan en España. Quizá carezca de espectaculares montañas calizas que atraigan la mirada, de la misma manera que lo hacen las de Somiedo, Teverga, Ponga o Picos de Europa, que por ello atraen al grueso del turismo que llega al noroeste buscando montañas. La belleza de Degaña es otra, más sutil, menos explícita, pero que para el que sabe mirar no tiene comparación posible con la de otros parajes aparentemente más hermosos.


Mina de carbón a cielo abierto de Coto Cortés, que sube hasta los 1.807 metros de la cumbre del Pico Prieto y, tristemente, la única opción que se ofrece para mantener el empleo en el concejo de Degaña


Detalle de la explotación minera, en la cumbre de la montaña


El cauce de un arroyo, irreconocible

A veces no sabe uno si alegrarse de la falta de agudeza visual del turista o no. Cuando visito pueblos enclavados en las zonas de montaña más turísticas de la cordillera Cantábrica, noto un vacío en el alma, viendo su arquitectura, aparentemente típica pero absolutamente descafeinada; viendo el enjambre de comercios con 'productos típicos' que, como fotocopias, ofrecen lo mismo en cada esquina; viendo la actitud cuasi-hostil y desconfiada de sus habitantes que, de tanto ver pasar miles y miles de turistas estresados y en ocasiones irrespetuosos y exigentes, han olvidado el espíritu hospitalario y sincero tradicional de los habitantes de las montañas, que apenas están acostumbrados a la presencia de forasteros, y a los que acogen en su casa y dan grata conversación una vez superada esa fina barrera de la desconfianza habitual del montañés; viendo que, para satisfacer al turista, se importan atracciones y lugares de divertimento que nada tienen que ver con un pueblo de montaña, pero que mantienen contento al turista y permiten hacer algo de caja al propietario; viendo que, como está ocurriendo en la Pola de Somiedo, aparecen urbanizaciones de chalets adosados que destruyen para siempre la imagen del lugar, total para cincuenta vecinos que ni se censan en el pueblo ni van a asomar por allí más que algunos fines de semana de buen tiempo y unos días durante el verano, edificios que convierten el lugar en una población fantasma, como ocurre con los complejos urbanizados en las estaciones de esquí fuera de temporada; viendo como las fincas y accesos a caminos comienzan a aparecer con candados y carteles de 'Prohibido el paso. Propiedad privada', tal y como ocurre en las afueras de las grandes ciudades.


Vista parcial del valle de Degaña, desde la primera de las rutas del texto

Pero, por otro lado, la ausencia total de turismo en un lugar lo condena al abandono, al aislamiento, y lo deja en bandeja para que los cuatros buitres de turno hagan y deshagan a su antojo, dejando cuatro perras en el lugar, destruyendo sin limitaciones, sabiendo que nadie va a salir en su defensa, secuestrando el empleo y, por ende, sometiendo a chantaje a las autoridades locales cuando éstas intentan poner freno a los desmanes del mafioso que controla su economía y su supervivencia poblacional. Los grandes empresarios saben que no van a tener resistencia significativa a la hora de proyectar en un área de montaña con escasos habitantes un parque eólico, una cantera, una mina a cielo abierto, un embalse, una autovía o un polígono industrial contaminante. Digo grandes empresarios cuando podía haber dicho políticos, porque bien es sabido que la idea que se le ocurre al empresario, pronto el político la hace suya y la cataloga como prioridad absoluta para lograr el bienestar de los ciudadanos, aunque a éstos jamás se les haya pasado por la cabeza que necesidad de tal cosa fuera prioritaria. El cretinismo irracional de los votantes vitalicios -sin ningún espíritu crítico- de los partidos políticos hace el resto, porque pronto se muestran dispuestos a defender las absurdas pretensiones de sus líderes, cualesquiera que éstas sean. El resto de la población, unos por pasividad e indiferencia, otros por ser poco numerosos o temerosos de la presión del resto, deja hacer. Y a los cuatro o cinco que plantan cara se les aplasta sin ninguna dificultad.


Puerto de Valdeprado, que comunica Degaña con la provincia de León a través de una carretera minera

Degaña lleva viviendo décadas del carbón. Como en todas partes, se pensó que, o bien el carbón iba a durar para siempre, o bien la demanda del mismo iba a ser eterna. Como en todas partes, nada se hizo previendo que un día el carbón entraría en crisis. Como en todas partes, el día llegó. Como en todas partes, la comarca se fue vaciando. Como en todas partes, siguen sin proponerse alternativas al carbón, a pesar de que el fin está ya claramente a la vuelta de la esquina.


Los incendios, la otra pesadilla de Degaña, aparte del todopoderoso e impune empresario minero Victorino Alonso

Degaña está en manos de Victorino Alonso, el mayor empresario minero de España. Quizá más que Laciana. Victorino Alonso lo sabe muy bien. Y como es como es, saber sacar tajada de ello. Victorino Alonso sabe que prácticamente todo el empleo en Degaña depende, directa o indirectamente, de él. Sabe que el día en que cierre la mina a cielo abierto de Coto Cortés en Cerredo, el concejo de Degaña se muere por completo. Para desgracia de los habitantes de Degaña, Victorino Alonso es uno de los empresarios más despiadados de España. Carece por completo de escrúpulos. Y tiene tantos 'amigos', que no teme a nadie. No teme a la ley, porque sabe que es impune, haga lo que haga. Vive tranquilo, sabiendo que puede hacer lo que le venga en gana. Los mineros tiemblan, sabiendo que un mes cobran, pero al mes siguiente, dependiendo del humor del empresario, quizá no. Y Degaña calla, porque Degaña quiere seguir con vida, y la mano de Victorino Alonso la tiene cogida por el cuello, que puede partir de un apretón cuando le parezca bien.


Vega de Bustieguas, al pie del Beigardón (1.941 m.), cima más alta de Degaña

A pesar de ello, sigue fascinándome Degaña. No lo anteriormente descrito, sino su bien más preciado, su esencia: su paisaje. Un paisaje que se aprende a amar cuando se recorre por sus entrañas, viendo sus robles centenarios, sus acebedas, sus tejos, sus abedules, sus brañas, una huella de oso, un estrepitoso aleteo del urogallo. El otro día descubrí un mirador increíble al bosque de Degaña, ese bosque que lo recubre de extremo a extremo, en la mitad sur del valle. Un mirador barato, barato. 'Barato' en el sentido energético, ya que en apenas veinte minutos de caminar se accede a él. Es un mirador equidistante de ambos límites del valle, lo que permite dominarlo entero. Lo más espectacular del valle se encuentra justo enfrente.


Primera ruta del día. Camino que recorre la ladera soleada del valle, donde el bosque apenas crece

A este lugar estratégico para la cámara de fotos y la visión exploradora se accede desde el kilómetro 107 de la AS-15. A un lado de la carretera, un ramal asfaltado desciende hacia el río. Al otro lado, hacia el norte, un camino en fuerte pendiente se interna en el robledal. Se notan aún las cadenas de un vehículo de oruga en la tierra del camino, que indican movimientos recientes en la zona, seguramente para habilitarlo como cortafuegos ante una de las mayores plagas de Degaña, fuera de Victorino Alonso, como son los incendios. Esta ladera de la montaña, la orientada al sur, como en cualquier otra montaña de la cordillera Cantábrica, es la que se quema habitualmente para pastos, y año sí, año también, arde por alguno de sus puntos. Se aprecia ya el borde negro del último incendio allá arriba.


Las vistas son espléndidas, ya casi desde el principio del itinerario

La parte inicial del camino atraviesa una razonable extensión de roble, con ejemplares ya de tamaño interesante. En un quiebro del camino, un ramal más estrecho desciende hacia la derecha. Siguiendo por la izquierda, se abandona el bosque y se entra en la masa rosada del brezo, que nos mostraba Suso de Degaña en su blog hace unos días. Aparecen, de cuando en cuando, y aprovechando una serie de vaguadas sin arroyo, más robles allí refugiados. El camino se extiende hasta el doble de la longitud que muestra el mapa de Calecha de Muniellos. En los últimos metros, aunque con la misma anchura que todo el trazo anterior, ya crece la maleza, y muestra el aspecto que debía de tener el camino en su totalidad antes de que la máquina lo volviera a resucitar.


Llegando al brezo

Un leve sendero continúa, en la misma dirección, hasta que al atravesar la siguiente vaguada, se vuelve muy incómodo de seguir, a través de un burdo desbroce de fortísima pendiente lateral. Saliendo de la pequeña vaguada, y al llegar al filo, aparece la muerte. Llego al límite máximo del incendio. El sendero ahora aparece nítidamente entre el fondo de negrura que lo bordea. Al llegar a la siguiente vaguada, veo que los únicos árboles que han sobrevivido al fuego son los que crecieron en el canchal que tapiza el fondo. Son árboles ya con unos cuantos años encima, que han sobrevivido a numerosos incendios gracias a que la piedra que los rodea es ignífuga. En la pedriza el sendero desaparece. Se podría seguir, y en apenas doscientos metros saldría al cordal que baja en diagonal desde el Campo Barcaxil, y por el que aparece un sendero en el mapa. Pero mis planes para hoy son otros. Vuelvo atrás por el mismo itinerario, y tomo el ramal de camino que salía hacia la izquierda en una de las curvas iniciales del camino, y que no aparece en el mapa. Este camino va descendiendo y va enlazando grandes prados, finalizando en el arroyo que proviene de la Laguna de Changreiro.


El camino se convierte en sendero, que atraviesa el brezo...


... y poco después, el sendero se adentra en la Muerte


Los robles que crecen en el medio de una pedriza son los únicos supervivientes al fuego


La vida, testaruda, se empeña en volver a intentarlo

Vuelvo al coche, y me desplazo al extremo oriental de Degaña, próximo a La Collada, indicada en los carteles como Puerto de Cerredo. Hace un par de años se inauguró un sendero, con panel informativo, conocido como Ruta Fonchada, que partía del inicio de la carretera de Cerredo al puerto de Valdeprado. Este sendero va paralelo al río Ibias, muy próximo al borde del mismo, atravesando un robledal centenario primero, y la parte inferior del hayedo después. El pasado otoño, lo pretendía recorrer en su totalidad, pero al llegar al hayedo, el trazado desaparecía, la continuación más razonable pasaba por reptar por debajo de los árboles, y la menos por destrepar el peligroso talud por encima del río, así que decidí que no merecía la pena seguir. No encontré las escaleras de piedra que, según el panel, daban continuidad a la ruta.


En otra zona de Degaña, escombrera de la mina a cielo abierto, con el fondo del Picón (1.863 m.)


Panel informativo (ahora prácticamente destruido) de la Ruta Fonchada, en el otro extremo de la ruta

En este día, lo intenté por el extremo opuesto, partiendo del núcleo de cabañas de Las Colladas. Dejando el coche en el espacio de tierra destinado a aparcamiento para los que van a realizar la ruta de las Lagunas de Chagüeños, me dirijo hacia las cabañas que están por debajo de la Cueva Fonchada, identificable por el cartel verde que hay en su boca. Bordeando las últimas casas por la izquierda, por senderos de cabras, se llega al arroyo, donde se distingue claramente una pasarela. Tras atravesarla, una empinada cuesta me saca del valle y me planta en una zona llana al pie de la montaña, plagada de acebos, donde se ve claramente la cabaña conocida como Casa Fernando.


Pasarela al inicio del itinerario, cerca de la Cueva Fonchada, sobre el arroyo de Las Campas


Peñones de mármol. En el izquierdo, en la parte inferior, se encuentra la Cueva Fonchada


Cueva Fonchada

A partir de aquí, el sendero se convierte en un ancho camino, pero da lo mismo, porque las ramas partidas -e incluso algún árbol entero caído- dan muchísimo trabajo para poder avanzar. Llego a la orilla del río Ibias, pero de frente evidentemente no se puede seguir. La única opción pasa por atravesar el río por una dudosa pasarela de troncos. No tiene mala pinta pero, desconociendo su estado, da cosa atravesar un río tan caudaloso como éste. Aún así, lo hago, sabiendo que en el texto del panel de la ruta no indicaba nada sobre esta pasarela. Al otro lado, de nuevo el camino, muy embarrado, me aleja del hayedo, que ya tenía justo enfrente.


Casa Fernando, próxima a la acebeda


En el hayedo


La pasarela de troncos sobre el río Ibias


¡Allá vamos!


La pasarela, desde el otro lado

De repente, la muerte. A mi izquierda, el hayedo, la naturaleza pura. A mi derecha, el negro de una escombrera de la mina. Cientos de metros de escombrera, espolvoreados con algunos otros deshechos. Continúo el camino, decidido ya a no volver sobre mis pasos y cruzar de nuevo aquella pasarela de troncos, y salir a la próxima carretera. Pero una de las estructuras metálicas recientemente construidas a la entrada de Cerredo aparece de la nada, y me indica que el camino no tiene salida. No queda otra que ascender por la resbaladiza escombrera. Poco más arriba encuentro un electrodoméstico de gran tamaño, un neumático y un colchón, que indica que este punto también sirve de vertedero. Ya por la carretera, vuelvo, siguiendo un largo tramo de carretera bordeada de escombros y estériles de la mina, con el fantástico paisaje del bosque justo por encima, como si tal cosa.


Salgo del hayedo, y me encuentro... esta bonita escombrera


Un frente de estériles de la mina de carbón, a escasos 50 metros del río Ibias


¡Ups! Por aquí no hay salida. Camino vecinal con acceso cortado


Cortado el camino, no me queda otra opción para salir de allí que ascender la escombrera, por donde un arroyo se abre paso, entre por ejemplo, una cocina o un colchón

La impresión que se lleva el visitante que entra en Degaña procedente de Laciana es descorazonadora. Escombreras, vertederos y, ya a la entrada de Cerredo, polvo de carbón por todas partes. Es sucio, es feo, es tercermundista. Cuando conduces, tienes la vista fija en la carretera casi todo el tiempo y no te da tiempo a comprender que Degaña es algo más que montañas de carbón, vegetación ennegrecida por el polvo de carbón, camiones y excavadoras. Girando la cabeza a la izquierda, uno descubre que Degaña es mucho más que eso. El negro es un porcentaje muy pequeño de la paleta de colores que ofrece Degaña. Pero a veces puede parecer que ése es el color principal. La destrucción ocupa una pequeña porción de este hermoso concejo. De momento. Victorino Alonso es imparable. Nadie le hinca el diente. Seguirá haciendo lo que le plazca. Él no vive en Degaña, y no le importa dejar un erial tras de sí según va atrapando la vida y la sumerge en el reino de la muerte.


Las Corradas, ajenas a la destrucción, tan próxima

El fuego y los desmanes de la mina. Las dos principales pesadillas para la vida en Degaña.


Degaña, paraíso natural... seriamente amenazado.




Mapa extraído de Google Maps con la ruta realizada en trazo rojo. Pulsar en la imagen para ampliar


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5 comentarios:

  1. Alto Sil,

    Magnífica tu entrada y tu trabajo de campo.

    La vida es así: para apreciar lo bello, hay que conocer lo feo; para valorar la felicidad, es necesario conocer el sufrimiento; y para reconocer un paraíso natural y apreciar su verdadero valor, muchas veces es imprescindible la invasión y la amenaza de las fuerzas oscuras.

    Seguro que tu labor, junto con la de otras personas tan implicadas como tú en la protección a la naturaleza, no caen en saco roto.

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  2. Estremecedor y maravilloso reportaje sobre los valores naturales de Degaña y sus problemas medioambientales. Es triste ver cómo aquello que está destrozando el paisaje del concejo sea, al mismo tiempo, lo que le hace vivir (¿por cuánto tiempo?). ¿Qué pasará el día que ya no sea rentable la minería a cielo abierto? ¿Cuáles serán las alternativas para mantener la vida en Degaña? Que no me digan que son las casas rurales (no podrá vivir más de un cierto número), un presunto polígono industrial (¿qué tipo de empresas se instalarán, cuántos puestos generarán y cuánto dinero costará a los degañeses en forma de subvenciones para atraer a esas empresas?) o unas rutas oficiales de senderismo ajenas a los caminos tradicionales y que no se sabe muy bien dónde enlazan con los de Ibias, Cangas y L.laciana. Esta situación sólo puede explicarse por la cobardía y dejadez de unas administraciones públicas sin visión de futuro, acallando voces con las migajas de unos puestos de trabajo en la minería (pan para hoy y hambre para mañana). Resulta curioso, además, ver las trabas que Principado y Ayuntamientos ponen a los vecinos de la zona para su actividades tradicionales, y la permisividad con empresas que son letales a corto, medio y largo plazo para el empleo y el medio ambiente (véase el "mordisco" en el mapa del Parque de las Fuentes en Zarréu). Por no hablar de las balsas de decantación (auténticos depósitos de porquería ¡en la cabecera del río Ibias!) que cada cierto tiempo se rompen "accidentalmente", consiguiendo que los lodos lleguen hasta Cecos.
    Yo también espero que tus desvelos lleguen a buen puerto y no se conviertan en un grito en el desierto que está dejando Don Vito.

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  3. Plataforma, la suerte que tenemos los que leemos tus post es que, además de deleitarnos con tu naracción, estamos al mismo tiempo viendo el paisaje que nos describes como si estuvieramos delante del televisor.

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  4. Gracias desde Degaña.
    Desde la llegada de Victorino Alonso si que se nota mas suciedad a la entrada de Zarréu, es increible la cantidad de material que se puede mover en poco tiempo. Lo peor es que llueve y va parar todo al rio. El pico Prieto también ha perdido unos cuantos metros desde la llegada del nuevo empresario antes eran 1807 metros ahora creo que andará por los 1780, un dia subiré con el altímetro.

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  5. Otra gran entrada sobre Degaña y Zarreu. Muchas gracias.
    La ruta que describes por la cueva de Fonchada yo la hago a más altura, nunca llego a ver el río, desde un bosquete de teixos (teixedal) que anunciaban en el cartel y que está tras la cantera de mármol. Es un paseo muy recomendable por su belleza y facilidad. Desde el teixedal entras en un bosque de hayas con algún roble centenario (anterior al hayedo) y con muchos ejemplares de tejo (teixo) de gran belleza. Las hayas van siendo sustituídas por el robledal hacia el Oeste hasta que llegamos junto a un par de praos sobre la carretera de Valdeprao, a unos doscientos metros de la barrera.
    La primera de las rutas creo que es sobre el monte de Costanas, uno de los pocos sitios donde la mancha forestal pasa de un lado a otro del valle. A pesar de ello y de encontrarse dentro del Parque, la empresa minera no ha tenido problema en instalar las balsas de decantación, explanadas, naves y una infame escombrera en medio del robledal, debajo de la carretera. Cosas del tercer mundo...

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